Revista TriploV de Artes, Religiões & Ciências .
ns . nº 54 . outubro-novembro 2015 . índice







Fernando Valverde nació en Granada (España) en 1980. Es una de las voces más premiadas y reconocidas de la nueva poesía en español. Cerca de 200 críticos de más de 100 universidades (Harvard, Oxford, Columbia o Princeton, entre ellas) lo eligieron el poeta más relevante en lengua española nacido después de 1970. Entre sus libros de poemas destacan Viento favorable, Madrugadas o Razones para huir de una ciudad con frío (Visor).

Doctor en Filología Hispánica y Licenciado en Filología Románica y en Antropología Social y Cultural, durante diez años ha trabajado como periodista del diario El País y desde su fundación dirige el Festival Internacional de Poesía de Granada. En 2012 ha obtenido el Premio del Tren 'Antonio Machado' por un poema titulado Celia, escrito a una recién nacida y con centenares de impresiones y reproducciones en todo el mundo.

FERNANDO VALVERDE

Babel

 

BABEL

 

A Jorge Galán

 

El eclipse de luna que alumbra la ceguera,

el cáncer que es el musgo devorando el futuro,

el amor que descubre los balcones

y salta hacia el vacío,

el llanto que es principio y que escala en los cuerpos

igual que las burbujas revelan los pantanos.

 

Toda la muchedumbre,

con su débil memoria sujetada

como ruina durmiente,

sucede al mismo tiempo.

 

En los huesos del bosque,

en la hondura del fango o en la ciénaga

donde las ranas brillan como ortigas,

crecen los esqueletos sobre animales muertos

que riegan las raíces y son enfermedad,

desfiles de silencio que ahogan los tambores.

 

Ya ha llegado a su sangre,

el corazón del bosque se envenena

bajo la piel del mono,

la infección es del aire y avanza por el agua,

es pasto en la basura y en los charcos de amianto

que ahora lamen las vacas en Jaipur.

 

Seiscientos mil pulmones serán aire podrido

en las calles de Delhi,

después serán el fuego y la ceniza,

ascuas sobre los ríos,

restos de carne y muerte que camina hacia el mar

en busca de otras bocas.

 

Todo sucede al mismo tiempo.

 

Ella se ha despedido,

su paso es el desorden,

un alfiler templado que atraviesa el asombro

igual que un nadador es un huésped del agua.

 

La mujer de las horas detenidas

se desploma en el suelo del lavabo.

Los recuerdos se apagan,

son luces que se intuyen en la costa,

farolas encendidas

que dibujan la línea del naufragio.

El cofre de cartón que los guardaba

se vuelve un laberinto,

los trajes entallados se confunden

con zapatillas viejas

y los rostros son puertas de salida,

escaleras que llenan los borrachos,

aceras subterráneas,

curvas que son paredes.

Toda la angustia elige el mismo tiempo.

El diluvio que llena de barro los colchones,

la desembocadura,

su agonía de oro que acaba en los tumultos.

Todo ya es parte de la misma herida.

La noche con sus bordes,

los viajeros que cargan el peso de la luna,

el paisaje nocturno y el relámpago,

la tormenta y el duelo,

los amantes que sienten en los labios

un sabor parecido

al último minuto de sol sobre la hierba.

Todo sucede al mismo tiempo,

y se adentra en la niebla,

y se detiene. 

LA JOVEN DE SCARBOROUGH

 

(Ana Brontë, 1820-1849)

 

Ana mira el desierto,

una tormenta espesa de nieve sobre el mar,

piensa en su tos, en la sangre que escupe

que pertenece a ella como el hambre o la fiebre.

 

Sus pulmones se extinguen,

es 1849

y ha llegado hasta Scarborough

huyendo de la muerte.

 

Va a respirar el mar,

el verde de las algas que agoniza en la arena.

Siente el agua y la espuma

y un sudor que le sube hasta la boca

como si fuera aceite.

 

Se asoma a la ventana,

inhala las agujas que le quedan al sol

y el olor de la tarde le recuerda al pescado

pero también al paso de los días.

 

El blanco de su cuerpo en el abismo

es amor y es deseo,

el vuelo de los pájaros

y también su caída.

Alguien la ve pasar,

atraviesa el invierno más de un siglo después,

delgada como niebla,

viento detrás de las cortinas

o una mano de hielo que dibuja un cristal

de párpados cerrados.

 

La alegría hecha escombros.

 

Ahora está maldita,

se cierran las ventanas a su paso,

se marchitan las flores y el mundo es un desierto,

una tormenta espesa que sube hasta la boca.

CON LOS OJOS ABIERTOS CAMINAS POR LA MUERTE

 

Para Alí Calderón,
que me acompañó a la última quebrada

 

En la última quebrada de los Andes,

donde la cordillera se hace piedras

que llenan los caminos

y caen como nevadas,

donde pastan el hambre y la pobreza

y en las gasolineras

hay una calma muda que se apoya en el aire.

 

Alguien se llama Ernesto,

alguien dice tu nombre en el mercado,

o en caminos de tierra que atraviesan los niños

que comen los insectos,

que se beben la sangre de los niños

y dejan en las puertas la marca de la altura

y unos viejos zapatos

sobre el tendido eléctrico

y unos viejos zapatos en los pies del que cruza

el último desierto de los Andes,

un valle en el dolor,

las piedras rotas que caen como tormentas

sobre esta soledad de cuerpos apagados

que lleva siempre hasta los hospitales.

Dicen que eres un muerto de los que nunca mueren,

que tus ojos mirando hacia el vacío

se han clavado en el techo del Hospital de Malta

que hoy ocupan el dengue y la tuberculosis,

que pastan en la hierba

como animales pobres y delgados

que beben en los charcos

o se tragan el plástico de los contenedores.

 

Como la tierra de los cementerios,

nada puede callarte,

con los ojos abiertos caminas por la muerte,

alguien repite Ernesto,

ya se marcha la lluvia hacia otro lado,

alguien siente las piernas

pesadas como el plomo

y acaba en una cama del Hospital de Malta,

una tarde de junio,

ya ha terminado octubre,

van a matar a un hombre,

no cruzan los pasillos con su paso de fieras,

no se escucha la huella de las botas

como en aquella tarde

de mil novecientos sesenta y siete

que fue la tierra para los cementerios

y los ojos abiertos la esperaron

en la lavandería

al otro lado de las cordilleras.

 

Ahora siente un dolor de sangre en los tendones,

ha pasado la fiebre,

ha cruzado la muerte hacia otra cama,

se ha instalado en el gas que llega a la cocina

o ha puesto ya sus huevos en las pinzas

o sobre la destreza en los quirófanos.

 

Sucede así en el valle,

con lógica de hambre y la costumbre

de ver caer las piedras.

 

En las últimas horas de esta tarde de junio,

el muchacho que tiene

la sangre coagulada en las rodillas

se atropella en la hierba,

no hay ruido de helicópteros,

sólo dos extranjeros entran al hospital

pero hay en sus gargantas una rabia durmiente

que no altera el silencio

de la lavandería.

 

Ellos van a volver a Santa Cruz,

pero el joven que arrastra

la pierna y las rodillas

ha nacido en el Valle,

y ha visto que la muerte cruzaba el hospital

y hasta la calle Sucre

y la ha visto escondida en una madriguera de culebras

o en el agua estancada.

 

Él sabe que a la muerte no se entra

con los ojos abiertos,

tal vez porque sospecha

que no hay nada que ver,

alguien le dijo un día

que la ceguera es blanca,

será la oscuridad de cualquier modo

y no hay nada que ver,

y los ojos abiertos perdidos al vacío

siguen clavados en el techo

de la lavandería

mirando a algún lugar,

señalando un camino o sosteniendo

alguna dirección,

allí donde se rompen cordilleras

y las piedras se clavan en los ojos

y destrozan los huesos de los campesinos,

allí fuiste a morir,

a la ceguera blanca,

traiciones que recorren las calles como cables,

alguien te llama Ernesto en el mercado

o en las gasolineras,

un joven atraviesa la hierba en una silla,

ahora dice tu nombre

como quien busca alivio en medio del dolor,

allí fuiste a morir

con los ojos abiertos.

CELIA

Nacida hoy

 

 

No conoces la lluvia ni los árboles,

pero ya eres un bosque.

 

Hoy que comienza el mundo para ti,

que se pueblan tus ojos con el mar,

que todos te reciben como en una estación

donde se espera siempre,

que es principio y asombro,

mapas que no aseguran un lugar donde ir.

 

Hoy que el mundo comienza,

tristeza inadvertida,

eres el tiempo limpio,

el olor a madera y el silencio,

las preguntas sin sombras

y el amor sin orgullo del que ha perdido todo.

 

Es esa mi certeza,

las olas, el océano,

tu risa que es un pájaro.

 

Has traído el murmullo de un recuerdo,

los pies pequeños, como pequeño

es el rastro de nieve que has dejado

en las horas de enero.

 

Cómo será la vida cuando crezca en tus manos

con la fragilidad de las buenas noticias,

como un pez que se escurre para volver al río.

 

Una tarde cualquiera,

con la misma sorpresa que un amor,

vas a sentir la brisa que ha tocado los árboles

con su cansancio antiguo.

 

Hay veces que es rugosa y escuece como un fósforo

cuando enciende un recuerdo…

 

Tus manos brillan,

no hay sombras ni puñales,

puedo ver los cometas

arañando la noche

como un barco que zarpa y se adentra en la niebla.

 

La vida es una casa donde habita un extraño,

un jardín del pasado al que no volverás,

una orilla que buscas con miedo a los fantasmas.

 

Pero también la vida

es una luz detrás de una ventana

cuando la oscuridad

ocupa cada hueco y cada continente.

 

Esta noche es oscura,

el tren busca unos brazos

que están al otro lado de las horas.

 

Mientras, pienso en el modo de decirte

que los sueños son parte de nosotros

como un embarcadero es un viaje.

 

Porque ya eres un bosque,

y hay delfines, y lagos, y montañas,

y amores imposibles

que se llamarán Celia.

 

Alguien dice tu nombre en el futuro

y se llena de gente una casa vacía,

todos se sientan a la mesa.

 

Ya lo habrás olvidado,

fue la felicidad quien sembró este dolor,

fue la felicidad igual que una tormenta

sobre un vaso vacío.

 

Cuando lleguen el miedo y la desesperanza,

y todas las cerezas hayan caído al barro,

y las gaviotas griten

el olvido imposible de una mujer herida

que siente que avanzar es quedarse más sola…

 

Si todo esto sucede

recuerda la manera en que la lluvia

se convierte en un árbol

y el modo en que las olas

son el final del agua y el principio del mar.

 

No conoces el mar, ni el barro, ni los árboles,

pero ya eres un bosque por el que pasa un río. 

UN CAMINO HACIA TI

 

Igual que los cobardes cuando huyen

van construyendo un rastro,

yo he dejado un camino que conduce hasta ti.

 

Ahora estás al final

de esos bosques que brotan

de forma inesperada

en el último instante de un adiós,

detrás de cada verso que intenta sostener

el agua en el vacío.

 

El invierno ha borrado el horizonte,

la nieve que fue el brillo de tus ojos

ha convertido en barro mis certezas.

 

Dónde correr ahora,

agotado y exhausto,

este dolor de sombras

se pregunta el lugar en el que crecen

los árboles que eligen los ahorcados,

los estanques de la oportunidad.

 

Cobarde caminante que prefiere

la ciudad de las horas detenidas,

la sombra de los sauces

y el orden de los cuerpos conocidos.

 

He dejado un camino que conduce hasta ti,

he dejado un camino.  

EL JUGADOR

 

Nos jugamos la vida a cara o cruz.

 

Sé que no va a gustarte,

pero no hemos logrado responder

por qué vale la pena,

qué significa todo,

dónde espera la nada

que está menos presente

pero en todas las cosas.

 

No vayas a quejarte,

por esta oscuridad han pasado tus dedos

palpando las paredes.

 

Ya tienes la moneda entre las manos

y no será el azar quien la deslice

ni la suerte su impulso.

 

Hoy sujetas los días que vendrán

y los lanzas

y flota

la tristeza en el aire

girando con el vértigo

de lo que pudo ser

otra vida contigo. 

IZET SARAJLIĆ CRUZA UNA PUERTA QUE CONDUCE AL DOLOR

 

 

Vlado sale a buscar su bala cada tarde.

 

Cuando sus fuerzas fallan,

deshace su camino para volver a casa,

si es que existe la casa o siquiera un camino.

 

En Ilidža un estanque es un embudo,

la corriente que lleva a Sarajevo,

que atraviesa los túneles,

rodea el aeropuerto,

y un sonido de aviones dibuja otro país,

también una frontera

que separa el invierno de la lluvia.

 

Izet Sarajlić mira la forma en que la lluvia

es una puerta abierta hacia el dolor,

el recuerdo de un nombre o de un jardín,

una ventana al este que un día fue una casa.

 

Vlado regresa de su caminata,

muy pocos lo saludan,

su tristeza se ha vuelto contagiosa

y nadie tiene ya palabras para él,

tan poco lo separa de los muertos

que ni él mismo se habla.

 

El rastro de un misil corta el silencio,

y tampoco era el suyo.

 

Mientras, en las colinas,

los francotiradores

van a ser la destreza de la muerte,

un silbido que rompa los cristales,

un balcón al vacío.

 

Izet Sarajlić mira su reloj,

no hay respuesta a la espera,

después sigue la línea del tranvía,

el número catorce,

sube hasta el cementerio del león,

en la calle la gente regresa del mercado

y corre con sus bolsas cuando se acerca el cruce

más silencioso y sordo.

 

Izet Sarajlić mira hacia ambos lados

y su paso incesante es ya necesidad

de volver al amor

mientras su rostro absorbe la impaciencia

del frío en los zapatos.

 

Él sabe que está muerto,

nadie conoce aquello que le hace sufrir. 

LA DEBILIDAD DE LA LUZ

 

Es la debilidad que hay en la luz

un principio del fuego.

 

¿Dónde comienza el fuego?

No el que abrasa nervioso los arbustos,

ni el que riega los campos de ceniza,

me refiero a un incendio que sucede en las sombras

y habita en el futuro desde el llanto.

Para reconocerlo

basta sentir el miedo atroz

que no deja dormir

tras un presentimiento del vacío.

 

Todo le pertenece,

incluso la nostalgia que llega del pasado

y parece escapar del dominio del tiempo

es carne de su asfixia como serán los ojos

que fueron el amor

y también la esperanza

y toda la piedad

y el canto que espantaba los diluvios

porque el cielo escuchaba.

 

Nunca dejé de hacerlo,

vinieron esas sombras con tu nombre en sus bocas

y te busqué en las llamas

porque fuiste el incendio

y por eso quemé una casa y las noches

se llenaron de lobos

que no van a morderme

porque saben que van a desaparecer conmigo.

 

Este enjambre de luces son las sombras

evitando una noche aún mayor

y no tengo ya fuerzas

ni las ganas de entrar en un atardecer.

LOS RECUERDOS BORRADOS

 

Al final de la noche,

lejana como infancia o amor desprevenido,

se avista una ciudad.

 

Brillan sus luces, parpadean,

son faros de otro tiempo,

rostros que no recuerdas pero son familiares,

los brazos fríos,

tu desesperación.

 

Ahora busco en ellos,

aparece un colegio de monjas junto a un río

y se pueblan tus labios de nombres e intuiciones.

También de un uniforme

y de algún privilegio

que pasó por tu vida como lo hace un extraño.

 

He aprendido a mirar tu juventud

desde la lejanía,

caminas con un paso muy distinto al de ahora,

eres otra mujer

y tus pasos son largos aunque caigas de nuevo

mientras la vida avanza como madera vieja,

febril artesanía y pintura en las manos,

paciencia de derrota acostumbrada,

y el miedo a la desgracia de tres hijos,

tres veces el abismo.

 

Conoces un camino que termina en nosotros,

defiendo la verdad de tu intuición,

los jarrones antiguos se llenan de monedas

y objetos inservibles,

pasan por tu memoria como espejos idénticos

el uno frente al otro.

 

Me duele imaginar la realidad

porque extiendo tu mano por las cosas

y hay un tacto cansado que celebra la vida.


POSTAL DE INVIERNO

 

Está sola en el mundo y es febrero,

le duelen los pulgares,

se toca la nariz para medir el frío.

 

Puede ver su reflejo sobre el lago,

los peces melancólicos son ya lunas de octubre

que dibujan sus pasos sobre el hielo.

 

Allí están los poemas,

en el fondo del lago,

justo un paso detrás de la palabra nunca.

 

 
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Maria Estela Guedes
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