Revista TriploV DE Artes, Religiões e Ciências

Direção|Maria Estela Guedes & Floriano Martins

PÁGINA INDEX | HOME Número 01|Homenagem à Agulha. Decalque do nº 70 e último. Setembro de 2009

 

NÚMERO 01

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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LOS CAMINOS DE LA CREACIÓN | LA POESÍA

FRENTE A LA GLOBALIZACIÓN 

CARLOS FAJARDO FAJARDO

Página ilustrada con obras de la artista Aline Daka (Brasil)

 

Los caminos de la creación

Los caminos de la creación son imprecisos, están llenos de pliegues, de espejismos, de demoras” (Pitol). Son palabras de Sergio Pitol en su fascinante y seductor libro “El arte de la fuga”.

 

Sí, la creación no sólo demanda rigor y paciencia sino aislamiento sonoro, reflexión apasionada, equipajes con los cuales el poeta emprende su marcha por ese difícil oficio o arte endiablado como llama a la poesía Dylan Thomas; alforjas con las que llega a regiones inéditas, imprevisibles, secretas. En su itinerario quizá lo acompañen unas cuantas lecturas, sus amores, ciertas músicas y ciudades, como también su infancia, región que contiene los ritmos primigenios de sus poemas.

 “El arte sucede cada vez que leemos un poema” manifiesta Jorge Luis Borges. El arte es cada vez una experiencia tan extraña, igual a la transformación del agua en vino. La poesía es metáfora sobre el tiempo, palabra realizándose en el tiempo, finitud creándose. El artista se sumerge en el agua de Heráclito, está hecho de múltiples ríos que brotan de una memoria inagotable, pues todo en él es flujo creativo, fuente que bautiza las cosas como por primera vez, palabra río, humedad esencial acariciando los objetos, imponiendo un nombre a cada ente, a cada ser, imantando la realidad de ese líquido germinal que son las palabras, signos encantados.

En los caminos de la creación, al poeta lo acompañan distintas propuestas poéticas; de ellas aprende los secretos de su oficio, pero contra éstas se rebela. Dialéctica de estar adentro y afuera de su tradición; exilio y casa materna, lejanía y cercanía. Esto lo verifica cada vez que emprende sus encuentros y sus búsquedas. Escribir es un acto de extranjería, es inventar a un otro, tan complejo y extraño como su propio yo. Pero a la vez, escribir es un acto de encuentro, de descubrimiento de sí mismo, una justificación para seguir vivo sobre esta pelota terrestre. Extranjería y justificación son condiciones que siempre lo acompañan incondicionalmente.

De estas situaciones parte uno de los traumas estéticos que más han preocupado a los artistas en la modernidad: el de vivir para la obra rechazando la vida, o el abrazar la vida rechazando la obra; ideal estético versus pasión ética. Dicha conflictiva relación entre escritura y vida fue superada en el siglo XX por las Vanguardias, las cuales liquidaron su dicotomía: tanto la vida como la obra forman una totalidad que se enriquece debido a sus contradicciones. Asumir la estética como una ética, y viceversa, ayuda a superar la grieta entre la pulsión creativa y la condición vital.

Al respecto, recordemos esta sugerente frase de Jorge Gaitán Durán: “Todo edificio estético descansa sobre un proyecto ético. Las fallas en la conducta vital corrompen las posibilidades de la conducta creativa”.

 ...Por tanto, el poeta no concibe la creación de su obra sin que ésta se vuelva un barómetro de las sensibilidades de su tiempo y de las presiones de su existencia; sin que se transforme también en una veleta que registra la dirección de los procesos intra y extra estéticos de los cuales su proyecto ético no es ajeno. El mundo personal y social, las relaciones con el afuera cotidiano y político - que son su adentro pulsional -; los diálogos con las desgracias de la realidad, si son tratadas con aguda sensibilidad, conocimiento y rigor escritural, pueden surgir con gracia en la obra poética, construyendo un permanente y fructífero diálogo creador. Sin embargo, “en el instante de escribir, dice de nuevo Sergio Pitol, lo único que ha de saber, lo que cuenta de verdad, es que su patria es el lenguaje”. Y yo aumentaría: su patria también es el universo, la libertad es su ley, la pasión su razón.

Elogiar al lenguaje como patria, me hace acordar de estos versos magníficos escritos por el poeta brasileño Lêdo Ivo: “¡Cómo te soñé poesía! / no cómo te soñaron… / Me escondo en el bosque del lenguaje, corro por salas de espejos./ Estoy siempre al alcance de todo. Lleno de orgullo/ porque el Ángel me sigue a cualquier parte” (“La infancia redimida”).

Aquí el poeta, ha hecho del lenguaje un bosque de asombros, un acto iniciático, el origen de los orígenes. Entonces se vuelve palabra, leve y grave, mísera y humana palabra. Aquel Ángel que lo sigue a cualquier parte, puede ser la infancia, la imaginación, el sueño o la realidad vueltos metáforas.

Frente al lenguaje, el poeta se impone la necesidad profunda de transformarlo, estremecerlo, subvertirlo. He aquí una propuesta de crear nuevas formas de vivir y pensar la palabra; una apuesta para cambiar la sensibilidad. Estos son sus signos de valentía creadora; signos de asumir con lucidez las contradicciones personales y colectivas, desde las cuales construye una obra heterodoxa, rica en divergencias, ambigua, compleja. Lucidez para desentrañar el lado oculto de lo real y para fundar otras realidades, posiblemente aún no horadadas.  

“Cambiar el lenguaje no es cambiar al mundo, pero el mundo no cambia si antes no cambiamos el lenguaje”, ha dicho Octavio Paz pidiendo al artista y al poeta sostener una actitud crítica y de reflexión sobre el lenguaje; una urgencia que va más allá del campo artístico y llega al económico y político. De modo que el poeta no sólo espera servirse del lenguaje, sino servir al lenguaje para transformar su praxis estética en una praxis social e histórica, en busca de autonomía analítica tanto de sus medios técnicos y formales, como de sus conceptos y nociones artísticas.

A esto se arriesga el poeta, por lo que se transforma en curador del idioma, en un permanente y atento vigía, pero también en su trasgresor más implacable, en un gestor de nuevas tonalidades y giros lingüísticos. Es una guerra de creación la que se inicia entonces. El poeta pelea con las palabras, suprime unas, impone otras, las elimina o protege porque las desea, y espera que ellas le cifren y descifren una vida, lo justifiquen. Escribir se asume entonces como una relación amorosa donde respeto e irrespeto, atracción y rechazo, conciliación y ruptura fluyen para constituir un cuerpo vivo, el cual da sobre qué pensar y sentir; un cuerpo-poema, deseado-deseante, alimento diario del poeta.

 

La poesía: el peligro de los peligros

Servido como un fruto sobre la mesa, el poema ahora está listo para aquellos que lo quieran saborear. Saldrá al mundo seguro o temeroso, ocupará un lugar en la memoria de algunos o morirá de inmediato. El poema es como un niño inventando el azar. Nadie, salvo él, sabe de los maravillosos, extraños, escalofriantes encuentros que sufre y goza en su trayectoria. Es una Ítaca en constante deambular por los mares de la memoria. Ciudad lenguaje que en nuestro divagar buscamos como cómplices lectores; tren que transporta el misterio por los paisajes de los sueños. Esa es su aventura y su contingencia. Franquea las puertas de casa para inventar sus propios caminos. Así, cada poema construye sus lectores, convirtiéndolos a veces en comités permanentes de aplausos, en sus más apasionados defensores.

Pero puede también ocurrir lo contrario: poemas que establecen lazos insólitos con fervientes y tanáticos enemigos, envidiosos de su divulgación, lo que no niega la afirmación aquí propuesta: cada poema, a pesar de él, se convierte en texto, gracias a que inventa sus lectores.

La escritura poética es como la vida, pasa y se transforma; es humus y aire, gravedad y levedad, tierra y nube. Pero la poesía para las sociedades mercantiles y pragmáticas de hoy, es quizás el oficio más inútil de todo el andamiaje cultural. No se le admite que el poeta sea el antípoda de los cánones del capitalismo transnacional globalitario; no se le acepta que asuma una actitud altiva, valiente, crítica, libertaria. Esa es su apuesta ética de dignidad y autenticidad, una actitud de confrontación, de repudio al servilismo cultural. Pero algunos escritores de nuestro tiempo desean ser útiles a los patrones del gusto publicitario, y entienden por utilidad el convertirse en instrumentos del mercado, promotores de imagen, genios de los negocios. Sufren el síndrome de famoso, de “¡miedo a la libertad, necesidad de servidumbre!” (George Bataille).

En esta sociedad de totalitarismos plurales y pluralismos totalitarios, se ha impuesto la idea del fracaso de un arte de confrontación y de ruptura, como también la derrota de todo proyecto emancipatorio. El arte, entonces, deja de ser una utopía de renovación y se le promueve como un producto eficaz y eficiente, junto a la retórica del esparcimiento light. Espectacularización de un arte que no representa amenaza alguna para las instituciones en la sociedad de los espectáculos. Cómo van a aceptar la imagen del poeta cuando éste es ante todo un hombre que provoca preguntas e “introduce el equívoco” (Bataille); un hombre que cuando todos aplauden las falsas certezas, él se desvía de la norma. ¿Cuándo van a permitir los profesores que el poema entre a las aulas de clase como un cómplice, un amigo amoroso y sincero que trae consigo una pedagogía del asombro? ¿Cuándo se dejará de considerar al poeta como payaso de fiesta, divertimento de última hora en actos públicos y en homenajes a la patria, declamador y bufón de la actual corte mediática global?

Se olvida que el poema abre ante todo las puertas del deseo; que es un oscuro y radiante objeto de placer con el cual entramos a lo conocido y desconocido del mundo, y con el cual ciframos lo que no nos han permitido nunca descifrar, descubrimos lo que está vedado, mencionamos lo que está prohibido. Como rito de iniciación hacia un mundo utópico y libertario, se transforma, al decir de Hölderlin, en “el peligro de los peligros”. Se olvida que, como se lee en este singular poema del chileno Jorge Teillier:

La poesía debe ser usual como el cielo que nos desborda,/ que no significa nada si no permite a los hombres acercarse y conocerse. /La poesía debe ser una moneda cotidiana/ y debe estar sobre todas las mesas/ como el canto de la jarra de vino que ilumina los caminos del domingo (…) La poesía no se pregona en las plazas ni se va a vender a los mercados a la moda, (…) La poesía es un respirar en paz/ para que los demás respiren, / Un poema/ es un pan fresco, /un cesto de mimbre. / Un poema/ debe ser leído por amigos desconocidos/en trenes que siempre se atrasan/ o bajo los castaños de las plazas aldeanas. (“El poeta de este mundo”)

En estos tiempos de hombres de negocios, tiempos de ecónomos y realistas pragmáticos; tiempos de mentalidades tecno-culturales globalizadas, donde a la palabra se le asume sólo como herramienta de información mercantil, hay que darle a la poesía la posibilidad de ayudarnos a despejar neblinas y vislumbrar horizontes; hay que retornarle su potencia de agudizar nuestra sensibilidad creativa, su actitud analítica frente a las estéticas de la estandarización y de la repetición promovidas por los mass media. Dignifiquemos aquí, entonces, el rito poético que liquida las certidumbres totalitarias, las verdades supremas inamovibles; reivindiquemos a la poesía por su propuesta de incomodar la iconografía global de nuestra época; saludemos al poeta auténtico por su actitud de trasgresor, pero también de inventor de nuevas miradas; por su profunda ambición de cambio, porque nos obliga a ser nómadas cuando creemos que todo está conquistado.

Siempre que pienso en esto, me viene a la memoria un poema de Odiseas Elitis donde, con tono irónico, describe las burlas a las cuales se ve sometido el poeta por asumir una actitud de extranjería:

De mí en la cara se mofaron los jóvenes Alejandrinos./ Mirad, dijeron, al iluso turista del siglo./ El insensible que cuando todos los demás plañimos él está jubiloso/ y en cambio cuando todos los demás estamos jubilosos/ él frunce el ceño sin motivo. /Ante nuestros gritos pasa indiferente (…) ¡El anticristo y el despiadado brujo del siglo! Que cuando todos nos damos al sarcasmo/ él lleva ideas (…).

Sí, el poeta lleva ideas que hacen sentir y mirar mejor. Tal vez de allí provenga su condena por tener la vocación de vivir pleno en medio de la polifonía caótica de su tiempo.

Esta concepción dialoga muy bien con un poema del colombiano Juan Manuel Roca, el cual nos ayudará para aclarar lo hasta ahora expuesto:

Algo así como entrar / en la zona del peligro / con una vieja colt inservible,/ Algo así como abrir un paraguas / para protegerse / en medio de espesos abaleos / la poesía, /riesgosa y vagabunda,/ territorio libre del sueño,/ cultiva las flores prohibidas. (La Poesía)

Algunos poetas tratan de cultivar en sus textos aquellas flores prohibidas, fuera de las exigencias de la actualidad y de la moda. No escriben por el encargo que las editoriales le imponen, ni están preocupados por ser Top Models poéticos. “El deseo de ocupar el estrado, afirma el poeta Ezra Pound, el deseo de aplausos nada tiene que ver con el arte serio”. Y continúa: “¡Lo que cuenta es ‘escribir bien’!”.

En el concepto de Ezra Pound, la buena escritura es aquella donde el escritor dice justo lo que tiene que decir, con la mayor claridad y control posibles. Explosión emocional y control escritural. Permítanme ampliar este tema. Dice el poeta inglés Wordsworth que la poesía es “la emoción recordada en tranquilidad”, es decir, una emoción asimilada, comprendida, organizada por el lenguaje. Esto exige un trabajo de escritura que controle la inmediatez de las emociones y que las exprese con sosiego desde la distancia y el recuerdo. “La poesía necesita hombres que escriban intensamente con un control muy grande”, sugiere el poeta Guam Palm.

Sin embargo, lo maravilloso al escribir un poema, es que este trabajo de composición casi apolíneo, hace, a veces, vivir y sentir en el posible lector la emoción inicial que motivó su escritura. El poema, así logrado, conserva el recuerdo de lo intensamente vivido por el poeta. Memoria y palabra forman una complejidad indivisible. Sé que no todos los poetas estarán de acuerdo con este procedimiento escritural, pues es tan peligroso y arriesgado afirmar que en poesía existen fórmulas definitivas para fundar un poema. Sin embargo, creo que este puede ser uno de los tantos ejercicios que nos ayudan en nuestro solitario taller personal.

 El poeta frente a la perversidad global

Lo que deseo ejemplificar con todo esto, es que en este tiempo de velocidades e impaciencias, de aceleraciones reales y virtuales, de redes digitales, instantáneas y globales, es muy difícil asumir la recomendación que Rainer María Rilke le hacía en sus cartas a un joven poeta. “Paciencia es todo”, le escribe el 15 de abril de 1903, recordándole que para el artista “no hay medida de tiempo; un año no cuenta, y diez años nada son. Ser artista es: no calcular y no contar; madurar como el árbol, que no apura sus savias y que está, confiado entre las tormentas de primavera, sin la angustia de que no pueda llegar un verano más. Llega, sin embargo. Pero solamente llega para los que tienen paciencia y viven despreocupados y tranquilos como si ante ellos se extendiera la eternidad” (Rainer María Rilke).

Pero, ¿cómo estar despreocupados y tranquilos, si somos hijos legítimos de una sociedad sacudida por la desesperación y el estremecimiento? ¿Cómo posibilitar que nuestras obras sean escritas con serena lucidez, si vivimos acelerados ante un presente inquisidor y un incierto mañana? ¿Cómo no “calcular ni contar” en un medio donde el hoy se ha vuelto casi esquizofrénico, y el miedo nuestro enemigo íntimo?

Con todo, debo afirmar que, a pesar de los pesares, debemos rescatar la paciencia al elaborar nuestras obras; apresurarnos despacio como una actitud de ir en contravía a esta sociedad de noticieros inmediatistas y de escenografías del olvido. Ante la estética del desecho, propongamos una estética de la memoria creadora; frente a la estética de efectos publicitarios, impulsemos una estética de los afectos comunitarios.

Por supuesto, ya pasó el tiempo de Rilke, de su penetrante y ensimismada actitud de poeta solitario y silencioso. Ahora vivimos un drástico cambio de roles: del artista situado en el filo de las navajas, hemos pasado al artista cómodo, tranquilo, flemático, condescendiente y domesticado. Vaya época en la cual estamos dando la bienvenida a un tipo de arte y de artista entusiasmados por la coexistencia sumisa con el totalitarismo del mercado y de los medios; un arte que hace concesiones extremas hasta ponerse en ridículo, tal como se observa en la basuralización mediática de los Realities teleglobalizados. Sin embargo, y para bien, todavía existen poetas que ponen patas arriba a dogmáticos fundamentalismos, ya que asumen una actitud contraria a la opinión imperante. Estos poetas molestan a muchos y agradan a pocos. Entre esos pocos encuentran su razón de ser y de morir, pues más que públicos-masa, dialogan con públicos-lectores críticos, estableciendo con ellos una solitaria complicidad.

Por otra parte, quiero recordarles que el reconocimiento del destino u oficio del poeta está por encima de premios literarios, de agasajos, aplausos y condecoraciones, lo cual, sin duda, es algo muy grato, pero en sí no garantizan la calidad y la trascendencia de una obra. El reconocimiento del poeta está más bien unido al goce que produce el sentir cómo nacen ciertas criaturas al escribir un poema; en la aventura de saber que a través del texto se funda un acontecimiento para un lector anónimo, y que entre ambos enriquecen al idioma e inventan otra forma de sentir, de pensar, viajar, de preguntarse y de crear espacios para la magia de lo cotidiano.

Estos compromisos existenciales se vuelven hoy por hoy ejercicios heroicos en un mundo que propone al escritor producir literaturas con triviales clichés estéticos, masificados por los medios de comunicación, y en un sistema que invita a colaborar con el totalitarismo de la idiocia o idiotez cultural de la perversidad global. Dichos escritores no contribuyen a cambiar nuestra mirada, ni proponen establecer presencias distintas a la ya existentes. Son escritores que, en últimas, no representan peligro alguno al establecimiento. A cambio reciben elogios y abundante publicidad mediática. Como respuesta ¿por qué no intentamos una escritura rica en interrogantes existenciales, que desafíe con libertad creadora lo que nos acontece como seres humanos, tanto en lo íntimo como en lo público, en los escenarios del amor, en nuestras rebeldías y angustias metafísicas, en torno a una cotidianidad cada vez más asaltada por el despotismo, el miedo, la paranoia y el castigo? Esto ayudaría a vislumbrar lo que se esconde detrás de la industria cultural de fabulaciones globalizadas; a descorrer el velo de perversidades que los poderosos han elevado como si fueran verdades inamovibles, imperecederas.

Este es nuestro tiempo, nuestro presente instantáneo, con un futuro imprevisible. Rápido, más rápido, eficaz, eficiente. Tiempo de un arte realizado para un ahora inmediato y novedoso. Ello nos está exigiendo reflexionar sobre los impactos de la era de la comunicación y de la información en nuestras sensibilidades e imaginarios; nos obliga a considerar sus ganancias y posibilidades, a ejercer una mirada atenta hacia la heterogeneidad, la pluralidad y multipolaridad cultural que presenta el calidoscopio actual. Son condiciones que invitan a establecer un diálogo entre las esferas de lo nacional, lo local y lo global, superando la tradicional idea de superioridad de unas sobre otras, y escuchando las voces que han sido excluidas durante años por el totalitarismo estético-poético y por un profundo provincianismo mental que ha impedido aceptar diferentes lenguajes en las representaciones artísticas. Inclusión de la multiplicidad dinámica de las diversas apuestas poéticas; asimilación y no yuxtaposición de las técnicas, voces, tonalidades, atmósferas y experimentalismos contemporáneos, como una manera de articular la tradición con la ruptura realmente innovadora.

 ¿Hacia una ciber-poesía?

Así, por ejemplo, en los últimos años, nos hemos familiarizado con la cibercultura y con una revolución microelectrónica que está cambiando infinidad de categorías estéticas. Interesante observar cómo en los encuentros y festivales de poesía se le está dando especial participación y escucha a estas nuevas formas de exploración poéticas, las cuales más que analizarlas con un moralismo tecnofóbico, requieren acercarse a ellas rescatando las posibilidades de los diferentes lenguajes que en el fondo proponen los ciberpoetas. Ni apocalíptico ni integrado quiero ser al realizar una aproximación a estas tendencias tecno-imaginativas; ni conciliador ni radicalmente resistente, sólo expectante, asumiendo la vigilancia con ojos críticos, pues si algo poseen estas iconosferas es su capacidad de seducción y embrujo.

La poesía de la globalización forma parte de toda esta gama de cultura audiovisual y se integra a la fotografía, el cine, las ilustraciones informáticas, a las páginas web, a revistas digitales, hipertextos, etc. Se ha desplazado de Guttemberg hacia la galaxia digital. Los poetas actuales, educados y casi alfabetizados por la cultura mediática, se han nutrido de la exaltación de la imagen; su modo de sentir y percibir es audiovisual. Poesía y tecno-imaginación; poesía de procesos multimediáticos (palabra, sonido, expresión, movimiento, duración) imponiéndose el zapping hipertextual como medio para elaborar la obra de arte.

Los ciberpoetas actuales están captando una telépolis transnacional y su percepción se procesa en red, construyendo el sueño de estar en todas partes y en ninguna. Poetas de un mundo desgravitado y telepresencial. La tecno-virtualidad y la tele-globalización están produciendo unas poéticas que no habíamos ni siquiera sospechado. Flujo, aceleración, velocidad, posibilitan que hablar desde la percepción del objeto real – que tanto nos dijeron los antiguos y modernos – se comience a escuchar como algo extraño. ¿No se estará gestando una poética con sensaciones virtuales y percepciones telemáticas en red? La virtualización del mundo, aceptada por el colectivo, hace parte de la cotidianidad del ciberpoeta contemporáneo. Poetas en línea construyendo metáforas sobre el ciberespacio y los ordenadores. Habrá que esperar algún tiempo para que estos nuevos lenguajes y procesos poéticos se afiancen y superen al actual pragmatismo meramente instrumental y técnico de Internet, y que se propongan poéticas renovadoras.

Nuevos escenarios esperan a los poetas. Escenarios de flujos y redes en las telépolis desterritorializadas, descentradas e híbridas. Sus imágenes, los códigos de habla urbana, surgirán de la virtualización de lo social. Los poetas actuales, y más en el futuro, están generando un gran gusto por lo ingrávido, lo leve, contra la monumentalidad de la estética moderna. Multimedia de sentidos, poesía en multimedia, creando imágenes blandas, volátiles, veloces, donde el zapping es un deber ser para su lecto-escritura. Poeta collage, poesía en bricolage. Poesía de lo inmediato, de la memoria instantánea global; poesía del acontecimiento telepresencial donde tal vez no se desea permanecer en la memoria histórica, sino en la memoria fugaz de las redes blandas. Para el ciberpoeta, la trascendencia de sus textos está marcada por lo que puedan perdurar en la red. La memoria aquí muta de significado: es una memoria inmediata, heterodoxa, simultánea, ubicua, contraria a la memoria grávida, crítica, que construyó los conceptos de “actor social”, “necesidad histórica” y “heroísmo histórico”, tan caros a los siglos XIX y XX. 

Una memoria creadora

Claro que no es nada fácil reflexionar sobre esto en un ambiente impregnado por la envolvente ideología de la mediocridad, y más difícil aún concebir una escritura de ideas, o bien, citando a Milán Kundera, una “metáfora que piense” (Milán Kundera). Metáforas que piensen desde múltiples técnicas escriturales y tópicos culturales; que edifiquen proyectos estéticos con autenticidad y pasión. La diversidad cultural contemporánea nos ha obligado a pensar en la complejidad del mundo como pluralidad y unidad. Ante la explosión masiva del arte efímero; frente a la propagación en red del olvido de la historia; en medio del show y el shock de las guerras virtuales y reales de un imperio que justifica los asesinatos, la memoria creadora adquiere una importancia como permanente crítica de las manipulaciones ideológicas, ejercidas por los poderes políticos y los intereses financieros del capitalismo transnacional.

El artista está atado a su memoria creadora pero jamás al olvido. “Los poetas no olvidan”, dice alguno de mis versos. Más allá de olvidar, transforman los recuerdos, los vuelven presencia, murmullo donde antes sólo había silencio. Memoria poética frente a olvido histórico. De allí la importancia que posee el artista para mantener presente la edificación de una cultura y evitar que sus recuerdos sean guillotinados.

Hablo aquí de la importancia de la memoria, del derecho que tenemos todos a observarnos en el pasado para aprender de él y transformarnos; derecho que debemos exigir sobre todo ahora cuando las ideas de historia, de actor social y de memoria, son convertidas en archivos museísticos y en cuartos de San Alejo, contempladas como objetos exóticos y lejanos, que se reutilizan o reencauchan para la sociedad del espectáculo. De esta manera, la memoria ha perdido su fuerza innovadora, su aventura.

De allí que la protección de la memoria tal vez sea el sino del poeta. Su labor riega los surcos de la cultura con vastas y agudas obras que la prolongan, la transforman, la conservan. Pero la memoria del poeta va más allá de nostalgizar lo que fue o pudo ser. Su pulsión está en eternizar el instante inmediato, plenamente vivido como un todo, sea pobre o exuberante. No busca perpetuar tampoco la tradición ni repetir, sin innovación poética, una realidad simple e inmediata. Busca en cambio, superar lo que estandariza la rica variedad de lo existente.  

Y la muerte no tendrá poder”

“La poesía es como el sudor de la perfección, pero debe parecer fresca como las gotas de lluvia sobre la frente de una estatua”. La frase del poeta de las Antillas Derek Walcott, nos sitúa en el ritmo que asumen en nuestra época los poetas. He aquí la imagen del que indaga hondo en la desesperación y el desastre, y, sin embargo, grita que ha encontrado allí la veta del milagro que justifica una vida; que ha podido comprender las ruinas y despojos históricos gracias a la osadía de su consumación y a la superación de las mismas.

El poeta es puente de puentes, canal de canales, comunicador y fundador de espacios y tiempos divergentes. Para no perecer de tanta soledad, extiende su lenguaje hasta tocar lejanos horizontes. Para no morir de tanta compañía vacua, y a veces estúpida, concentra sus palabras hasta llenarse de solitarios matices. Privilegiado y huérfano, rico y despojado, el poeta puebla y despuebla aquellas cosas que forman este mundo, las rebautiza, misión tan ardua como peligrosa, pues no hay mayor dificultad que la de dar un nuevo nombre a lo que ya para todos es reverencia, aceptación y costumbre. ¡Ruptura!, ¡Ruptura!, es su grito milenario. Ruptura y recomposición, destrucción y creación son las palabras que se escuchan desde antaño en sus íntimos recintos. Este difícil dialogismo fue propuesto por los poetas desde las noches y los días del tiempo, desde la profundidad de la grave historia. Sus resultados han dado multitud de transformaciones estéticas, cambios de actitudes, de lenguajes, de sensibilidades, inmensidad de proclamas y manifiestos artísticos, traición a las tradiciones, deconstrucción y composición de la memoria, síntesis y desgarramientos. En ello radica la riqueza y angustia del arte: entre el afuera y el adentro, el permanecer o marcharse, entre el prescindir de sus realidades o involucrarse en ellas.

Desde su convencimiento, el poeta actúa y habla con gratitud por estar vivo, pero también con cierta insatisfacción lúcida por pertenecer a un tiempo de amenazas. Tiempo paradójico, pues tal es la ambigüedad del actual sistema que, en un momento globaliza al mundo con hilos financieros, económicos, políticos, y en otro lo divide en solitarias regiones culturales. Homogeneización y fragmentación; unión y desintegración, multiplicación de las distancias y de las desigualdades. En este juego fatal y seductor, el poeta no se resigna a soportar el totalitarismo de la muerte, la desbandada sin límites de las persecuciones, la esquizofrenia de las torturas. “La muerte no tendrá poder” deberían ser las palabras esperanzadoras que broten de los labios de este artista. En las graderías de los actuales escenarios, estos versos de Dylan Thomas son más certeros para la condición del poeta, y hoy por hoy se pueblan de mayor sentido:

y la muerte no tendrá poder. / Aunque rueden perdidos por los siglos / Bajo las envolturas del mar, no morirán en vano; / Retorcidos en el potro de tormento donde saltan los tendones, / Amarrados a la rueda del dolor, sin embargo no se romperán. (“Y la muerte no tendrá poder”)

“El nacimiento de un poeta es siempre una amenaza para el orden cultural existente”, anunciaba en 1959 Salvatore Quasimodo en la entrega de los Premios Nóbel, y continuaba, “el poeta es un inconformista y no ingresa en el cascarón de la civilización falsamente literaria (…) Él pasa de la poesía lírica a la épica para hablar sobre el mundo y su tormento a través del hombre, racional y emocionalmente. El poeta entonces se convierte en un peligro”. Con Quasimodo queremos afirmar la plenitud y osadía de atrevernos a vivir como poetas frente a las garras de los lobos, enfrentados a jueces y verdugos, acorralados por críticos sicariales, rodeados de guerras organizadas por gobiernos autistas y autocráticos. Pero, como lo afirma el Nóbel, “ni el miedo, ni la ausencia, ni la indiferencia o la impotencia, impedirán que el poeta comunique un destino metafísico a otros”, aun cuando sabe que su palabra debe resistir los embates de las piedras lanzadas con odio y envidia desde diferentes estrados.

Carlos Fajardo Fajardo (Colombia, 1957). Poeta y ensayista. Ha publicado libros como Serenidad Sitiada (1990), Estética y sensibilidades posmodernas (2005), y Navíos de Caronte (2009). Contacto: carfajardo@hotmail.com.

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