Matilde Espinosa o la Metáfora de la Poesía
Mary Edith Murillo Fernández

Introducción

En el mundo y en particular en Colombia, la poesía escrita por mujeres no ha sido difundida de manera amplia, sólo se empieza a conocer desde hace más o menos cincuenta años cuando las circunstancias sociales, políticas, económicas y culturales así lo permitieron. Los fenómenos culturales que han posibilitado el conocimiento, el reconocimiento y la difusión reciente de la poesía escrita por mujeres de diferentes clases sociales, etnias y lenguas son las antologías y los encuentros de poesía.

En Colombia contamos principalmente con los encuentros de poesía celebrados cada año en Roldadillo, Valle, organizados por la poeta Águeda Pizarro y el maestro Omar Rayo; en Cereté, Córdoba bajo la responsabilidad de Lena Reza, y en Tenjo, Cundinamarca, por mujeres poetas de la región.

Así pues, desconocemos en gran parte la poesía escrita en Colombia por nuestras mujeres y apenas estamos entrando al reconocimiento de éstas. Una de ellas es la poeta caucana Matilde Espinosa, quien actualmente vive en la ciudad de Bogotá en medio de los jardines y la altura de la ciudad, al igual que de sus versos.

Hablar de sus libros, de su poesía, de su arte poética y de la concepción que se deja traslucir en cada una de sus palabras, es un motivo de trascendencia. La intención de este artículo, en primera instancia, es presentar un breve recuento de la vida y la obra de la poeta, y en segunda instancia, una reflexión sobre la concepción poética en dos obras recientes La ciudad entra en la noche, publicada en el año 2001 y La tierra oscura publicada en 2003.

Al encuentro con una mujer: Matilde Espinosa

Matilde Espinosa nació en Tierradentro, Departamento del Cauca, a principios de este siglo. Es una mujer vital, activa, bella y goza de la juventud espiritual, todo esto se manifiesta tanto en el trato personal como en la lectura de cada uno de sus poemas.

Ha viajado por diferentes países del denominado bloque socialista y ha vivido en París y Madrid. Esto, entre otras cosas, le permite tener una clara posición filosófica y política frente a los acontecimientos del mundo y de Colombia que, estéticamente de manera directa o indirecta, se manifiestan en su obra poética.

Respecto a su familia, sabemos que su padre, Luis Espinosa, era hijo del orfebre Rafael Espinosa, conocido también por ser poeta y pintor, y por ser descendiente de José María Espinosa, célebre por ser miniaturista. Tal vez de allí y de su profunda sensibilidad por el mundo, venga su herencia artística. Su madre, María Josefa Fernández, quien era maestra, enfermera y ejercía las funciones de partera en esta zona multicultural del Cauca, vivió en esta región hasta que Matilde Espinosa cumplió seis años de edad; ya que decidieron cambiar su residencia en Santander de Quilichao para, finalmente, establecerse en Popayán, capital del departamento del Cauca.

El hecho de que su madre trabajara durante algunos años en Tierradentro, Cauca, una región multicultural, le permitió vivir entre dos culturas, entre dos lenguas: la castellana y la páez, podemos decir, en consecuencia, que Matilde Espinosa nació entre dos formas distintas de concebir la palabra y, por consiguiente, el mundo.

Esta doble mirada cultural y el hecho de tener que asumir desde temprano el cuidado de sus hermanos, ya que su madre trabaja en el campo social como lo describimos anteriormente, y en algunas ocasiones se enfermaba, le permite una percepción holística y amplia de la cultura; le posibilita no sólo asumir una sensibilidad sobre lo subjetivo sino también sobre el acontecer y los sentimientos de los otros. Surgen así, de esta mujer, las palabras hechas poesía.

Hacia el año de 1929 conoció al pintor Efraín Martínez, por medio de su hermano Jesús María, también pintor. Martínez es oriundo de la ciudad de Popayán y reconocido en la actualidad por su obra Apoteosis a Popayán , obra que preside el Paraninfo Caldas de la Universidad del Cauca. El maestro Efraín Martínez era doce años mayor que ella, quien contrajo matrimonio antes de cumplir 18 años de edad. De este matrimonio nacieron sus hijos: Fernando y Manuel José.

Durante esta época la poeta Matilde Espinosa se convirtió en modelo para las pintura de su esposo: “casi todos los cuadros de desnudos corresponden a mí, yo le posaba en una buhardilla donde vivíamos en París y fui, no lo digo yo, lo dijo él mismo, su estímulo inspirador”.1

Posteriormente y debido al mal carácter del pintor, la poeta tomó la firme decisión de separarse. En aquel entonces tomar una determinación como ésta en una sociedad como la de Popayán era algo que le movía el piso a la sociedad payanesa. El maestro entabla contra ella una demanda por abandono de hogar; es entonces cuando la poeta acude a los servicios del joven abogado Luis Carlos Pérez. Él la defiende, sale bien librada de aquella demanda y además, se enamora de ella. Es un bello romance no permitido en esta época ni por la sociedad ni por la Iglesia. Así que debieron viajar hasta la república vecina del Ecuador para contraer nupcias por lo civil.

Espinosa es una poeta que se caracteriza por ser sensible ante el dolor del mundo, ante el dolor de sus hijos, sensible y transparente ante el mundo que le circunda y que padece; ella con una concepción cristiana amparada en la creencia a la virgen y en las descripciones de cristo realizadas por su madre, ella con su andar suave y pensativo, ella es la mujer que se mira en el espejo de sus versos, una poeta colombiana con aliento universal.

Ha publicado varios libros de poemas: Los ríos han crecido (1955), Por todos los silencios (1958), Afuera las estrellas (1961), Pase el viento (1970), El mundo es una calle larga (1976), Memoria del viento (1987), Estación desconocida (1990), Los héroes perdidos (1994), Señales en la Sombra (1996), La sombra en el muro (1997), La ciudad entra en la noche (2001) y La tierra oscura (2003).

Por otra parte, cabe destacar el hecho de que ha sido incluida en varias antologías latinoamericanas y colombianas, y su poesía ha sido estudiada de manera crítica, al igual que ha sido traducida a lenguas como el inglés y el francés.

Ha recibido varios premios y condecoraciones por su trabajo literario, entre los cuales contamos los siguientes: Homenaje Nacional: XVI Encuentro de Poetas colombianas, Museo Rayo, 2000; Homenaje XX Encuentro internacional de escritores de Chiquinquirá, Boyacá 1999; Condecoración Gran Orden del Ministerio de Cultura a la Reconocida escritora Matilde Espinosa, por más de 40 años dedicados a la poesía y como precursora de la poesía social en Colombia, Bogotá 1998; Homenaje Encuentro Interamericano de Poesía “Ciudad de Popayán”, organizado por la Alcaldía y Secretaría de Educación y Cultura, Popayán, 1998.

En esta oportunidad no puedo dejar pasar por alto el poema “Agua” de la obra Los ríos han crecido (1955), el cual descubrí y que me ha permitido como el agua del río transparente, apreciar el resto de su poesía:

Doncella de las rocas, niña sin sombra entre la hierba verde, estalactita sorprendida en las manos oscuras de las grutas. Azahar de la antigua corona de la tierra, nodriza del arroz y de las barcas, peinadora de musgos y de sauces, espejo tembloroso donde el mundo contempla su rostro in numerable. Cuando rompes tus venas en mi cuerpo pienso en la sed del mundo, en su pecho quemado y en el duro estandarte de sol en los desiertos.

Después de conocer este poema he leído con tal pasión la obra de la escritora Matilde Espinosa, que quisiera trabajar toda su poesía, pero son las dos últimas obras La ciudad entra en la noche y La tierra oscura, las que nos convocan en este texto para reflexionar sobre el hecho poético en Espinosa.

La ciudad entra en la noche

Muchos poetas colombianos como José Asunción Silva y Fernando Charry Lara, sólo por nombrar dos, y muchos poetas extranjeros han escrito sobre la noche, convirtiéndose ésta en un leiv motiv presente en todos los géneros literarios, particularmente en el género lírico.

También nuestra poeta colombiana Matilde Espinosa ha tomado la noche como elemento primordial en algunos de sus escritos poéticos; la obra La ciudad entra en la noche lo trabaja de manera sustancial.

La ciudad entra en la noche es una obra que publica en el año 2001, con Trilce Editores, dedicada a su hijo Fernán y a Guillermo Martínez. Esta obra poética es prologada por la misma Matilde Espinosa, quien hace una fuerte crítica a la inutilidad de los prólogos, ya que para la autora éstos son hechos más para adular a los amigos y para la publicidad del libro que para cualquier otra cosa:

Algunas veces he pensado en la inutilidad de los prólogos; la solicitud implica un compromiso. ¿Valdrá o no valdrá la generosa colaboración de la cual se esperan conceptos favorables puesto que nadie publicaría un libro con un prólogo ajeno a los intereses del autor?

Así, este prólogo se convierte en una invitación sincera a leer los poemas, desde la madurez que la poeta tiene ya en esta etapa de su creación estética.

Respecto a la estructura, La ciudad entra en la noche es una obra que consta de treinta y dos poemas, cada uno de ellos titulado de manera independiente, pero que es como una gota de agua, que llega al lecho de un mismo río y se junta con las otras gotas para llevar su propio curso.

Inicia con un poema titulado igual que el libro. Desde el mismo título nos da indicios del dolor humano que habita en un espacio urbano, donde el silencio de la noche y el sueño son una de las posibilidades paradójicas para abordar y, a la vez, abandonar el mundo del dolor.

Reitero que el libro comienza con un poema que coincide con el título del libro. En este poema la noche es personificada, es la desposada con el cielo, es una mujer en cuyo vientre clamoroso deshace delirios que fluyen como líquidos maternales que concluyen en la muerte, y nada ni nadie es capaz de detener:

Nadie detiene / su fluir sombrío / ni el grito satánico / ni la pupila delincuente / ni la lujuria desatada / ni el veleidoso paso / hacia la muerte.

Este poema está dividido en dos partes, en la segunda se refiere a la noche en relación con el tiempo y el sueño: “Se adentra / se desplaza / hacia el profundo corazón / que acecha el tiempo / y el espacio / en la embriaguez / o la quietud del sueño”.

Por otro lado, lo fa tal está presente, asimismo, el fluir del tiempo sin que nadie pueda detenerlo, marcando el compás de la noche y aclamando la herencia que cada uno de nosotros tiene o deja en el vivir y en el partir. Así, pese al tiempo, a la vida y a la muerte, algo nos pertenece:

“No sé si la inocencia / si la nueva mirada / sobre el mundo / o el lento andar h / hasta llegar a su alma. / Siento temor frente / a la herencia de los siglos / en una flauta o en una caña / rota o en una voz de niño”

“No es misterio ni sueño / este desliz inclinado hacia / la hoja de papel perdida / en el follaje de nombres / y de sombras con el aliento / de vivos o de muertos (…)” “Algo me pertenece / cuando caen las hojas / en su agonía celeste”

En gen eral, la noche aquí se concibe como la representación del dolor y la muerte del ser amado, en conjunción con el tiempo y la nostalgia del pasado, el tiempo que se va hilando en un telar, el tiempo, madeja de hilo silenciosa; todos estos elementos se manifiestan visiblemente en algunos versos como estos del poema titulado “Un día sin nombre”:

“En qué momento, amor, / se oscureció tu calle / y tu casa fue el blanco / de la sombra?” Una ola de polvo / lloroso y amargo / se estableció en la hora. / Desde entonces el tiempo / madeja silenciosa / va corriendo sus hilos / para la dura tela / que defiende mis lunas / secretas. / Lentos trascienden los días / a donde sólo llega / el temblor de la luz / en el vacío.

Además, en estos versos la temporalidad no queda resuelta con el término un día, el artículo un es indeterminado dando el significado de determinado también al sustantivo que lo acompaña día; un día , es cualquier día.

Asimismo, la ciudad se constituye en la figura central de grandes acontecimientos de hecatombe, miedo, muerte y destrucción, pero también del amor y de la alegría. Así todos estos elementos se configuran en los versos de este libro como un lugar de desafío o de esperanza, como un espacio donde la frase “si fuera posible” se compara con el sol que funde en una sola mirada la ciudad.

También otros elementos se constituyen en sinónimos de ciudad o por lo menos hacen alusión a ésta como la palabra calle o casa. Que juegan en permanente relación con ciudad. Aquí entonces, la esperanza renace y renace, por lo tanto, el deseo de que lo imposible, en la esfera del tiempo pasado, se convierta en posible. Aquí la voz no es de silencio, es una expresión del sentimiento humano rodeado de pesadumbre; sin embargo, no es el pesimismo el que se toma la vocería, por el contrario, se plantea la violencia y la miseria humana no a manera de queja, sino de protesta con el ánimo de aflorar una polifonía, donde las múltiples expresiones sobre este mismo sentimiento converjan.

En este sentido, podríamos afirmar que la concepción de la noche tiene varias voces, varias direcciones, varios focos con múltiples miradas que convergen. Así en el poema Principio y fin de la alegría el tono es de la vida, del nacimiento, es todo un festín desde el amor, pero sigue siendo la personificación de una mujer de donde nace el bosque como un recién salido: “Invocando los dioses / y los mitos / se tropezó mi frente / con la primera instancia / de la estrella en el agua, / del bosque recién salido de la noche / de los insectos peleándose en el aire / la fiesta del amor”.

En consonancia con la noche, otros elementos poéticos y formas literarias que conviven con ella hacen su aparición suntuosa en el transcurrir estético de la obra como: las sombras, el sueño y la estrella, este último elemento lo usa de manera reiterada y más bien en singular como el elemento paradisíaco, edénico y hasta premonitorio:

“Si la estrella me hablara de su muerte / y yo entendiera su idioma alucinante / otras formas renacerían de las sombras / y otros vuelos distantes”. Respecto al sueño encontramos ver sos tan bellos como estos: “soñando empujamos / algo que se parece al tiempo / se deshace la cortina / que esconde la mañana / en la verdad que soñamos / o en la mentira de la madrugada”.

De otro lado, también la dualidad se hace presente y rodea la arquitectura textual de la obra, en oposición armónica de la noche: luz ver sus oscuridad o tinieblas como sinónimo del último; sol en oposición de luna y vida en dualidad con la muerte : “Misteriosas formas nocturnas / se desplazan buscándose / o buscándonos porque / en el fondo nos envuelve / el mismo cieno devorador / de estrellas en los juegos lunares”.

En este juego de elementos como en una sinfonía de sonidos en crecendo o como una gama de colores en el arco iris dibujado tras una lluvia leve, hace una entrada triunfal el sueño:

“Crece el sueño / la palabra duerme / no hay eternidad / solo el instante / sin ecos ni campanas”.

“Crece el sueño / en la medida en que se hunde / la figura humana / como el barco perdido en alta noche.”

“No hay respuestas / ni idiomas / solo el sueño devora / las visiones / entrelazadas / en busca de las manos”

“Sopla un viento frío / no duele ni limpia / el nebuloso esguince / de los cielos.

Todo esto para aparecer posteriormente el poema “Nocturno”, dividido en tres partes y con el epígrafe “como era en el principio”, al igual que la oración cristiana “como era en el principio, por los siglos de los siglos, amén”.

Aquí el terror del hombre, ante el dolor de la muerte y de la soledad es un imperativo poético, hay un aliento de muerte tras la pérdida o el extravío del amor acompañada de las reminiscencias de la infancia temprana sobre el miedo ante el sufrimiento y la imagen consagrada y heredada de un cristo que padece, sangra y sufre en representación del dolor:

“Vuelve la tiniebla. / Se despereza el mundo / y en su embriaguez nocturna / torpemente recorre los espacios / y lo asombra el terror del corazón del hombre.”

No es el diluvio / ni el naufragio que espanta; es algo más profundo / es el duelo palpitando / sobre la carne viva / sobre el juguete muerto / del niño que indaga / la soledad del mundo” (…)

“De niña, al mirar las densas / nubes negras sentí el pavor que / ahora / sacude el sol que alumbra las heridas que sangran / de los cristos del alma”

Sin embargo, el libro no finaliza allí, cierra con los últimos poemas de amor que se inauguran con Epitafio en memoria a su amado Luis Carlos Pérez, el hombre que conoció como abogado de su familia, con quien contrajo nupcias en Ecuador, dado que su primer matrimonio realizado por la Iglesia Católica con el pintor Efraín Martínez, le impedía realizar un segundo matrimonio en Colombia.

En Epitafio hay una pregunta a Dios: ¿Por qué tantas veces se muere en la misma agonía ante la pérdida del ser amado? Pero más que una interrogante es una queja ante la imposibilidad de comprender el dolor de la partida: “No valen los silencios / tampoco alivia el llanto. / Ruedan

por los espacios / las almas y los rostros”.

De igual manera, el poema “El amor” es un llamado de atención:

“Qué destartalado está el mundo / por falta de amor y como se escucha / el sórdido rugido de las cimas / en su implacable queja / de arenas y de fuego”; un llamado de atención ante la falta de amor que no conmueve, ante el desamor que cobija las sombras del dolor y de la muerte.

Esta misma concepción se manifiesta en el poema final “Tal vez era el amor”: “¿En donde está el amor? / ¿Dónde su oído / esa antena sutil / que precisa el instante? / Talvez se refugió / en las grutas / de donde vino un día / tal vez duerme o reposa entre los socavones / para apagar su escalofrío”.

Así, en La ciudad entra en la noche, el amor hace su aparición final sentenciando que de un lado, la vida es un triunfo sobre la muerte, y del otro, sufre una metamorfosis: pasa del amor individual e íntimo, al amor colectivo, suficiente este último para que el ser humano y la ciudad entre en la luz, en la comprensión al “otro” ajeno y distinto, y el ser humano no se quede en las tinieblas de la noche y del miedo.

La tierra oscura

El otro libro de poesía que nos convoca en esta oportunidad, para este estudio es La tierra oscura. Ésta es una obra que estructuralmente consta de veintidós poemas titulados al igual que la anterior obra citada, de manera independiente y justo el poema número once, se llama igual que la obra.

La tierra oscura es una obra publicada por Arango Editores en el año 2003 y prologada por el poeta colombiano Mario Rivero. Este prólogo lo ha titulado Una tarjeta para Matilde, y en realidad lo es. En él expresa cómo Matilde Espinosa se separa, desde su primer libro, del lenguaje lírico y confesional en el que se expresaban las mujeres de aquel momento en Colombia y más que una invitación a leer los poemas o un halago permanente a la autora y a su obra, es un reconocimiento crítico a la concepción poética de esta colombiana:

Como figura estelar de la poesía femenina colombiana, Espinosa se abre a la cultura del mundo, sin jactancia, pero sin complejos. Capaz de construir un razonamiento filosófico, y a la vez, de entregarse a esa pasión de su vida, a la que le rendiría todo: al absorto idioma de la poesía, pero asumida como acto de reflexión, como forma sensible del pensar, no como ornato o distracción que azulaba por entonces, los oscuros contornos del “ghetto” femenino.

En La tierra oscura para referirse a la tierra no se habla directamente de ella, sino que se hace alusión con palabras tan sencillas como “mundo” y “globo”, que en la poética de Espinosa se convierten en elementos estéticos.

En este sentido, Espinosa llora y clama con cada palabra la reivindicación de la vida con la magnitud poética que nuestro país y el mundo entero espera y necesita:

Presuntuosamente / me tomo la vocería del mundo / con medio sol y media lámpara / para volver a las ondulaciones crepusculares. / La constante es la presencia / de los seres y las cosas / haciéndose un sitio / al vaivén / que nos sustenta o nos destruye. / Se apuesta al inventario: / el globo gira / y de pronto es la vereda / con mis pies desnudos / o la dura escalera / de una mansión antigua.

La tierra oscura es una obra que plasma los sentimientos frente al dolor, pero no de una manera pesimista; es la construcción poética del dolor con una luz de esperanza, al igual que la anterior obra citada. Con un halo de reflexión, sin ser panfletaria, Espinosa rompe con estructuras poéticas para reclamar estéticamente la urgente necesidad de entender al otro, de sentir al otro, de pensar en los otros seres y en las cosas que nos rodean como elementos esenciales en la cotidianidad humana.

Se constituye de esta manera, la poesía en una voz que exalta, manifiesta, desea, detalla y sobre todo, denuncia. Esto se evidencia entre otros, en el poema “Recuadro”: “Ladra un perro prisionero / y el niño de la calle / indaga y canta. / En la lejanía la esquirla rompe el silencio y llora el aire. / Suben los murmullos / envueltos en neblinas / y descienden los miedos / buscando un rincón / un rodaje oxidado, / un paraguas de sombra. / La reliquia apretada / sobre el temor y el pecho / suspira larga mente”.

En consecuencia, elementos tales como el tiempo y las circunstancias frente a lo que acontece tocan el fondo de la esencia humana sin la posibilidad de remediar lo que sucede en el mundo; la tierra, sinónimo de mundo y globo , que abriga a los seres continúa extendiendo sus brazos de agonizante: Así, poemas como “Altas edades”, “Más allá” y “Ventanal del tiempo” son un acierto en la construcción de símiles y metáforas para describir en tono sentencioso, la profundidad de la concepción temporal en relación con la vida y la muerte, con el duelo y el amor presente en esta obra:

“Abro el ventanal del tiempo / y me estremece el malestar del mundo / como el gemir de un niño que no cesa, / como la terca gota de agua / horadando el metal / que abate y sangra.”

“El vendaval de las palabras / danzando sobre la tierra / que comienza a estrecharse / por la amenaza y la amargura.”

“No es para todos la aurora boreal / ni el último arrebol de los veranos”

Asimismo, sentimientos de ansiedad y de incertidumbre frente a la injusticia de la libertad se exaltan y se ponen en juego en medio de los versos de Espinosa no con desconsuelo, pero sí con el tono de denuncia estética, y con el pleno convencimiento de que el ser humano, a través del amor y la solidaridad, puede volver la tierra como lo que es: el símbolo de la vida y de la fecundidad, mas no de la muerte violenta: “ Ni el canto fluvial de las espumas / ni la palabra radiosa / ni los patios sellados / ni las heridas silenciosas / nada resuelven”.

“Los días se mecen / igual que un trapo / al sol y al engranaje de las horas. / Sucede al rimo del ¡ay! / de todas las edades”

“Si miramos más hondo / la ansiedad de otros mundos / nos sacuden / y en sueños se niegan al despojo, / a la condena, al tormento de ver pasar la liberta sólo en las nubes”

En toda la obra poética de Espinosa es visible la sensibilidad frente a los detalles más minúsculos que se constituyen en grandes reflexiones éticas y poéticas, pero en La tierra oscura esta capacidad estética cobra verdadera fuerza.

Una voz: No era una queja / tampoco la voz del caracol / en su playa desierta. / Ni el paso de la bestia / por un peñasco oscuro. / Era el presagio que florecía / los ecos y la ráfaga azul / de un juego niño / Era una voz sin fondo / aérea como el canto. / Si volviera a escucharla / entendería mejor el sesgo / de una voz sorprendida / en la noche.

Ya Rogelio Echevarria en su libro Quién es quién en la poesía colombiana publicado por el Ministerio de Cultura (1998) nos presenta una nota de la poeta colombiana Maruja Vieira, en la cual considera que:

Matilde Espinosa es una de las voces más altas, sonoras y cristalinas que haya producido en este siglo la literatura en idioma castellano (...) Pero no es en sus diez libros que radica totalmente el valor de su obra. Es en el permanente influjo que ella ejerce, sobre quienes se le acercan en busca de orientación y de consejo. Su voz, hecha de música y ternura, sólo sabe de palabras de aliento, de frases de elogio para el trabajo de las otras mujeres, de amistad y de amor (...) Se le han hecho homenajes, que ella presencia desde su hondísimo dolor por la pérdida de sus dos hijos, mientras, llena de ánimo, asume la misión de iluminar las horas arduas del bienamado compañero de su vida (Luis Carlos Pérez). Su voz, como una campana de oro, tañe y repica desde el amanecer hasta el ocaso, el ángelus de la poesía (...) Bella y sonora, su poesía está llamada a perdurar en el siglo que muere y el milenio que avanza, porque está hecha con los más puros elementos de la inteligencia, la bondad y la valentía.2

Asimismo, el dolor en la poética de Espinosa no es de carácter personal en el sentido plano de la palabra, trasciende; pues el dolor no es sólo el sentimiento humano individual frente a la muerte y a la destrucción, es el dolor humano individual elevado al sentimiento universal:

Somos Todos: Más allá / Somos todos soñando / O cambiando por la gota de luz / La mansedumbre.

Así, en el mismo poema advierte que la comunicación en gen eral y la palabra en par tic u lar son hechos necesarios para que el dolor y la muerte como formas de violencia desaparezcan: “verticales / tratando de alcanzar el círculo de una boca descomunal... / siendo todos la comunicación no existe.

Sin embargo, es lamentable saber que contamos con la palabra como elemento valioso de los seres inteligentes para la interacción, que la usamos y que no somos capaces de comunicarnos, en el sentido de comprendernos humanamente.

De otra parte, la poesía de Espinosa está rodeada de presagios, de misterio y de signos premonitorios heredados de una cultura cristiana en parte, pero también de lo mítico, tal vez observado desde aquella delicada sensibilidad en sus años más tempranos compartidos en una región bilingüe como Tierradentro, Cauca, observados tal vez de una cultura milenaria, casi extinta y que lucha por su supervivencia, una cultura que guarda con celo y dignidad la sabiduría aprendida a través de los siglos por tradición oral, una cultura ágrafa y milenaria donde la palabra oral lucha por no ser alada al lado del viento, sino por dejar semilla. Tal vez de allí hereda la sensibilidad de los presentimientos, de lo premonitorio y los presagios.

De esta manera, la poesía de Matilde Espinosa tiene magia para describir los eventos, las cosas y los detalles desde los más grandes, hasta los más mínimos de la percepción del alma humana tejidos en cada una de las palabras, en cada uno de los versos, de los poemas y en

gen eral, de su arte poética:

“Los nuevos signos / deben darse al amanecer / cuando el animal bosteza, / cuando cae sobre la tierra / la primera lágrima / Cuando los pájaros emprenden el vuelo / y es pequeño el cielo para sus alas / (...) Otra vez los signos / haciendo guiños en mis ojos / llenos de silencio y de miedo / buscando el misterio de la última pregunta”.

La tierra oscura hace alusión a la muerte, a ese estado en el que los vivos somos incapaces de comprender, mas no por el estado, sino porque ha sido llamada y producida fuera de su curso normal, porque entró a la casa, a la calle y a la ciudad no esperada, antes de ser llamada; así la muerte es una forma no entendida, cuestionada y reclamada, es como si cada uno de nosotros debiera volver a las entrañas de la tierra, después de vivir y morir pero no de una manera violenta:

“Cerca del corazón / la tierra oscura / es el insólito abrazo / de todos los regresos”

Pero es el adjetivo “oscuro” el que convierte este hecho en un interrogante, en un elemento oscuro e incomprendido, ya que está circunstancialmente envuelto en la injusticia de no dejar continuar la vida hasta su curso normal. Esta situación es visible desde el epígrafe del poema “Sin nombre”, tomado del poema Las coplas por la muerte de mi padre del poeta Jorge Manrique:

“Nuestras vidas son los ríos / que van a dar a la mar / que es el morir”

“Se comienza negando el peligroso río / leve o profundo / como un llamado oscuro. / Se incorpora la voz / vasalla en la derrota del “gran silencio” / usurpador de claridades / en la lucha perpetua / de la luz y la sombra.”

“Se camina, se sueña / y se enciende el lagar / que asumió la sentencia / de guardar las cenizas / sin el mar o la tierra / blanqueada por el sol”

“No hay tiempo / ni abscónditos encuentros / sólo la culpa imaginaria / con la palabra / ¡Siempre!”

Este acento de lo oscuro es más evidente en el poema “Después de los sueños”, a la memoria de su hijo Fernando. Como bien sabemos, la pérdida consecutiva de sus dos hijos no pueden no dejar huella profunda y dolorosa en una mujer con la sensibilidad de Matilde Espinosa, manifestándose directamente en su estética:

“¿En dónde queda el cielo / cuándo los sueños suben o dan su orilla / para llegar más alto a quien quiso / dormir con las estrellas?”

Es evidente este tratamiento temático en el poema final titulado “Territorios ardientes”, donde las preguntas filosóficas hacen parte central de la estructura poética: ¿Dónde la vida, dónde la alegría, dónde la música? En este mismo poema la tierra ya no es la imagen de fertilidad y de vida que usualmente conocimos en La ciudad entra en la noche , es ahora la imagen de la desolación y la muerte en conjunción con el entorpecimiento del agua, es más bien un panorama cercano a lo apocalíptico:

Ahora que no hay tierra / sino llanura seca, / hojarasca arrastrada / por el ardor del clima / cuyo oleaje negro interroga: / ¿Dónde la vida, dónde la alegría / dónde la música? / Entorpecieron el Agua / y el cielo hace duelo / sobre los territorios ardientes

Estos dos libros de poesía se constituyen en la poética del dolor y la esperanza, del reclamo justo por la vida y la negación de la muerte violenta. Matilde Espinosa, toda ella es poesía, al igual que sus versos sostenidos por un lenguaje sencillo, pilar para expresar sentimientos cotidianos con reflexiones éticas y filosóficas, construidas en una estética para el amor.

Bibliografía

Espinosa, Matilde (2001), La ciudad entra en la noche , Bogotá: Trilce Editores.

_______ (2003), La tierra oscura , Bogotá: Arango Editores.

Castellanos, Gabriela (2002), Inocencia ante el fuego, enero, Cali: La manzana de la Discordia.

Echavarria, Rogelio (1998), Quién es quién en la poesía colombiana .

“Matilde Espinosa, esposa del Maestro Efraín Martínez”, Lecturas Dominicales del diario El

Tiempo , edición del 17 de enero de 1999.

Mary Edith Murillo Fernández
Profesora del Departamento de Educación y Pedagogía, Universidad del Cauca. Miembro del Grupo Literario Amaltea. Contacto: mmurillo@ucauca.edu.co .
 
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