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Oscar Portela
Luisa Mercedes Levinson o las Potencias del Mito
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EL ADIOS A LA PALABRA UNICA
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Este es el punto cero de la escritura del Mito y del mito de la escritura, donde se instaura el cuerpo de la metafísica, se catextizan las pulsiones y las alianzas de los simulacros que vuelven a ser posibles. Felicita - María Felipa - María Soledad, sola mujer herética en lucha contra las pulsiones del umbral, extrayendo de sí al ser indiviso que Artaud buscaba en México, como signo de la archiescritura de la divinidad, que ellas sienten que son y significan.

Mientras la escritura sea el espacio donde presencia y ausencia, castración y deseo, plenitud y carencia se remiten a mutua relaciones, el texto será el ámbito donde la alquimia de los cuerpos las relaciones de poder y de fuerza, permitirá reconstruir los ambiguos del sentido junto al vértigo de su ausencia, ejecutando las más extraña alianzas. Monista por su incansable búsqueda de los originales, Luisa Mercedes Levinson descubre desde el momento del sueño, la otra escena, el sentido de la sustitución y el simulacro y más aún, la delegación de un tercero que será siempre el asesino del doble.

Se trata de la producción en serie de sujetos de deseos, donde mediante una metafísica de los cuerpos plurales, se descubre el abismo de la superficies y superficies del abismo. En este sentido si Borges inspiró a Foucault, Luisa Mercedes Levinson podría inspirar a Deleuze. En su universo donde se vomita la sandalia de Empedocles, se pueden entrever todas las posibilidades de disyunción y conjunción del deseo. En "El último Zelofonte" atisba zonas desconocidas para aquel que no haya sido tentado por los simulacros: "Y decir vida, en este caso era limitado. Hubiera sido más exacto hablar de una escala hacia una voluptuosa eternidad imitación" dice Levinson. Para quienes puedan creer que retorcemos el texto hasta una retórica interpretativa desaforada, sirva esta frase donde la escritora va más allá de la fábula, transgredida ella misma por el texto. El problema que Luisa Mercedes Levinson se plantea, y que ella llama la "unidad de la división", es presentada por ella misma en esta forma: "Empezó la danza alucinante y exótica de esas parcelas del átomo independizado, de los núcleos en un millonésimos de instante... Los núcleos de los ácidos, del esplendor, el incendio... "Nada puede someterse a una hipotética unidad. Ni bien se sella el pacto comienzan las nuevas alianzas del poder divino por la fuerza". "Había que someterse a muchas experiencias humillantes, había que llegar hasta lo hondo del precipicio, hasta el caos, y corporizar ceremonias lucifeniana, antes de ser capaz de suprimir de los cuerpos la instalación cloacal". El hombre no es sino aquel que se cuenta una historia y da comienzo a un mundo y a la apropiación de ese mundo por el nombre.

Corresponde así al habla, porque es capaz de entregarse a la espontaneidad de ser. Y la existencia para el hombre el nombre-solo un grado en la eventualidad del ser, es decir del habla poética que sigue siendo mítica. Al fin: "Los dos Zelofonte y viejo, se miraron de esta nueva manera. ¡Quiénes serán? Se reconocieron, se aceptaron, se amaban. ¡Cuál de los dos era el doble del otro? "El último Zelofonte" reduplica la intensidad de los mitos, los acelera a fin de descubrir bajo la máscara, la diafanidad de un sistema que se deshace y rehace tras la pluralidad de nombre, que no remite sino a sombras de pulsiones de vida-muerte de muerte-vida.  Nikos - Teseo - Rosacrucita - Rosita - Rosri - Sri - Rodacrucita, son las innumerables funciones de los nombres sagrados. Este libro es apologética herética del mito, deconstrucción en el sentido derridiano del mito: tal cual lo dice Jonathan Culler: "Operando y en alrededor de un marco discursivo más que construyendo sobre nueva bases, busca sin embargo, elaborar inversiones y sustituciones". Como dice un personaje de "El último Zelofonte": "Me llaman Miko Vira, que es aire, o nada, o nadie". Aunque todavía se hable de la rosa única, "ya no puede saber (se) - el paréntesis es nuestro - si se trata de un flujo alimentario o verbal, hasta tal punto la anorexia es un régimen de signos, y los signos un régimen de calorías... el régimen alimentario de Nietzsche, de Proust, de Kafka, también, es una escritura y así lo entendían ellos.

Comer - hablar - escribir - amar, jamás captaréis un flujo aisladamente",
escribe Deleuze y la obra de Luisa Mercedes Levinson es este sistema
alimentario de signos y símbolo que son intensidades, flujos que reacciona y se fusionan sin que se puedan captarlos aisladamente. La repetición del mito constituye la caloría que mantiene el flujo de la escritura en movimiento transgresor, porque solo de este modo puede fijarse un sistema de fuerza en precario equilibrio, entre simulacro de los nombres y la perversa impenetrabilidad de los cuerpos. Repetición del mito, resurrección del mito, sin arriba ni abajo, infierno o cielo. Sin arquetipos ni número sagrados, salvo la ley del camino ("Avanzar, siempre") -sin movimiento- dice Levinson, porque el hombre pertenece a la impensada esencia del camino, antes que el camino a la esencia calculadora de la técnica del representar humano.


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1980. Hotel Sheraton de Buenos Aires: presentación de "Los Nuevos Asilos" de
Oscar Portela; de izquierda a derecha la poeta y editora Alejandrina Devescovi, el fallecido Novelista Eduardo Gudiño Kieffer, Oscar Portela, Luisa Mercedes Levinson, y el poeta Francisco Madariaga
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LA OBRA
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La obra de Luisa Mercedes Levinson se ha manifestado como murmullo donde distintas voces intercambian roles o voces únicas cambian de registro: en su secreto llama a la complicidad más temible, porque es máquina que debe ponerse a funcionar. Y ahí comienza la fábula, en el instante donde la "otra escena" desterritorializa el mito rompiendo alianzas geográficas e históricas, discursos teológicos o estéticos, comulgando solo con una nueva economía del deseo sin culpas, sin agujero, sin pesadas cadenas que aten el cielo y el infierno de esta tierra a los cielos e infiernos de un trasmundo logocéntrico. Que es sino el pesador del tiempo que una imagen especular del metafísico triste incapaz de sostener su deseo, que es el Armuthiano sino aquel que se niega a la muerte y la resurrección y que espera mediante el horizonte de la magia que aún es metafísica producir el equilibrio del tiempo, que son todos estos personajes sino los hombres de una época de crepúsculo que espera el dominio sobre todo excepto sobre la gracia y que finalmente y solo por el sacrificio se admiran del momento en el cual el tiempo se nivela en el anillo que tanto atormentaba a Nietzsche, en ese orden invertido causante de la angustia y que permitiría para Borges entrever un orden en el laberinto sin centro de universo?

Y es éste el camino que dubitativamente, armada de paradojas, toma Luisa Mercedes Levinson, porque si la escritura no puede prescindir del camino, tampoco el camino puede prescindir de la escritura, dado que solo en ella nos es posible representarnos todo camino y todo extravió del camino.
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