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ELENA MEDEL

ANTOLOGIA DE POEMAS

I will survive

Mi primer bikini

Irène Némirovsky

El secreto de Heidi

Punto de partida

L'enfant terrible

L'amour est bleu

Love will tear us apart

Salón de pasos perdidos

El secreto de Heidi

Luna creciente

Cuando estoy sentada en el borde de la ventana,

mis uñas son el átomo principal de las estrellas:

hoy, por ejemplo, he alcanzado por fin la palabra luna

en la frase viento que araña. Me la pongo en el ombligo.

Escribo otro nombre que no es el mío

con la punta de los dedos de los pies,

removiendo con cuchara las vísceras del vértigo.

Mirando el cielo en una noche de verano,

los cuerpos celestes son miguitas de pan

que los héroes arrastran para no olvidar volver a casa.

Y me digo que quizá la Heidi que los dioses veneran

es la misma que duerme en la copa del árbol

que yo derribo, que bombardeo con las migas de pan

— escupitajos que se engarzan en desiertos embetunados—

que recojo cuando todos me dejan sola.

 

Tremendamente sola, hilando Biodramina

en la punta de los dardos que arrojo

a los que se revuelven dentro de mi estómago.

Qué agradable es beberse la cuenca de los ojos,

armarse la boca de septiembre a mediodía.

Luna llena

Cosas románticas como pintarse el mentón color troncodeárbol

cuando pase el tiempo, mucho tiempo — un mes— ,

y Heidi y yo nos perdamos alrededor suya.

Cuando cada otoño las sílabas de café

delinean las cuatro esquinas de este mapa,

yerran su coreografía las tazas del palacio encantado.

Entonces se desangra la porcelana rica de los vagabundos.

Y qué niña tan buena soy, porque

incluso descalza auxilio al príncipe eslavo.

Pero cuidado, porque todo mi tesoro será negro carbón

al atenuarse la constelación anaranjada de mi rostro.

Qué será de mí. Vendas de color violeta que hagan daño

para quienes marcan su territorio a golpe de talón;

por favor, los tacones más altos y punzantes

para quienes reposan con el tobillo entre las nalgas.

Heidi tiene hambre y me pide lamentarse con espadas,

donde paralelo y perpendicular fluyan dos y rían uno.

No sé decirle. Pienso en escribir versos que duelan,

que te rompan porque no deben decirse — pétrea la placenta— ,

que hagan espuma cada octubre,

parásitos para quien me desprecia.

Si tienes hambre recuerda que la tierra no está quieta,

Heidi, que los mausoleos se rompen y de todos sale tu abuelo,

que nos pide el fuego que arde en la garganta

para encender un pitillo. Si tienes sed, toma y bebe,

llevaba la palabra luna colgada en mi ombligo,

azul es la nuez de cada eunuco, azul es el cielo de mi boca,

que se licua para que Heidi cace mariposas en noviembre,

para que se unte con merengue y recorran las abejas su túnel.

Luna menguante

Y si alguna vez me preguntan quién es Heidi, respondo:

manzana es una extraña forma del invierno.

Su acidez, el escalofrío de saberse en el camino acertado;

su aspereza, el beso envenenando de todas las leyendas.

Quien quería saber esto se asemejaba a esos sastres

que muestran todos los versos que riman

cogidos con alfiler a su traje carísimo.

Dime alguna metáfora bonita , hurgaba en mis calcetines.

Muerte. Eso no es una metáfora. ¿No? Dime algo más hermoso.

Una sola palabra no rima con nada. ¡Herejía!

Se fue con sus versos, todos iguales, como la ropa de Heidi.

Aquí dejó sus dientes. Al verlos supe que soy

todas esas veces en que mi espalda era un tobogán

y alguien se deslizó por ella sin pagar:

soy la pegatina que no viene con ningún chicle.

Chicles que saben a fresa como los lóbulos de Heidi.

Heidi afila cuchillos para cortar la tarta,

deseando mancharse con la palabra chocolate.

Después, uno a uno, los soldados le chuparán

la barbilla cuando sea febrero, por ejemplo.

Cuando se derrita la tarta que hice en casa.

Entonces la palabra luna se me zambullía en el ombligo.

Luna nueva

Según Heidi, no soy lo que todos suponen que debo ser.

Huelo a pólvora y algún día fui sangre seca.

Ella y yo hacemos una hoguera de pergaminos legendarios,

de espuma gris que araña el pedestal,

de madera astillada y escamas metálicas,

hoguera de cuero negro y corazón desvencijado,

de estalactitas amontonadas, humo cósmico asciende,

hoguera sola, sola como yo, que me derramo epiléptica:

pero ni por ésas logro ser lo que todos suponen.

Cuando me quemo un poco los codos, la observo melancólica.

Heidi asegura acordarse mucho de Espinete,

punzones en su pelo, extraña Medusa, tan rosa la vulva de las yeguas.

Cuánto me duele ser una sombra en la puerta del colegio.

¿Justo ahora quieres tarta, Heidi? Yo te diré.

Te diré que derrumbo el pastel para que alguien

me enseñe a morder cerezas:

terciopelo por fuera, lino áspero por dentro.

Te diré que por tu culpa perdí la palabra luna mientras huía.

No llores, Heidi. No puedo rescatar los astrolabios.

Mira, Heidi, las letras de tabaco

esparciendo monigotes en cada primavera.

Tengo sueño. Mañana escalaremos la montaña

que tenga menos flores — tierra blanca como el mármol — ,

o la que más te recuerde a nuestro hogar. Somos fugitivas.

 

Aparco mi cabeza en el borde de este poema,

que es un mapa de metáforas manchado de café.

Parece que mi Heidi también duerme.

 

Pero no.

Ella es cruel como las institutrices políglotas.

 

Heidi, mientras rezo, se masturba al oeste de mi pecho.

 

 
 

Elena Medel nació en Córdoba en 1985. Ha publicado el poemario Mi primer bikini (Premio Andalucía Joven 2001; DVD, 2002) y el cuaderno Vacaciones (El Gaviero, 2004).

Traducida al italiano y portugués, ha sido incluida en diversas antologías de poesía española reciente, es una de las coordinadoras del colectivo cultural La Bella Varsovia (http://www.labellavarsovia.com) y ejerce la crítica literaria