Juanma Sanchez Arteaga

APUNTES SOBRE LA ANTROPOLOGÍA PORTUGUESA DECIMONÓNICA
EN TORNO A UNA CARTA MANUSCRITA DE
FRANCISCO FERRAZ DE MACEDO

La antropología evolucionista, es decir, la rama de la ciencia que estudia la evolución y los orígenes del linaje humano, tuvo un espectacular desarrollo en Europa a partir de la segunda mitad del siglo XIX. El año de 1859 marca quizás el punto de inflexión principal en la forma de pensar sobre nuestros orígenes, no sólo por la aparición de la obra de Darwin, sino que en esa misma fecha se funda la Sociedad de Antropología en París, bajo la dirección de Paul Broca, y, por si no fuera poco, se produce la aceptación, dentro de la comunidad científica internacional, de la autenticidad de los hallazgos de industrias líticas prehistóricas, realizados por Boucher de Perthes en las décadas anteriores. Con ello, la existencia de seres humanos contemporáneos de faunas extintas del cuaternario, queda aceptada como evidente por los sabios más respetados e influyentes del momento. El periodo de aparición de nuestra especie se vio así retrasado hasta unos límites impensables para las diferentes cronologías vigentes que, basándose en la Biblia, fechaban el momento de la Creación en tan sólo unos pocos miles de años atrás.

A partir de ese momento, se produce en Europa una especie de “fiebre del oro” dirigida hacia la búsqueda de evidencias cada vez más antiguas de la existencia de humanos o de humanoides en nuestro planeta. Estas evidencias podían ser de dos tipos: fósiles o arqueológicas. Es decir, las evidencias buscadas consistían, bien en restos de esqueletos fosilizados y hallados en estratos geológicos cada vez más remotos, bien en la presencia en esos mismos estratos de objetos de piedra que denotasen un evidente trabajo intencional por parte de seres inteligentes.

Actualmente, las antropólogas que estudian la evolución de nuestra especie aceptan de una forma consensuada que el periodo de aparición de los primeros miembros de la familia de los Homínidos se halla comprendido cerca del límite de las eras terciaria y cuaternaria, entre finales del plioceno y comienzos del pleistoceno. Sin embargo, en la segunda mitad del XIX, esa “fiebre” por alejar la fecha de nuestros orígenes todo lo posible de las antiguos cálculos basados en la exégesis bíblica y no en la “ciencia positiva”, llevó a algunos de los más eminentes antropólogos de la época (lo mismo al socialista Gabriel de Mortillet que al creyente Armand de Quatrefages, entre muchos otros) a retrotraer el momento de aparición del ser humano hasta prácticamente los comienzos del terciario. A pesar de haber sido olvidada por completo hoy en día, esta cuestión del “Hombre Terciario” fue una de las más debatidas por la antropología de finales del siglo antepasado.

Ahora bien, si tenemos en cuenta que, hasta la última década del XIX, en que es hallado el Pithecanthropus erectus en Java por Dubois - hoy conocido como Homo erectus -, sólo se conocían restos humanos fósiles europeos, que correspondían a neandertales y a humanos que hoy la ciencia describe como eminentemente “modernos”, ¿en qué tipo de argumentos se basaban entonces los defensores de la existencia de humanos en una fase temprana de la era terciaria?

Pues bien, desde el punto de vista fósil, se habían encontrado diferentes restos humanos en estratos considerados como terciarios en puntos muy alejados del globo. Los más significativos eran, sin duda, los del norte de Italia (“hombre de Castenedolo”), California (“cráneo de Calaveras”), y la pampa Argentina (en donde el excéntrico antropólogo Florentino Ameghino hacía situar los orígenes evolutivos del tronco humano, contrariando todas las convenciones del momento, que tendían a situar la cuna de la humanidad en algún lugar indeterminado de Asia). Sin embargo, para todas estas “evidencias” de la existencia de humanos terciarios, existían fuertes contraargumentos o, cuando menos, incertidumbres muy considerables acerca de la exacta datación geológica de los depósitos donde habían sido hallados, o incluso de los procesos que podían haberlos transportado hasta esos estratos, de forma que la edad de los huesos pudiera, en realidad, ser mucho más reciente que la de la matriz donde se habían hallado. Además, a todo ello había que añadir el hecho “sospechoso”de que todos esos restos tuvieran un aspecto inequívocamente moderno desde el punto de vista paleontológico.

Así las cosas, los principales argumentos a favor de la “hipótesis terciaria” provenían de la arqueología prehistórica. Y es aquí donde tenemos que intentar contextualizar el manuscrito inédito que ahora publicamos en TriploV, para poder reconocer su valor para la historia de la antropología decimonónica, al tiempo que recordaremos - si bien de forma ultraesquemática - el importantísimo papel dinamizador que jugó, durante las últimas décadas del siglo, la antropología evolucionista portuguesa en el ámbito internacional del momento.

Ya desde los años sesenta de aquel siglo, los trabajos de la comisión geológica de Portugal, dirigidos entonces por Carlos Ribeiro, dieron como resultado el hallazgo de un número considerable de sílex y cuarcitas en depósitos terciarios, en los que el mencionado sabio portugués creyó encontrar evidentes pruebas de trabajo intencional por parte de un ser inteligente. Estos hallazgos, sin embargo, no fueron presentados como tales a la comunidad científica hasta que otro sabio, en este caso el mucho más conocido e influyente antropólogo francés Bourgeois, hizo públicos en diversas comunicaciones y congresos internacionales, con unos cuantos años de retraso con respecto a los hallazgos de Ribeiro, los resultados de sus investigaciones sobre “sílex tallados”, provenientes de los depósitos terciarios de Thenay. El mismo Ribeiro confiesa, que en el momento en que realizó sus primeros hallazgos, no tuvo coraje para reconocer su significado, dado lo revolucionario e inesperado que resultaba postular la existencia del ser humano en el terciario, en un momento en que aún se discutía la contemporaneidad del ser humano con faunas extintas del cuaternario.

El congreso internacional de Antropología y Arqueología prehistóricas de 1872, celebrado ese año en Bruselas, fue el escenario en el que los hechos relativos a la cuestión del hombre terciario se debatieron entre los más eminentes antropólogos del mundo, quedando la cuestión como aceptada por una mayoría de los participantes en el debate, si bien no por todos. De hecho, las “evidencias” allí presentadas por Bourgeois y por Carlos Ribeiro, que había viajado a la capital belga con algunos de sus pedruscos terciarios encontrados en la cuenca del Tajo, sirvieron para que la comunidad internacional de antropólogos decidiera que el congreso internacional de 1880 se celebrara en Lisboa, con objeto de dilucidar definitivamente la cuestión. El congreso celebrado aquel año en la capital portuguesa sirvió para reforzar más aún el convencimiento de muchos de los principales antropólogos y prehistoriadores de la época (muy especialmente, el de G. de Mortillet), de que al menos desde el mioceno, ya existía en Europa un ser inteligente - no necesariamente un “ser humano” idéntico a nosotros - que trabajaba los sílex de una forma intencional, para darles un uso en la caza o en sus quehaceres cotidianos.

Ahora bien, Carlos Ribeiro falleció poco después del congreso de Lisboa, y su puesto al frente de la comisión geológica de Portugal quedo ocupada por el geólogo y antropólogo Nery Delgado, amigo y discípulo de Ribeiro, pero que siempre se mostró escéptico en torno a los descubrimientos de su maestro. Delgado asistiría al siguiente congreso internacional de Antropología, celebrado en París en 1889, precisamente en compañía del autor del boceto manuscrito que ahora se publica por primera vez, Francisco Ferraz de Macedo. Ferraz fue el primer cultivador de la antropología física portuguesa en su vertiente craneológica y criminalista, hasta el punto de que otro eminente antropólogo portugués, Leite de Vasconcelos - creador del Museo Arqueológico do Carmo, en Lisboa - le consideraba como “el patriarca de la antropología portuguesa”. Su colección de cráneos y esqueletos humanos, una de las más importantes del mundo en su época, se perdió irreparablemente en el último gran incendio sufrido por el Museo de Historia Natural lisboeta, en cuya biblioteca encontramos el manuscrito que ahora publicamos.

En el congreso de París, las dos autoridades portuguesas, Ferraz de Macedo y Nery Delgado, sostuvieron muy diferentes opiniones acerca de la cuestión de los humanos terciarios. Por un lado, Ferraz se mostró apasionado acerca de los descubrimientos de fósiles en los depósitos terciarios de Castenedolo, cerca de Brescia (N. de Italia), hasta donde incluso viajó para dirigir unas excavaciones en las que empleó, durante seis semanas, hasta ocho obreros, cuyos sueldos pagó enteramente de su bolsillo. Por su parte, en el mismo congreso, Nery Delgado desacreditó la importancia real de tales hallazgos de Castenedolo, reputándolos el producto de una sepultura reciente en los depósitos terciarios. Además, en otra sesión del congreso, Delgado realizó una importante comunicación en la que, con toda la “diplomacia” y el respeto debido a su fallecido maestro Carlos Ribeiro, prácticamente echaba por tierra la hipótesis de aquel, acerca de la existencia de sílex trabajados intencionalmente en los depósitos terciarios de los valles de la cuenca del Tajo.

Con ello, la principal “evidencia” - junto con los sílex de Thenay -, a favor de la existencia del ser humano durante la época terciaria, quedaba ahora refutada por los mismos portugueses, sus principales impulsores en los anteriores congresos internacionales...

La nota manuscrita que ahora publicamos es un boceto de una carta encomiástica de Ferraz de Macedo a Nery Delgado, en la que le felicita por la reciente publicación de una memoria de Delgado sobre el congreso parisiense, en la que ambos sabios portugueses mantuvieron posturas tan dispares acerca de la cuestión del ser humano terciario. Esperamos que estas breves líneas puedan servir para darle valor histórico y significado.

JUANMA SÁNCHEZ ARTEAGA
Dpto Historia de la Ciencia. CSIC. España

Juanma Sánchez Arteaga nació en 1974. Es doctor en Biología por la Universidad Autónoma de Madrid. Ha desarrollado su trabajo en diferentes instituciones académicas europeas y americanas, entre ellas, el C.S.I.C. (Madrid), CNRS-CENTRE ALEXANDRE KOYRÉ, PARÍS, MUSEU NACIONAL DE HISTORIA NATURAL DE LISBOA, INSTITUTO DI ANTROPOLOGIA, FIRENZE, SKIDMORE COLLEGE, NY. USA. FACOLTÁ DI BIOLOGÍA DELLA UNIVERSITÁ DEGLI STUDI DI FIRENZE, UNIVERSIDADE FEDERAL DE BAHIA, (Salvador de Bahia, Brasil). Ha publicado el libro “LA RAZÓN SALVAJE” (Lengua de trapo, Madrid, 2007), con el que obtuvo el V Premio de ensayo Caja Madrid, así como numerosos artículos sobre epistemología y filosofía/historia del conocimiento en diversos foros virtuales (entre ellos el Triplov), y revistas especializadas.