Procurar textos
 
 

 

 

 

 






 

 


THELMA NAVA

La seducción de las palabras

El copioso estilo de la realidad no es el único: hay el del recuerdo
también, cuya esencia no es la ramificación de los hechos,
sino la perduración de rasgos aislados. Esa poesía
es la natural de nuestra ignorancia.
Jorge Luis Borges

Espacios de fantasía y fabulación
Vocación originaria
Incursiones vislumbradas
Luminaria amorosa
Espacios de ruptura
Futuro e incertidumbre
Biobibliografia

Vocación originaria

Mis padres eran decimonónicos en su forma de ver la vida, en especial mi madre. Fui hija única de un matrimonio mayor y desafortunadamente jamás pude conocer a ningún abuelo. De vez en cuando veía a algunas tías y primas. Casi no tenía amigos y cuando llegaba a reunirme con ellos, siempre era con la inevitable presencia de mi madre, constante chaperona. Gracias a un precoz enamoramiento empecé a escribir poesía un poco más en serio. Este ritual solitario era mi alimento secreto. Era como hurgar en el cofre del tesoro donde me deslumbraba la seducción de las palabras, sus ritmos y significados. La poesía, encontrada como a la ballena blanca del capitán Ajab, me daría la definitiva certeza de que es lo único que nos mantiene vivos y nos rescata del olvido.

Hubo un tiempo en que leía ávidamente todo cuanto encontraba en la pequeña biblioteca de mi padre, en la que predominaban libros de psicología y filosofía, junto con obras maestras de la literatura. Fue allí donde se me revelaron El ingenioso hidalgo don Quijote dela Mancha y las Novelas Ejemplares, de Cervantes. Allí encontré también la Biblia, compendio de sabiduría que hasta mucho después habría de valorar debidamente. Las obras completas de Goethe me tentaban desde entonces, pero en esa época sólo me cautivó el Werther. Los títulos de los libros se agolpan en mi memoria: Los bandidos de Río Frío, Las calles deMéxico, y El conde de Montecristo son apenas un ejemplo de todo cuanto me interesaba. Disfrutaba tratando de interpretar a Freud y Jung, a quienes leía con enorme interés y apasionamiento. Eran mundos alucinantes que se ofrecían a mi interés y que gozosamente iba descubriendo de a poco. Recuerdo que en una ocasión una amiga de mi padre (quien por cierto se apellidaba Asúnsolo y era prima de Dolores del Río) le dio a guardar un librero repleto de libros donde encontré de todo, menos poesía, pero por supuesto me leí completo ese inesperado tesoro que estuvo a mi disposición por un buen tiempo. Encontré, novelas, cuentos, ensayos y qué se yo cuántas cosas que significaron un verdadero festín para mi incipiente curiosidad.

.