Antología Personal de la
Nueva Poesía Chilena
Selección y prólogo: Francisco Véjar

Prólogo

Toda antología es arbitraria por antonomasia. No se pueden abarcar, todas las voces que surgieron en los últimos 16 años, en Chile, en un pequeña muestra de poesía, menos con un número reducido de poetas. Por lo mismo, no se pretende establecer jerarquías ni ser un ensayo de poética chilena de acuerdo al concepto de “generación”. Es una fotografía, en cierto sentido y se quiere dar cuenta de la riqueza y fecundidad de los poetas que ahora presentamos.

Por una parte, está la poesía lárica, inaugurada por Jorge Teillier, en la década del sesenta. Dicha escuela, postula un tiempo de arraigo que se manifiesta en una vuelta a las raíces, al lar y a la aldea. Es el caso de Jaime Luis Huenún, quien a través de la lectura atenta de Teillier, descubre al poeta austríaco Georg Trakl y de esa manera, se integra al paisaje, la tierra y sus tradiciones.

Su poesía es mestiza. No en vano, uno de sus principales libros lo tituló Puerto Trakl (2002), evidenciando así, su filiación a la obra del vate germano. La cultura mapuche es fundamentalmente oral, pese a ello, sus poetas la vierten al mapudungún, su idioma originario. Son muchos los ejemplos de mapuches en la actualidad; Elicura Chihuailaf y Bernardo Colipán, entre otros. Con todo, Huenún explora el mundo de sus antepasados y lo trae al presente, lleno de vigor y temporalidad. Además, de legarnos su propia impronta.

Por su parte, Javier Bello hace visible la gran diversidad que existe en la poesía chilena. Dicha diversidad ha marcado la continuidad de su tradición, en los últimos 100 años. La búsqueda de Bello tiene relación con poetas barrocos como José Lezama Lima, y con cierta parte de la poesía española. En su poema Jaula del padre, escribe: “De todos los que comen en esta mesa / el único que vive su fuego es el padre”.

Asimismo, Julio Espinosa Guerra, actualmente radicado en España, dialoga con su poesía, con autores contemporáneos y de otras épocas. La coherencia de su obra se verifica, en la fusión del sentido y la forma que se hace presente en el poema. Según Gaston Bachelard: “La poesía es una metafísica espontánea”. Espinosa, no está lejos de aquella sentencia. En Las metamorfosis de un animal sin paraíso, dice: “Ser como el grillo / y su canto / Permanecer oculto / en las esquinas / de la casa / y decir tanto / con tan poco”.

Aquí se hace urgente recordar el ensayo de T.S. Eliot, titulado La tradición y el talento individual, publicado en 1917. Apunta Eliot: “Ningún poeta, ningún artista, de cualquier clase que sea, tiene, por sí solo, su sentido completo. Su significado, su apreciación es la apreciación de su relación con los poetas y artistas muertos”. Por lo mismo, Damsi Figueroa es según su vida y lecturas. Ella continúa la posta de Alejandra Pizarnik y de otras poetas femeninas. No sigue el camino de sus maestras, encuentra lo que ellas buscaron. Es irreverente y sus versos permanecen: “Si fuese la judía / levantaría con su belleza / los templos caídos de la Tierra” y más adelante, anota: “Nuestra Judith aún no está bendita” (Estracto del poema Si fuese la judía).

Siguiendo otros caminos, Leo Lobos se comunica con sus lectores, a través de la imagen poética. Es creador de cuadros impresionistas y de atmósferas cuyo eco, cobra total sentido en el texto. Son instantes, lugares y sueños que traduce en versos. Sin ir más lejos, alterna su poesía con la pintura, logrando exponer en numerosas galerías e ilustrar libros de poetas como Cristiane Grando. En Disculpa para una oveja irreal, versifica:”perdóname oveja / pero las palabras / transmigran / una a una / al gran libro / mueren como nosotros / También / gota a gota / como el hombre”.

Desde el sur de Chile, Mario Meléndez ha construido su obra. Está lejos de las modas literarias. Se desplaza promoviendo la poesía chilena, por donde quiera que vaya. No es casual que sus poemas se lean con la misma naturalidad y silencio, con que brotan las hojas de los árboles. Trae de vuelta la voz del indiginismo y de la tierra: “Que salga el Guayasamín que cada uno tenemos / que salga el indio entre las piedras, médula a médula”. (Parte del poema Que salga el indio entre las piedras). La lectura atenta de sus textos, evidencia otros influjos poéticas.

Por otra ruta viene Armando Roa Vial. Desde niño empezó a admirar la cadencia de los poemas de Robert Browning y de Thomas Hardy. Más tarde, junto a su padre conoció a Jorge Luis Borges y desde ese momento, sintió el llamado profundo de la literatura. Hoy se desplaza por distintos géneros; la narrativa, el ensayo, la traducción y la poesía. La traducción de El navegante (1999), la elegía anglosajona del siglo nueve, marca un hito en dicha materia. Armando nos trae la técina del collage en la poesía y establece su dialogo con autores de otras literaturas y otros tiempos. Por ejemplo, en Hotel Celine (2003), invita al lector a pasearse por habitaciones, donde pasa Jaco Pastorius o Basil Bunting. En su libro la Zarabanda de la Muerte ocrura (2000), propone una bitácora de alguna de sus lecturas: René char, Octavio Paz, Olga Orozco, Hans Carossa, José Angel Valente, Emil Cioran, Gottfried Benn y G.M. Hopkins, entre otros. Su sentido profundo es quitarle el maquillaje a la muerte. Esa muerte que hoy se quiere ocultar y se le maquilla. Aquí se une a la música y cita al compositor norteamericano George Crumb. Allí leemos: “El poeta, dices, es un malabarista de la muerte”. La poesía de Armando Roa permanecerá y su aporte, es la savia renovadora de la poesía inglesa.

Mientras, Jesús Sepúlveda se define como poeta de la experiencia. Sus primeros fervores, tienen relación con los beatniks y la contra cultura. Vive en Oregon, Estados Unidos. Viaja con frecuencia por América Latina y Europa. En sus poemas, se pueden dar cita desde Williams Carlos Williams hasta Augusto Pinochet Ugarte. Es decir, da paso a la contingencia. Otro texto lleva el título de Yagé. En El Búho y la Alondra, nos vuelve a hacer sentir el dolor: “Hay días que duele despertar”. La mejor manera de entender a Sepúlveda es leyéndolo.

Aquí la poesía juega plenamente su rol: la imagen de un río subterráneo que emerge ante nosotros, con toda su herencia. En su mayoría, son poetas que comenzaron a publicar sus opúsculos a fines de los años 80 o principios de los 90. Tienen conciencia de su oficio y de su memoria que consigna en el poema: situaciones cotidianas, sucesos, parte de la historia, citas de otros autores, lo mapuche, las angustias ante la muerte y lo vernáculo. Sin duda, esta antología es un pretexto para que nos leamos, entre los poetas de América Latina, a quienes sólo el tiempo juzgará.