REVISTA TRIPLOV
de Artes, Religiões e Ciências


NS | número 65 | junho-julho | 2017

 
 
Oscar Steimberg nació el 20 de diciembre de 1936 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, República Argentina. Es director de Posgrado en el Área Transdepartamental de Crítica de Artes de la Universidad Nacional de las Artes y forma parte de la Comisión Evaluadora en Filología y Lingüística del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas), así como de la Comisión Asesora de Ciencias Sociales de la CONEAU (Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria). Nombrado profesor emérito por el Consejo Superior de la Universidad de Buenos Aires en 2012, integra la Comisión de Profesores Eméritos, Consultos y Honorarios de la UBA, Facultad de Ciencias Sociales, en la que integra la comisión de postdoctorado. Es ex presidente de la Asociación Argentina de Semiótica y fue vicepresidente de la Asociación Internacional de Semiótica Visual (1996-2001).
Sus trabajos de investigación sobre lenguajes artísticos y mediáticos han sido publicados a partir de 1968 en libros, revistas y series fasciculares por editoriales de la Argentina, Brasil, México, Estados Unidos, España, Bélgica, Francia, Italia y Alemania. Algunas de sus obras en el género ensayo son “Estilo de época y comunicación mediática” (en colaboración con Oscar Traversa), “El volver de las imágenes” (con Oscar Traversa y Marita Soto), “Semióticas: Las semióticas de los géneros, de los estilos, de la transposición”, “Leyendo historietas: Textos sobre relatos visuales y humor gráfico” y “El pretexto del sueño” (2005; en el mismo año publicado en idioma italiano). Su único libro de relatos, “Cuerpo sin armazón”, apareció en 1970 y con segunda edición en 2000. Sus poemarios son “Majestad, etc.” (1980 y 2007), “Gardel y la zarina” (1995), “Figuración de Gabino Betinotti” (1999; con segunda edición castellano-francés en 2015), “Posible patria y otros versos” (2007). Entre otras antologías ha sido incluido en “200 años de poesía argentina”, con selección y prólogo de Jorge Monteleone (2010).

OSCAR STEIMBERG

 

selecciona poemas

 

de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

Aceptar lo imprevisible del escribir,

entrevista realizada por Rolando Revagliatti 

 

I (MAJESTAD)

 

 

1

 

Hay veces, Majestad,

en que ella no tiene nada que ver conmigo.

 

Así, explíqueme usted

la razón de la sincronización

que ha dado lugar a esta práctica;

hábleme de la perdularización

que encimó el narcisismo de un personaje tipificable

en el trasfondo de un paisaje heteromístico;

Majestad,

usted se está perdiendo una oportunidad

si no habla;

Majestad yo no quiero dudar de usted

pero tampoco quiero dejar de oír y ver

las vueltas del Carrousel

primero, inicial de esta, su ciudad:

ya ve, Majestad,

cómo puede llegarme a no importar

que esta ciudad sea Suya o mía.

 

 

2

 

La heredad

de lo Cómico

se filtra por boquetes de ligustrina:

 

ahí, ahí, la Nostalgia

estalla con ruido de rompeportones

y nivela al Tonto de Genio con el

Tonto:

          Majestad,

aquí pienso hacer entrar el tema del Humor

porque entre esas hojillas nunca he sabido nada de él

pero he escuchado unas explicaciones

que son para morirse de risa.

 

 

(Comienzo de “Majestad, etc.”, Ediciones Tierra Baldía, 1980; reeditado en “Posible Patria y otros versos”, Ediciones El Suri Porfiado, 2007)

               

Vals de la glosa

 

                           

                      A Julio Jorge Nelson     

                             

                            ¿Qué mayor desaventura

                            pudo ser

                           que veros para no os ver?

 

                           Vizconde de Altamira  

 

 

Gardel

          subía a su automóvil,

Gardel

          abrázaba a un amigo;

Gardel

          del pásado que añoro

y creo,

          ca-

              da vez que lo digo.

 

No sé

         si el auto se detuvo,

no sé

        si al a-

                  migo lo quiso;

no sé, no vi moverse al auto

y el gesto, el gesto era impreciso.

 

Gardel

           mostró un zapato nuevo,

el otro

          tal vez fuera un residuo,

no sé,

         porque cuando lo evoco,

la niebla

             se extiende en el camino.

 

Mejor, si nunca lo vi entero,

mejor, si no alcancé al amigo,

mejor, si el día era nublado,

mejor, son cosas del destino.

 

Gardel

          salía de una farra,

se oyó

          sonar un estampido,

no sé

        si fue cosa de faldas,

no sé

        quién era el compadrito.

 

Sí sé

que él no murió en Colombia,

que el fuego

                   de pronto quedó fijo,

Gardel, Gardel ya era una foto,

igual que cuando estaba vivo.

 

Mejor, si no murió de viejo,

mejor, si nunca tuvo hijos,

mejor, si no acabó la frase,

mejor, si nunca me la dijo.

 

La vieja, no sé si era francesa,

el viejo, no sé si era un milico,

Gardel, no sé si era uruguayo,

el tango, no sé si es argentino.

 

 

 

                      (de “Figuración de Gabino Betinotti”, Editorial Sudamericana, 1999)      

 

 

Soneto de la culpa

 

 

                          Nunca me des, Retórica, metáforas.

 

                                                Bernardo Schiavetta

 

 

 

Que se oiga el verso torpe que me digo,

el pensamiento inútil con que muero:

yo no sé ser poeta cuando quiero.

Ni amar a la mujer. Ni ser amigo.

 

Con la vida no pude hablar sincero.

Y en la batalla me quedé en testigo:

yo no quise matar al enemigo;

yo no supe cuidar al compañero.

 

Y es fingido este llanto con que sigo,

y este metro forzado en que me esmero,

y esta rima pueril con que desdigo

 

el solo verso donde me dí entero:

yo no sé ser poeta cuando quiero.

Ni amar a la mujer. Ni ser amigo.

 

 

 

(de “Figuración de Gabino Betinotti”, Editorial Sudamericana, 1999. Reeditado en “Gabino Betinotti – Tango oratorio”, Paris, Reflet de Lettres, 2015)

 

 

Versos de madre

 

 

1 (no tuvo amor)

 

“Pobre mi madre querida”:

no tuvo amor.

El alma se le fue haciendo en los patios de una clase media de veras pobre;

el pensar, en los libros de unos socialistas realmente idénticos a su padre;

la mano, en la ciencia que se estudiaba en la Facultad de Odontología.

 

¿Todo salió al revés? El alma

se le pegó a la de un poeta de infancia soleada, oh, en luz de provincia;

el pensar

le indicó que no había saber seguro, o que era un invento de los Enemigos;

la mano fue hábil, sólo la artrosis y el fracaso

la apartaron de un trabajo leal y escrupuloso.

 

Releo la última palabra y leo: escrofuloso. No puedo

escribir sobre mi madre;

no puedo amar, tampoco yo.

Estoy seguro

de que mi madre fue una de las personas que menos hicieron para que fuera así.

 

 

2 (murió en Buenos Aires)

 

“Un día, nosotros vamos a ir a Norteamérica”.

 

Creo que había terminado la Guerra no más de tres o cuatro años antes,

y que éramos muy pobres en todo.

Mi padre había muerto dejando sus ilusiones intactas ante nosotros;

mi madre murió llevándolas, con cuidado y locura, de un lado a otro:

todo lo hacía por sus hijos:

pasó por el socialismo de Juan B. Justo,

el liberalismo del Reader’s Digest,

el peronismo,

otra vez el socialismo,

otra vez el peronismo,

y finalmente el ocultismo y la meditación trascendental.

Fue meritorio:

después de todo, ese periplo

lo hicimos todos nosotros. Y ella, jóvenes, era una mujer.

 

 

3 (no hubo en ella saber)

 

Una foto espléndida la muestra con su pequeña hija en la Plaza de Mayo,

o en la del Congreso,

sentada en el césped bajo su sombrero o capelina.

Amigos, rodeada de palomas. Todo el sol, allí;

pero una sonrisa que no sabe ponerse lejos.

El saber es cosa de gente educada.

 

Y hay gente que no se puede educar. Todo está armado

—al Este y al Oeste—

para que la culpa se cierna sobre ellos:

peste de D’Amicis:

los cómicos sin humor seguirán hablando eternamente de las madres judías

y no de los capítulos de Corazón, por los que todas las madres

terminan siendo la madre de Franti: un sabandija, ella una santa estragada.

Medio siglo después, el payador hubiera podido ubicar junto al D’Amicis,

en la biblioteca encortinada de todo payador,

un Barthes,

por el que todas las Madres de Escritor son siempre unas Pequeñas Niñas.

 

 

4 (No hubo piedad)

 

Mi madre creía en los Enemigos.

Era una creencia paranoica.

La noche en que la velaron,

sólo se habló mal de ella. La fama bien merecida, etc.

 

Ahora estoy tratando de saber si éste es un poema pietista.

En estos barrios, otro despenado escribió:

“Pobre mi madre querida...”

¡Hombre valiente! Contó

que las penas de su madre habían sido causadas por él,

Alma Perdida.

Y que ella fue

“la que lo amó desde niño,

hasta llegar a ser hombre”.

 

¡En él

se hizo hombre!

 

¡Dulcissima Mater!

 

 

(de “Posible Patria y otros versos”, El Suri Porfiado, 2007)

 

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