Revista TriploV de Artes, Letras & Ciências . ns . nº 53 .
agosto-setembro 2015 . ÍNDICE

CRISTIAN GÓMEZ O.

Poemas
 

Cristián Gómez O. (Santiago, Chile, 1971). Poeta y traductor. Entre sus libros publicados se cuentan: Inessa Armand (2003, La calabaza del diablo), Pie quebrado (2004, Amarú ediciones), Como un ciego en una habitación a oscuras (2005, Conaculta), Alfabeto para nadie (2008, Fuga), Homenaje a Chester Kallman (2010, Luces de Gálibo), La casa de Trotsky (2011, La isla de Siltolá), La nieve es nuestra (2012, Ediciones Liliputienses) y la traducción de Cosmopolita (2014, Ediciones Liliputienses), de Donna Stonecipher. En el segundo semestre del año 2002 fue escritor en residencia del International Writing Program, de la Universidad de Iowa. Recientemente, fue escritor en residencia en The Banff Center, en Alberta, Canadá. Fue también miembro del taller de poesía de la Fundación Neruda. Co-editó junto a Germán Carrasco la antología Al Tiro. Panorama de la nueva poesía chilena (2001, Vox ediciones), y con Mónica de la Torre firma la antología Malditos latinos, malditos sudacas. Poesía hispanoamericana made in USA (2009, El billar de Lucrecia). Junto a Christopher Travis, preparó el dossier de la revista Crítica Hispánica “Después del centenario: asedios a Pablo Neruda y la poesía chilena contemporánea” (2006, Duquesne University).

 

Arte poética 

            Este tipo de ejercicio introspectivo me es sumamente complejo, carente como es propio de estos textos del travestismo inherente al poema. Escribir como lo hago desde la desconfianza en los medios utilizados, resulta siempre una tarea más compleja, no sé si menos gratificante. Sin embargo escribo e intento plasmar ciertas perplejidades –la cotidianidad, la vida familiar, las contradicciones de la política– a través de ciertos mecanismos de lenguaje que no oculten su artificialidad, pero tampoco hagan de ella su razón de ser.

            Si bien me parece inexcusable aquella máxima según la cual el poema sólo habla de sí mismo, también creo que el intento de ir más allá de esa cárcel lingüística, ennoblece o por lo menos le da carta de existencia a la poesía contemporánea. Me sigue interesando, en ese sentido, la frase que dijera Seamus Heaney a propósito de Philip Larkin: “Aun cuando es ejemplar en el modo en que escudriña las condiciones de la vida contemporánea, rechaza coartadas y empuja la conciencia a una condición expuesta que no es el cinismo ni la desesperación, pervive en él una aflicción por una realidad más cristalina a la que pueda ser leal”.

            Para mí esa realidad más cristalina con la cual mantener cierta lealtad, sólo podría nacer a partir del lenguaje, ente opaco por definición. Sin embargo, si en alguna medida pudiéramos acercarnos a semejante estado de cosas, sería intentándolo a través de una crítica de la memoria histórica, un examen riguroso del destierro voluntario e involuntario, una imagen de la familia escéptica de la familia. No tengo otra concepción de la vida que no sea agónica, por lo que escribo un poema creyendo siempre que será el último poema. Escribo como perdió el Atlético de Madrid en la última final de la Champions, como ganó la U el campeonato del 94. Ni Mohammed Alí ni George Foreman, pero sí Chuck Wepner, sí Jack La Motta. Siempre. 

 

RENGA

 

Quisiera dar las gracias

por este pan sobre la mesa.

Si me llevara la vida entera

agradecer este desayuno

 

espérenme, por favor:

espérenme leyendo en los escaños

de una escalera que dirija a otra

escalera, divagando sobre

la calidad de los alimentos

 

recibidos –y su relación

irrenunciable con la lengua.

En el intertanto

 

pueden practicar lecciones

de dibujo o algún instrumento

musical, pueden practicar

el camino del guerrero

 

-Gorin no sho, de Musashi-

y estudiar la forma en que

el enemigo intenta aprovechar

tus debilidades (saca ventaja

 

de que intente aprovechar

tus debilidades), escribir con

tinta invisible un mensaje 

que lo confunda: el kanji

 

donde su muerte venga escrita.

Aprender la caligrafía de los hiragana.

El tono con que se dibujan las sombras

cuando el bambú se corta para usarlo

 

como un remo para defenderse contra el agua.

Aprender a esquivar los golpes

y la tinta demasiado gruesa.

 

Aprender a aprender a respirar.

 

           

                                                                       San Agustín Etla, 30 de abril, 2013

 

DOMINGO POR LA TARDE

 

En el cuarto de al lado escucho los quejidos de

alguna pareja, la división capitalista del

trabajo y las tarifas del servicio telefónico

 

contribuyen de igual manera

a que uno se pase la tarde sin pronunciar palabra:

domingos por completo en blanco donde el hecho

objetivo de la soledad difícilmente podría conseguir

 

el adorno de alguna excusa, algún nombre para

exornarlo como dudosa compañía. Los fantasmas

de la juventud recién perdida se mezclan con los fantasmas

de la madurez que aún no llega, un limbo parecido al del

idioma en el que todos se comunican con señales

aunque tengan ganas de salir gritando.

Yo mismo quisiera salir gritando

 

en busca de alguna leyenda, los jumpers

maltrechos de bertoni, el orompello

del tomás, la cristalería

 

frente a frente a un elefante.

Vuelvo los ojos hacia la puerta

pero no consigo que se acerque nadie

 

a tocar. Ninguna colegiala alegre

vestida de colegiala, ningún zombie

por las calles de concepción.

 

Al elefante que está parado en la ventana:

sólo le pido que empiece luego a recordar.

 

LITERATURA MEDIEVAL, APLICACIONES PRÁCTICAS

 

Escríbelo encima de algún puente:

 

Sepan todos cuantos van y vienen por estas landas

Antaño bendecidas por el vuelo de las cornejas

A ambos lados del camino, por el cual sólo

 

Aquellos más ilustres y donosos y no de hogaño

Cristianos sino viejos, que alimañas no se han

Atrevido por ser tales bestias de tan cobardes

 

Dignas sólo de oscuridad y no de recaudadores

De impuestos que por más lejos que vayan

Siempre se encontrarán con esas ventas

 

A la vera de este u otro camino, donde alguna

De esas historias que se cuentan para animar

El vino no incluya más tragedias que las por

 

Todos conocidas, inevitables como el viento

Sobre la cara de los que siguen caminando

A pesar del cierzo que los aconseja y no lo

 

Escuchan: otros tampoco escucharon

Aquella sabiduría mistral que no reconoce

Norte ni hace diferencia entre el ladrón

 

Que ejerce en la corte y aquel que ejerce

En estos caminos olvidados tal vez de Dios.

No, sin embargo, de la contumacia de sus aires

 

Helados para aquellos que pasan como si pasaran

Aunque sus canas los desmientan por primera vez

Y fingen temor ante las tablas desvencijadas

 

Que han estado allí desde antes que hubieran

Puesto un pie sobre aquellos pedazos de madera

Recién cortada bajo el sol y su inclemencia.

 

Pero escríbelo sobre un puente que sea tan hermoso

como las aguas que pasan por debajo, un amigo

me contó alguna vez que estuvo en la ciudad

 

donde ambas orillas guardan la misma importancia

y llegar al otro lado era lo mismo que volver:

nadie necesitaba llenarse de cera los oídos

 

porque el canto de las sirenas te guiaba hasta una playa

donde el oleaje no competía con las rocas ni era

necesario atarse al mástil: sólo un puente

 

como ese valdría la pena cruzarlo dando por supuesto

que ya no seremos los mismos en tanto que debajo

de nuestros pies ya no corran más las aguas

 

sino esos autos de clase media que nos enorgullecen

por las mismas razones que nos hacen arrepentirnos.

 

EL MÁS

PACIENTE

 

Habla de esto:

un hospital

 

demasiado

moderno y

delantales

 

blancos,

prohibiciones

de fumar

 

a menos de

veinticinco

metros

 

de cualquier

ingreso al

 

recinto

 

penitenciario,

donaciones

 

hechas por

todos y cada

uno de

 

los bancos

de la ciudad,

organizaciones

 

sin fines de

lucro,

 

millonarios

 

cuyos nombres

aparecen

bautizando

 

pabellones

completos

 

de atención

cubierta

 

por un seguro

en el que

todos

 

piensan

 

pero del

que 

 

nadie

habla

 

y en

el

 

casino,

una familia

el matrimonio

 

y el niño

calvo,

 

delgadísimo

 

(y lo único que alcanzas a escuchar

al pasar por el lado de su mesa

es que está funcionando el

tratamiento).

 

 

CIUDAD

 

Hay adoquines en las veredas pero no muy grandes.  Un

paseo peatonal donde cualquiera habla con cualquiera, donde

se cobran los cheques de los pensionados y un veterano

se sienta al sol a fumarse el último cigarrillo de la

tarde.  Cuando se hace tarde, (hay) algunos jugando ajedrez o

apostando una cerveza, decidiendo

cuál será el próximo país

 

dispuesto a caer en desgracia. Hay buses

que pasan siempre a la misma hora, cajeros de banco

que te sonríen, choferes de la locomoción colectiva

que te preguntan cómo estás.  Hay árboles que

cambian de hojas

 

(y de color al comienzo del otoño).

 

Una biblioteca que permanece abierta hasta las dos de la mañana.

 

Otra que te presta los libros durante unos seis meses. Y un río

que homónimo y circunspecto no guarda relación con la ciudad.

 

Nadie se puede suicidar desde esos puentes. Tampoco

reflejarse en estas aguas.

 
 
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Contacto: revista@triplov.com
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Dir.
Maria Estela Guedes
 
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