REVISTA TRIPLOV
de Artes, Religiões e Ciências


NS | número 59 | julho-agosto | 2016

 
 

YESENIA ESCOBAR ESPITIA

Ensueño negro del África mía

Reconocimiento

 

Soy mujer, soy afro

y medito en mi llama negra.

Soy un ibis que escribe la historia del viento.

Un tambor de cuero de jaguar me cubre,

una leyenda y un deseo antiguo,

una historia que se escribió en palmas de coco.

Soy el mito hecho palabra,

la onda vibrando sobre el agua y la carne,

etérea de los dioses;

el Vudú agitándose en el vientre de una virgen.

Racimos de cangrejos bajan por mis cabellos

dejando una estela que no se apaga.

Mi pecho es una gazania abierta que lamen complacidos

los desgraciados hijos de Oshún.

Me reclamo madre de una cría de pájaros,

hija del ombligo del mundo, hija de esta madera de ébano.

Paria del universo.

Me reclamo tierra de ignota geografía,

una frase que parece una playa.

Me reclamo en la palabra verdad, fuego, llanto,

poesía, y en el eco clarinado en el templo africano;

tengo un nombre bonito en el bolsillo.

Me reclamo nieta del muntú,

concubina de América.

Gorée

 

Solamente ha quedado el viento,  

allí donde antes crujía la sal.

Solo la espuma grabada en las vetustas arenas amarillas,

un cóctel amargo de sudor y lágrimas que amortaja el tiempo en las orillas.

Escucho el eco gemebundo de los pies ardiendo

sobre la infame marca de los hierros candentes.

Pero la memoria encasquilada en el silencio,

ni siquiera puede farfullar sus nombres.

Esta isla ha secado sus aguas muchas veces,

Sin embargo,

miles de barcas caróntidas, cargadas de fantasmas,

se adosan sempiternas al lúgubre besar del fondeadero.

Sobre el canto de piedra está la casa,

oteando el kandínskico rebaño de turistas que abúlico se enfila

a penetrarla,

sin percatarse si quiera de sus miedos.

Nada queda ya en la casa, sólo ella y sus gritos

empuñados cual moscas secas en viejas telarañas.

Solamente la casa,

solo la isla,

solo el viento.

Akanforá

 

La sonrisa del abuelo era espuma del mar,

era nube que navegó con él por muchos siglos,

Era azúcar en las manos arrugadas atando su existencia.

Era el llanto, el vívido llanto de un huérfano recién nacido,

clamando por los pechos que no pudo mamar.

La sonrisa del abuelo era como el alma que no tenía,

porque sus dioses se la apropiaron,

mientras corría huyendo de la barbarie.

Era el río que bañaba el valle de su exilio,

era la paz de la mazmorra donde susurraba mohínos cantos.

La sonrisa del abuelo era el marfil que tallaba sus sueños

de ser hombre y alzarse como baobab al infinito,

era la cal que abonaba la tierra, la sal que arropaba la arena,

el ronco aliento de una piedra hendida

roída por los huecos de la historia

que hoy mana como conchas en la bahía.

 

Akanforá: palabra en lengua palenquera que significa algo que se ha esfumado, que se ha ido.

Si la noche fuera verde

 

Si la noche fuera verde

y yo gimiera entre sus párpados,

como un bosque, como los ecos de un río

lamiendo el erguido acantilado

de fiebre,  sus orillas,

traería a mi bosque las palabras que soñamos,

las prístinas, las que buscan una voz de mármol

para quedarse en su eco.

Y entonces haría mío todo el mar en su rumor inmenso,

verde y planetario.

Pero la noche es parda, roja, azul, descolorida.

La noche es niebla. Noche quemada en mis orillas.

No me queda más que guardar las horas

y quedarme callada. 

El tambor de los orishas

 

Cuando los Orishas tocan el tambor

el vientre de mi madre danza a su solfeo,

un tamtam en los cielos estremece el aire

y el ritmo de los cueros enciende sus deseos.

Mi madre sabe bien que los Orishas

tocan así el tambor para darle alimento,

Una escalera baja de la puerta del cielo

y desciende su espíritu,

desciende con ella el maná, desciende el Nilo,

descienden también las palabras.

Entonces ella verde se enciende cual arbusto

y canta,  un gorrión vuela en su garganta.

El tambor de los Orishas tiene la magia para sanar sus males.

Nosotros solo sabemos que cuando ellos tocan,

la sonrisa colorida de mi madre se refleja como un bello arco

sobre el agua.

Madre de ébano.

 

Madre de ébano, madera de ojos violáceos,

enrédame en la selva de tu pelo, en tu rostro de arena

donde hace siglos se anclaron mis barcas de papel.

Como la caña dulce es tu boca, son tus besos,

y tus gentiles pechos un río de nácar,

que guardan el maná y la luz del desierto.

Madre de arcilla, madera de fuego negro,

tu canto es el pregón de ecos añejos

que retumba en el tambor, en el tiempo,

en la sed de la memoria.

Tu poderoso vientre, fértil cual tierra arada,

adarve es del baobab y del acebo,

el aguacero baja hasta tus brazos que son azudes,

recios, fierros, que recogen el milagro de la siega.

Madre desnuda, escultura de anchas caderas

que embellece el horizonte, que ennoblece mis plegarias,

tus mustias manos de barro fuerte

amparan la torpeza de una caricia, su ternura,

que fatigada y tosca, tras la molienda,

se derrama como un cántaro de miel en un alma sedienta.

Madre de ojos llenos de bosque, de pájaros y ciénagas,

tu risa es fresca como la lluvia que retoza sobre los techos de zinc,

danzas con las siluetas del viento, con el brioso espíritu  del viento,

con la sapiencia armoniosa de una herencia que los astros tejieron en tu etnia.

Madre de octubre, madre hecha con las fiebres de octubre,

abrígame en el manto de tu cuerpo africano, en tu hamaca,

dime que soy tu simiente, que me alimenta tu piel de almendras,

que soy la horra que acunaste en otros tiempos

cuando fui la esclava,

regálame tu espejo, oh madre infinita,

oh efigie de amor, oh noche calcada en la mía.

 

En mis cabellos.

 

En mis cabellos, hace tanto

que murió el silencio

y en su lugar,  una bandada de pájaros,

de vocingleros cuervos iracundos,

se abrió paso como tormenta

corriendo por los montes,

por los riachuelos secos,

por los caminos polvorientos

en los que habita la historia.

En mis cabellos,

el rumor del mar se encrespó en caracolas

para brotar como flor salvaje y trepar al sol

donde las diosas guardan

las viscosas aguas de sus sexos,

esas aguas que luego vierten como miel

en nuestras bocas

vestidas de aguacero.

Nada puede contener la plúmbea lluvia

que allí gañe,

pocos saben, como yo,

el peso que acopian sus raíces,

la rabia que se agita en los frondosos brazos

de esta ceiba

que noctívaga se tumba

sobre el borde escueto de la playa,

Nada puede contener

la sombra espesa de su follaje negro,

de los sueños heridos

que profundos duermen en sus hojas

marcados por la huella de la carimba

esa que aún llora sobre la ajada piel de ébano.

El África toda

grita en mis cabellos,

no puedo dejar que ese grito

calle.

El llanto del balafón

 

Como estentóreos cucuyos restallando en la noche,

vuelan a mí los ecos agitados

de la savia que el viento cernió sobre el béné.

En sus susurros duermen los secretos del mundo,

reposan en la almohada de un antiguo griot.

Los escucho llorar mientras trato de ahogar la fatiga,

colgada de los hilos de una hamaca vieja

que se bambolea al arrullo de esta negra isla.

Trato de alzar los ojos para auscultar el cielo desnudo

abierto como irascible concha de mar

que abriga en su seno un arrecife de luces agolpadas cual capullos.

Mi corazón es un coco preñado por la brisa de palmeras,

con su rumor añoso corriendo por la voz de mis ancestros,

cada golpe seco salta cual insecto en la madera,

chirreando entre los huesos de una historia muda.

¿A quién podré contarle ese dolor tan vivo sin compungir mi pecho

con tus agudos gritos?

¿Cómo engullir esa agonía que reverbera entre tus notas

sin que el presente me robe las raíces?

Seguramente bastará con el silencio, plantado como hierba

en la arena de estas playas,

ese silencio que aviva tus sonidos y crepita tus misterios cual gaviotas

que cruzan agitando el horizonte.

Seguramente bastará con detenerme y encallar como piedra en esta isla,

como canoa pletórica de peces, agrietada por el peso de sus escamas,

nada podría impedir que me ahogue en tu memoria.

El eterno retorno a casa.

 

La lluvia se ha secado en estos páramos

y sólo el fuego ha quedado para bautizar los montes.

El cielo embozado de aire putrefacto envuelve los rayos como orugas,

destilando su ira sin templanza,

para arrojar sus espinas en nuestras cabezas.

Mi memoria acuosa, divaga entre ciénagas y mares vestidos de infancia

y llora como un niño que clama por los pechos de su madre,

sus fluviales aromas me invaden de nostalgia

descorriendo las cortinas de esta muda casa.

Decido entonces emprender el viaje

por el verde valle que aflora en medio del rosario de eucaliptos,

sin nada más que mis recuerdos y el deseo inflamado de arañar mis plantas

con tu arena roja.

El camino está plagado de árboles de oro,

que desgajan semillas de sol sobre el pasto ardiente.

Me quedo como una columna de nubes,

viendo como las ramas estornudan pájaros y avispas

y me imagino cómo será volver a casa y tocar la puerta estrecha

que huele a madera de uvita de playa.

No sé cuando llegaré, al final no importa,

mientras pueda seguir volando en mis recuerdos.

 

Esta casa en ruinas

 

Esta casa ya no guarda en sus paredes

el moho de la utopía, ni el verdoso cardenillo de idealismo,

ni las cáusticas y mórbidas telarañas que el tiempo tejió

con mágica enredadera en la memoria:

ya sólo en el umbral copulaban palabras antiguas.

No abre las ventanas a otros mundos, no se cierran tampoco

mientras afuera merodee el judío errante,

aquel  que turba las conciencias de los que duermen.

Aquí ya no se hospedan huéspedes malditos,

ni los míseros con sus violines rotos tocan a la puerta,

sólo alberga príncipes vestidos de pueblo

que se bañan con cántaros de miel y aman el trino,

enjuagan sus gaznates con aceite de antiguos mercaderes

que ya no llegan a su puerta,

y ataviada de lino y rojo terciopelo, enmudeció  la lira de Erato y Euterpe

y vendió sus arcos a juglares espurios.

Ahora subasta sus ruinas en el mercado del usado.

 

Del Poemario: Ensueño negro del África mía

 

YESENIA ESCOBAR ESPITIA

Ensueño negro del África mía

COLOMBIA
Nostromo Ediciones, Fundación Carlos Arturo Truque, 2016.

YESENIA ESCOBAR ESPITIA (COLOMBIA). Poeta, narradora y docente-investigadora. Licenciada en Lenguas Modernas de la Universidad del Atlántico. Magister en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia. Su vida transcurre entre la literatura y la academia, siendo además de escritora, una estudiosa de las letras y la cultura afrocolombianas. Ha presentado varias ponencias académicas en congresos nacionales e internacionales.

 

Publicaciones:

Mamá Avó (Cuento). Cartilla de Educación para la Primera Infancia. Caja de Herramientas Cátedra de Estudios Afrocolombianos (CEA). Secretaría de Educación Distrital de Bogotá. 2014.

Poemas:

Antología de Landais del Progetto 7LUNE. Venecia, Italia, 2014. Autora compilada.

Revista Opción No. 177 y No.178, Septiembre  y Octubre de 2013. Instituto Tecnológico Autónomo de México. ISSN: 1665-4161.

 

Antología de Mujeres Poetas Afrocolombianas, Guiomar Cuesta y Alfredo Zambrano Compiladores. Ministerio de Cultura, Bogotá: 2010. Autora compilada.

 

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