FREI LUÍS DE GRANADA

INTRODUCCIÓN DEL SÍMBOLO DE LA FE
Extractos
 

Introducción del Símbolo de la Fe:
Fray Luis de Granada

Capítulo III
De los fundamentos que los filósofos tuvieron
para alcanzar por lumbre natural que hay Dios

Cap. III: 3

Pues siendo tan grande la variedad y hermosura de las cosas de este mundo, ¿quién será tan bruto que diga haberse todo esto hecho acaso, y no tener un sapientísimo y potentísimo Hacedor? ¿Quién diría que un retablo muy grande y de muchos y muy excelentes colores y figuras se hizo acaso, con un borrón de tinta que acertó a caer sobre una tabla? Pues, ¿qué retablo más grande, más vistoso y más hermoso que este mundo? ¿Qué colores más vivos y agradables que los de los prados y árboles de la primavera? ¿Qué figuras más primas que las de las flores, y aves, y rosas? ¿Qué cosa más resplandeciente y más pintada que el cielo con sus estrellas? Pues, ¿cuál será el ciego que todas estas maravillas diga que se hicieron acaso?

Si por caso, yendo camino, hallases en un bosque una casa de solaz de algún príncipe, muy bien edificada y proveída de todo género de mantenimientos, y de las oficinas que fuesen necesarias para servicio del príncipe, y vieses en ella sus mesas puestas, sus hachas encendidas, sus vergeles y cisternas, y fuentes de agua, sus aposentos y lugares diversos para todos sus criados, y maravillado tú de todo este aparato, preguntases cómo se había hecho esto, te respondiesen que había caído un pedazo de aquella montaña, y los pedazos de ella habían acertado a caer de tal manera que sin mano de oficial se habían fabricado aquellos tan hermosos palacios, con todo lo que hay en ellos, ¿qué dirías? ¿Podría fingirse desatino mayor? Pues decidme ahora: si poniéndoos vos de propósito a considerar la hermosura de la gran casa real de este mundo, y viendo la fábrica y provisión de todas las cosas que hay en él; viendo esa bóveda del cielo tan grande y tan compasada y pintada con tantas estrellas; viendo una mesa tan abastada de tantas diferencias de manjares como es la tierra con todas las carnes y frutas y otros mantenimientos que hay en ella; viendo tantas frescuras y vergeles y fuentes de agua, tantos paños de verdura como se ven por todas las montañas y valles y praderías de los campos; viendo las hachas y lumbreras que arden día y noche en medio de esos cielos para alumbrar esta casa, y las vajillas de oro y plata, y piedras preciosas que nacen en los mineros de la tierra, los aposentos diversos y convenientes para los moradores de esta casa, unos en las aguas para los que saben nadar, otros en el aire para los que pueden volar, otros en la tierra para los cuerpos grandes y pesados, y viendo sobre todo esto el regimiento de toda esta casa y familia, y el orden de ella, y cómo los ángeles, que son criaturas más principales, mueven los cielos, y los cielos a los elementos, y de los elementos se forman los compuestos, y todo finalmente va encaminado para el servicio del príncipe de esta casa, que es el hombre: quien todo esto ve, con otras infinitas cosas que no se pueden comprender en pocas palabras, ¿cómo podrá creer que todo esto se hiciese acaso? ¿Cómo no verá que tuvo y tiene potentísimo y sapientísimo Hacedor?

Pues esta hermosura y grandeza del mundo, con la variedad de las cosas que en él hay, reducidas a aquella unidad que dijimos, movió no solamente a los filósofos, mas también a todas las gentes, a creer que cosas tan grandes, tan hermosas y tan bien ordenadas, no se habían hecho acaso, sino que tenían un sapientísimo y potentísimo Hacedor, que con su omnipotencia las había criado, y con su sabiduría las gobernaba. Y esto es por lo que David exclama en el Salmo 18, cuando dice: «Los cielos denuncian la gloria de Dios, y las obras de sus manos predica el cielo estrellado», etc. Quiere decir: La hermosura del cielo, adornada con tantas lumbreras, y la orden admirable de las estrellas, y la diversidad de sus movimientos y cursos predican la gloria de Dios, y hacen que todas las naciones le alaben, y se maravillen de su grandeza, y le reconozcan por Hacedor y señor de todas las cosas. Asimismo el orden de los días y de las noches, el crecimiento y la disminución de ellos tan ordenada y proporcionada para el uso de nuestra vida, y la constancia invariable que en sus nacimientos y movimientos guardan, predican y testifican que obras tan grandes y tan bien ordenadas no se han de atribuir al caso o a la fortuna, sino que hay en el mundo un soberano presidente que al principio crió todas estas cosas, y las conserva con suma providencia. Mas estas obras admirables no hablan ni testifican esto con voces humanas, las cuales no pudieron llegar al cabo del mundo, mas su habla y testimonio es la orden invariable, y la hermosura de ellas, y el artificio con que están hechas tan perfectamente como si se hicieran con regla y plomada. Porque esta manera de lenguaje se oye en todas las tierras, y convida a los hombres al culto y veneración del Hacedor.

 
 
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