Pedro Sevylla de Juana

INICIACION A LA PINTURA

A Nicolau Saião, homem do Renascimento

Acuarela sobre papel

Yo tenía una mula parda,
fuerte
mansa
noble
brava.

Y tenía un arado
con la mancera de haya
y el timón curvado;
ancha vertedera
y reja aguzada
para abrir la tierra

Yo tenía una mula parda
y tenía un arado,
y juntos
los tres
nos íbamos al campo;
y al campo le abríamos surcos
y en los surcos sembrábamos el grano.

Yo tenía un carro,
varas de roble viejo
eje bien templado;
y su traqueteo
me aquietaba el ánimo.

Yo tenía una mula parda
y tenía un carro,
y juntos los tres
nos íbamos al campo;
traíamos la siega a la era
y la parva era un pan dorado;
oro la paja
oro el grano.

Yo tenía una mula parda
y tenía un arado,
yo tenía una mula parda
y tenía un carro;
y la tierra me daba
cien granos de oro
por cada grano.

Aerosol sobre muro enjalbegado

La primavera inicia el ciclo natural,
día veintiuno de marzo
música, color y bienestar,
modificando el tiempo y el espacio
con su influjo estacional.

Retorna el invierno a la desocupada madriguera,
dispuesto a tratar del cambio climático
en una serie de conferencias
con el otoño y el verano.

Suavizada la intemperie nocturna
la vida busca a trompicones
libertad, amor y mejora de fortuna.

Los democráticos modos
escalan poco a poco las cumbres del poder,
caen al precipicio empujados por brazos anónimos
y se debaten entre el ser y el no ser.

Progresa la actualidad transformada en imagen
revoltijo preparado con intención precisa
que no distingue entre estampas reales y virtuales.

La electrónica entrega ordenadores cada vez más complejos
capaces de contener el creciente saber universal
y la suavizada memoria de los grandes acontecimientos.


Pero el pueblo vive agobiado por los problemas viejos
aún sin resolver
a los que se suman de pronto los problemas nuevos.

La soledad marca la confluente trayectoria
de quien lee y quien escribe
cangilones de la noria
extremos de un hilo indivisible.

Inmortal cadáver hacia el cementerio
a la poesía la llevan entre cuatro seducidos
o entre cuatrocientos,
que son siempre los mismos
o sus herederos.

Sucedáneo del equilibrio y la armonía
el ritmo sazona múltiples ejecutorias
repetido son de la monotonía:
marchas militares y disparos de ametralladora,
mentiras hechas verdad a fuer de repetidas.

Extendido articulado de la ley del embudo,
la cadena que nos ata a los unos de los otros
nos separa a los otros de los unos.

Los dorados dedos de la amanecida
bruñen el gris metálico de las ciudades
que recuperan la palidez a medio día.

Los intermediarios sin ronzal y sin bocado
disparan sobre la multitud consumidora
ráfagas de iniquidad y precios altos.

Para dar satisfacción a un rico
son necesarios, cuando menos, mil hambrientos;
mil necesitados, mil indigentes, mil mendigos
para que un rico se sienta satisfecho.

Pinta oros el futuro de tan pluscuamperfecto como viene
y el pretérito decora las tarjetas de visita
de la gente que no sabe lo que quiere.

Todo ha de cambiar vertiginosamente
con el vertiginoso giro de los radios de la rueda
para que, continuidad y avance, todos se contenten.

Por lo visto y oído debemos sonreír
aunque nadie nos desvele el acertijo,
porque la primavera acaba de empezar
y el invierno se refugia en su escondrijo.

Pastel sobre cartoncillo

Recibí, al pasar, tu perfume;
y fui hacendosa abeja
en tu llanto de pétalos
de aquel septiembre de cera.

Llorabas
y para recoger las lágrimas
me convertí en sementera.

En cuanto surgían
fuente, cañal, arroyo, río
tus lágrimas ya eran mías.

Traspasando cualquier barrera
días de ira
directas iban a mi corazón
sombras heladas
y lo ahogaban.

Eras tan profunda como un beso
dado en el alma
con el alma.

Óleo sobre lienzo

La gente de la calle, la común y corriente
la que comienza el día cuando el día empieza;
esa gente magnífica que empuja el planeta
me entusiasma y me sorprende.

A las brisas frescas
y a las fragantes rosas
recién abiertas
esa gente les nombra
primavera.

A las travesuras de los niños obedientes
y a las gangas halladas en las tiendas
les dice esa buena gente
primavera.

A las noches serenas
y a la vecina luna
pálida y llena
les llama
primavera.

A comer tres veces al día
un plato de lentejas o un guiso de tubérculos
y algunas costillas
de gustoso cerdo,
le dice primavera esa gente sencilla.

A enlazar a tiempo un autobús con otro
para llegar puntual al taller o a la oficina
y trabajar con mucho agobio
once horas cada día,
cobrando después de larga espera
una paga mezquina,
le llama esa gente primavera.

A pasar una mañana entera
sin lumbago ni ciática,
reuma, gastritis o jaqueca
esa gente resignada
le dice primavera.

Los hombres y mujeres de carne y hueso
exceden mi enorme capacidad de sorpresa:
encaran la vida sin complejos
rezuman entereza
derochan esfuerzo
pregonan sus intimidades en las salas de espera
y al menor indicio de mejora
a la realidad más pequeña
a cualquier cosa
le llaman primavera.

Aguafuerte sobre cobre

Son tus caricias como puentes,
como infinitos caminos;
son como espejos,
como espejos transparentes tus ausencias;
son como plumas,
como plumas etéreas tus silencios;
son como plomo
como plomo candente tus excesos.

Bienestar lúcido y torpe
jubiloso dolor
horizonte detrás del horizonte
manantial de desazón
mágica palabra,
amor.

En mi noche te sueño azul y fuego
amor, de amor enamorado,
en mi noche te sueño
zafiro al rojo blanco.

Vitriolo sobre la carne viva

Mi grito es el grito del hombre resuelto
macho erguido o hembra valerosa
ciudad y campo abierto
calles, plazas y rondas;
valle, ladera o cerro,
las manos puestas en altavoz sobre la boca.

Mi grito es el grito de los habitantes todos del globo terráqueo
seis mil millones de voces
fundidas en sonoro abrazo.

Mi grito es el grito del tigre y la ballena
de los seísmos y volcanes
el grito de la mar océana
del viento que inflama las velas de las naves
el grito del huracán y la galerna.

Mi grito es el grito de la masa vegetal
el grito de araucaria y eucalipto
del cactus del desierto y la majagua del manglar;
un enorme coro que alcanza el infinito.

Mi grito es el grito de la tierra y el grito del mar
el grito de las nubes y el azul
la queja cercana y el bramido estelar.

Mi grito es el grito animal
el grito de los árboles y arbustos
el grito de las piedras sin labrar.

Mi grito obedece a la desesperación universal
y exige al demiurgo hipotético
ahora mismo y sin más
que aclare si la marcha imparable de lo aparente y lo cierto
tiene algún sentido y se debe a un plan.

Ese grito es mi grito
y mi garganta no para de gritar.


 

P.S.de J.

Pedro Sevylla de Juana.

Nasceu em Valdepero (Palencia, Espanha), em Março de 1946. Desejoso de resolver as incógnitas da existência, começou a ler livros aos onze anos. Para explicar as suas razões, aos doze iniciou-se na escrita. Viveu em Palencia, Valladolid, Barcelona e Madrid, passando temporadas em Genebra, Estoril, Tânger, Paris e Amsterdão. Publicitário, conferencista, articulista, poeta, ensaísta e narrador. Publicou dezassete libros (El hombre en el camino, Poemas de ida y vuelta, La deriva del hombre, Del elevado vuelo del halcón, etc). Reside em El Escorial, dedicado por inteiro às suas afeicões mais arreigadas: viver, ler e escrever.
Recebeu, entre outros, os seguintes prémios: Relatos de la Mar (1997), Ciudad de Toledo de Novela (1999), Internacional de Novela “Vargas Llosa” (2000).
Contacto: valdepero@hotmail.com