Héctor Hernández Montecinos

NGC 224 - INDEX

La interpretación de mis sueños
[fragmento]

Sâo Paulo, 10 de agosto, 2008

I

Un libro no compila más que las noches
en las que uno dejó de vivir y escribió
como si se tratase de convertir todas esas horas
en una pequeña caja fuerte para el futuro
donde ni los sorprendentes currículos,
ni todas las publicaciones o traducciones en el extranjero
tengan espacio ni mayor valor que el polvo
como igualmente lo son el orgullo y la propiedad.

A los 28 años
y estando en un país ajeno
los amigos se ven como poemas,
poemas que he leído tantas veces y con los cuales
he llorado          he odiado
he bailado          he amado
como también lo han hecho tantos poetas del futuro,
hoy disfrazados de adolescentes,
hermosamente insurrectos y mayoritariamente minoritarios.

Después de tanto viajar
me doy cuenta que los libros en otras ciudades
dejan de parecerse a lo que fueron
y en ellos se despierta la conciencia de muerte
contra la cual sólo saben murmurar
el nombre de su casa editora,
el año de su publicación,
o el pie de imprenta
que es lo mismo que decir:

me llamo X tengo X nací en X
y represento otra incógnita de la belleza.

Recuerdo perfectamente el día que comencé a escribir

tenía 19 años y la vida hecha mierda
ahí fue cuando imaginé hacer un libro
donde pudiera caber toda la pena y la rabia
que sentía hasta ese momento,
ese libro era más grande que todos mis sueños
y por eso
era una pesadilla.

Veo como nuevos muchachos y muchachas
convierten sus vidas en poemas llenos de delirio y ternura,
los he visto en muchísimos lugares
comiendo galletas y tomando vino
tanto en pueblos fantasmas como en fantasmas países
sin la soberbia capital de la chilena poesía
que tiene amarrada a la muerte dentro de un libro
que sólo se abrirá en un par de años.

Asimismo me di cuenta con decepción que los que estaban
inmediatamente antes que nosotros
quisieron escribir correctos poemas en insípidos compendios
en el muerto tiempo de una pálida y fría democracia
¿si eso no es miedo, hijos de puta, díganme qué es?

La literatura para ellos
fue una nueva dictadura del bienestar,
de lo conveniente que resultan treinta carillas
para leer en un viaje en metro,
y no quisieron jugar con la posibilidad de perder
por eso sus darditos fueron lanzados
a una fosa común que era como veían el compañerismo,
una de las pocas utopías posibles para hacer de este país
algo menos trágico y cruel;
por eso sus librillos sólo están en los anaqueles
de las universidades fiscales donde estudiaron
y ahora son parte de privadas bibliografías
porque ellos mismos ahí son los que enseñan
que si el fascismo es cultural es bueno
y que si los cómplices del duelo nacional
pueden reeditar obras olvidadas
entonces ese tiempo perdido valió la pena
para engrandecer la marca registrada y el precio.
No se dieron cuenta que estaban en el rumbo correcto,
que así llegarían mucho más lejos
de lo que alguna vez vislumbraron
y no era necesaria tanta carnicería entre ellos mismos;
cada uno no veía más allá de su propia vida
y su vida no era más allá que su propio miedo,
una joya, sí,
era una joya que brillaba
como una reluciente trampa a mediano plazo
para los que querían comprar todo con antojo y desidia

Esto era lo que yo observaba
y por eso de mi sobrecogida boca abierta
unas luciérnagas me acompañaron en mis noches
y supe que todo estaba hecho para no escribir,
por eso mismo hoy,
en esta hiperdictadura,
la poesía vuelve a ser un arma,
sí, un arma,
desde este lado simbólico de la violencia.

IV

Al enfrentarme a un texto
leo sus guiones, sus comas, sus puntos,
sus negritas, cursivas y subrayados,
todo aquello que represente un silencio
que me haga posible pensar
en lo bullicioso que es el papel.

La primera vez que vi un libro
estaba en una colina y unos muchachos hermosos      
dormían debajo de él    , imperturbables,
nada los molestaba
ni el sol, ni la gente que pasaba junto a ellos
sólo anticipaban lo que sería
esta gran noche llena de sueños,
luego la juventud se me pasó y escribí
cada una de las casas en el cielo que pude imaginar
hasta que un accidente salvó mi vida,
salvó mi vida del infierno.

Todos los libros de ahí en adelante
son un solo gran poema,
una tragicómica epifanía,
que el próximo año cumplirá un decenio
y un poco más de mil páginas;
en este momento creo que ninguno de ellas
es biográfica, pero sí son inseparables de mi vida,
de la juventud de mi vida, quiero decir
en la cual nunca conocí el amor.

Primera cita:
hacer arte es hacer lenguaje, amados míos, lenguaje extraño, trunco, espantoso, deforme, dinámico, flexible
                               y claro como un río

Última cita:
                               no hay poetas jóvenes,
lo que existen son escrituras nuevas o nada

Toda convivencia poética sustentada en la conveniencia
está condenada a un juicio público
y su latente aniquilamiento,
pues los buenos corazones de verdad son libres
y la libertad es una inmolación por los otros,
en este contexto una escritura poderosa
es un arma para defenderse,
pero también para vengarse
primeramente de quienes las escribieron
y una vez que el autor ha desaparecido del cuadro
el pacto entre la sangre y la tinta se convierte en una época.

El corte de un verso
es la huella de una autopsia
y el cuerpo aquí es la vida misma
que será también el silencio de lo que no es palabra,
pues un libro nunca comienza ni termina
todo en él es una bitácora del porvenir;
las eras pasan como buenos o malos días
y al acostarse uno piensa
en cuánto pudo olvidarse de que la muerte
arrasó con absolutamente todo menos la ficción,
los amigos ayudan en eso
cuando juntamos el brillo de nuestros ojos
para que la noche no se sienta tan sola.

Muchos ríos han pasado sobre nuestras cabezas
arrastrando con ellos a tantos
que se empeñaron en continuar
lo que sus creadores habían dado por concluido,
resulta cómico verlos tan seguros
creyendo que construyen algo
y no es más que impostación y cinismo;
yo de mis libros no sé más de lo que desaparece de ellos
tantas voces, miradas y gestos
que regresan y se van para recordarme
que la poesía está más viva que yo
y que la risa en ella es el último tono del dolor
o el papel de una escritura dramática
en el Teatro Tiempo atiborrado de público
y de asientos vacíos desde donde se percibe
que todo es percepción,
tanto sus pilares, sus muros, sus miles de puertas
y toda la arquitectura mental
que significa la ficción de cerrar los ojos y salir a bailar.

Textos del libro
NGC 224
Ciudad de México: Literal, 2009

HÉCTOR HERNÁNDEZ MONTECINOS                                          
(Santiago, Chile, 1979)

Licenciado en Literatura. Doctor © en Filosofía mención Teoría del Arte. Sus libros de poesía editados entre el 2001 y el 2003 aparecen reunidos en [guión] (LOM: Stgo, 2008; Marick Press, Detroit, 2009, en inglés) y [coma] (2ª ed. LOM: Stgo, 2009) comprende su trabajo poético del 2004 al 2006. Además han aparecido los siguientes libros antológicos de su extensa obra: Putamadre (Zignos: Lima, 2005), Ay de mí (Ripio: Stgo, 2006), La poesía chilena soy yo (Mandrágora cartonera:  Cochabamba, 2007), Segunda mano (Zignos: Lima, 2007), A 1000 (Lustra editores: Lima, 2008), Livro Universal (Demonio negro, Sâo Paulo, 2008, en portugués), Poemas para muchachos en llamas (RdlPS: Ciudad de México, 2008), La Escalera (Yerba Mala cartonera: La Paz, 2008), El secreto de esta estrella (Felicita cartonera: Asunción, 2008), La interpretación de mis sueños (Moda y Pueblo: Stgo, 2008) y NGC 224 (Literal: Ciudad de México, 2009). Ha sido invitado por su obra poética a Alemania, Argentina, Brasil, Cuba, Chile, El Salvador, Guatemala, Honduras, México y Perú.  Desde el 2008 reside en México donde da talleres, conferencias y es editor del sello “Santa Muerte cartonera”.

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