FREI LUÍS DE GRANADA

INTRODUCCIÓN DEL SÍMBOLO DE LA FE
Extractos
 

Introducción del Símbolo de la Fe:
Fray Luis de Granada

Capítulo III
De los fundamentos que los filósofos tuvieron
para alcanzar por lumbre natural que hay Dios

Cap. III: 4

VI.- Otro fundamento hay no menos urgente que el pasado para conocer esta verdad. Porque no sólo la fábrica de este mundo mayor, mas también la del menor, que es el hombre, nos declara que hay Dios, Criador y Hacedor de él. Porque en ella resplandece tanto la sabiduría del Hacedor, que pudo decir San Agustín con verdad que entre todas las maravillas que hizo Dios por amor del hombre, la mayor es el mismo hombre, entendiendo por el hombre las dos partes de que se compone, que son cuerpo y ánima. Y dejando por ahora el ánima, en la fábrica y composición de él cuerpo hay tantas maravillas, que no bastaron muchos libros que Galeno y otros escribieron para declararlas enteramente: cada una de las cuales por sí sola, y mucho más todas ellas juntas, declaran la infinita sabiduría del artífice que tal fábrica ordenó. Porque no hay en el mundo palacio real ni república tan concertada que tenga tantas maneras de oficios y oficiales, quiero decir tantas partes diversas como tiene un cuerpo humano para su regimiento y conservación. De las cuales unas sirven para cubrirlo, como es la piel y la carne y la gordura; otras sirven de cocer el manjar, como el estómago y las tripas delgadas; otras hacen la sangre, como el hígado; otras la llevan a todos los miembros, como las venas; otras engendran los espíritus de la vida, como el corazón; otras llevan estos espíritus por todo el cuerpo, como las arterias; otras hacen los espíritus del sentido, como los sesos; otras reparten esta virtud por todo el cuerpo, como los nervios; otras sirven al movimiento que depende de nuestra voluntad, como los morecillos. Algunas reciben las superfluidades del cuerpo, como el bazo, la hiel, los riñones, la vejiga, las tripas. Por otra pasa el aire que recrea los sesos y el corazón, como las narices, el gargavero, los pulmones y la arteria venal. Algunas sirven a los sentidos exteriores, conviene saber: a oír, las orejas; a ver, los ojos; a gustar, la lengua y el paladar; a hablar, los pulmones y el gargavero. Otras sirven de fundamento o armadura sobre la cual todas las demás partes se arman y establecen, como los huesos y ternillas. Y lo que acrecienta esta admiración es ver que tanta variedad de cosas tan diferentes en las figuras, virtudes, oficios, dureza y blandura, vienen a forjarse de una tan simple materia como es aquélla de que se fabrica el cuerpo humano. Pues, ¿quién había de ser poderoso para producir, de una materia tan simple, tanta muchedumbre de cosas tan diversas sino sólo aquel potentísimo y sapientísimo Hacedor? Pues la variedad y muchedumbre de estas partes, la figura y oficios que tienen para el servicio del cuerpo humano, manifiestamente declaran no haberse hecho esto acaso, sino con suma providencia y artificio del que las formó.

Este mismo argumento prosigue elegantemente el mismo Tulio en el libro ya alegado, procediendo por todas las partes y por todos los miembros y sentidos del cuerpo humano, así los interiores que no se ven, como los exteriores que se ven, declarando cómo cada una de estas partes sirven tan perfectamente a lo que conviene a la conservación de la vida humana (que es para la sustentación de nuestro cuerpo y para el uso y oficio de los sentidos) que ningún entendimiento humano podrá descubrir en tanta variedad y muchedumbre de partes alguna cosa que falte, o que sobre, o que no venga tan a propósito de lo que es necesario para este fin, que por ninguna vía se pueda trazar otra mejor. Por donde concluye proceder esta obra de una suma providencia y sabiduría, que en ninguna cosa falta, y en ninguna yerra. Mas porque esta consideración es muy profunda y provechosa, y pide más largo tratado, adelante la proseguiremos más copiosamente en su propio lugar.

 
 
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