MANSION ARTAUD / SOMETIMES, I FEEL LIKE A MOTHERLESS CHILD
TEXTOS E IMAGENS DE MANUEL LOZANO
30-08-2003 www.triplov.com
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dragon


ERRANTE EFIMERO

A José Saramago

Claustral hasta el delirio,

he abierto el lánguido prodigio que desoyen

los espejos de amargura.

¿Cuándo razona el ahogado su navaja de oprobio?

La imagen se vela, avanza hacia el navío.

Escarba la tierra como un vegetal,

estira las raíces endurecidas por la noche

tan sólo para desposeerme.

Apenas me mira con su telar y su rueca,

y a puertas cerradas vuelca las cenizas.

Iniciales de fuego cruzan el alba.

Han dado la bienvenida al dios despedazado

/por los perros

mientras la intriga sella el feroz acertijo

de hielo en mi caverna.

Las paredes se cierran a su paso.

No duerme el deseo entre las muchedumbres.

En un hálito de sol teje su mito.

Polvoriento, se disfraza de hombre o murmurio

bajo la luna llena del bosque.

Así veía de cerca las cruces desgarradas,

extendidas como sábanas en el corazón prohibido.

¿Qué debió deshacerse ante las cruces?

Hubo un héroe, una heroína,

y toda la tempestad en el barco que nos lleva.

(Acaso fuera bueno empeñar el cuerpo suicida

contra estos guijarros,

lanzarlo desde la cumbre de las furias

que signan la condena.

Pero no son ésos el gesto ni el vocablo.)

Tapicerías de la muerte

llenan de hurones milagrosos nuestra casa.

Desde hace siglos asisto a esta celebración.

Veinticinco puertas se han abierto ante ellos:

¿Qué esfinge me erige de la hierba?

¿Por medio de qué athanor indudable

verías evaporar la historia en una gota de agua?

¿Qué amapola desprendida crece desde el fondo

de la tierra hasta los labios?

¿Cuál río de enigmas, espurio y mordaz,

arroja cabezas a su lecho?

¿La tormenta en las balaustradas del ayuno,

otro carbón encendido en la mano inmóvil?

¿Un batir de alas cegador, un resíduo perdido?

¿O el hambre avarienta en la cabeza de la alondra?

Lo que abandonas -lejía del descendimiento-

regresa a tu morada como aquelarre

entre las vejaciones de la luz.

La criatura raspa su fábula encantada.

Son llagas de luto para entrar y salir de los escombros.

Puedes decir el cielo de la inmensa pena,

la araña roja de la desnudez.

A uno y otro lado del río, hallarás el oro.

Así debió de ser el torrente.

Lo que aún de insidia aspiran estos nudos,

será ilusión fastuosa devorando a sus crías.

¿Pero qué impronunciable juventud sobrevive a las aguas?

Nadie queda en el secreto recinto;

nadie invade, ni delata, ni teme al viento

que repite cada nombre.

Las vastas lluvias han crecido como la lepra.

¿Era la peregrinación milenaria, la perfectísima?

¿Su imaginería estallando en hojas de pavor,

a punto de entreabrirse?

Hoy los desechos urden el tránsito del hombre.

Los tibios se revuelcan.

“He mirado en sus rostros y sólo son un puente."

Duermen los alucinados.

El ángel ladra en busca de su rosa oscura.

Los insensatos beben del pozo de las certidumbres.

“He mirado en sus rostros y sólo son un puente."

Gime el irredimido, el glorificado por la nada.

Huye el verdugo entre los roedores de huesos.

El infausto reclama por la luz

sobre las cáscaras de un fruto sobrenatural.

Un cráneo de trasnochada inocencia

yace en el zanjón.

“He mirado en sus rostros y sólo son un puente."

Otro campesino agoniza:

los gusanos caminan su carne de miserias.

Dos criminales se reconocen en la pesadilla.

¿Maldice el postrado lo suficiente?

Se abolieron las tribus, se abolieron las reglas.

Clama el venerable, pálido prodigioso,

por la húmeda herida silenciando la piel

que fue vigilia y triunfos y derrotada eternidad.

“He mirado en sus rostros y sólo son un puente."

El albañil danza en medio de la torre quemada.

Los cachorros rezan para encontrar la remota señal

al desamparo inhábil del que procrea fantasmas.

-Todo es inasible, lo sabes desde antiguo,

cuando oíste crujir el humo de sangre en las plazas

y aullaste, aullaste con el grito cerrado del rehén

en la más alta sombra.

Has vuelto a la madriguera.

Amenazas a quienes no te conocen.

¿Era éste el dolor que me esperaba desde el nacimiento?

He llamado al palacio de la hiena con su puerta de humildes.

Acaso haya congregado al que no fue

con todo el festival de telarañas del miedo a su favor.

Ocultaron las huellas.

Hubo un tajo en el cielo,

semejante al que vieron los ojos de Cristo en la hora sexta.

¿Y quién vuelve para clamar desde la niebla: “Tengo Sed”?

Cuando el eco se incline sobre el rayo,

un vidente cruzará el muro invisible.

Quien sustrae o agrega más savia a estos capullos,

permanece en espuma.

¡Años y más años para este abandono enloquecido!

¡Padres y padres de orfandad apagados de un soplo!

Sin embargo no verás la orilla desterrada,

la prueba de un remoto escalofrío;

antigua sierva, la boca que se agita entre fragmentos.

Me palpo la sangre con los ojos.

Esta cruel inmolación necesita un destino.



DE LOS VARIOS MODELOS DE UN FRIO INICIAL

Dice, debe verlos,
los viejos, los pálidos, los míseros,
...
Hofmannsthal, La muerte de Tiziano

I

¿Cómo esculpe las mandíbulas de mi pequeño tigre

este teatro que ha sabido de la profanación y sus crías?

La osamenta cede su lugar al poseído

con duraznos que hieren y se apagan.

Me ocultan quienes me persiguen.

Largas noches, días suicidados,

vuelven a descifrar aquel gesto en la marea

blanca de mis muertes.

¿Cuál es el don entonces?

¡Aguijones, lampreas, lluvias vacías!

Miras desde abajo.

¿Dormiría derritiéndose en telarañas,

sublevándose en cruces de un juicio final

para rozar al ausente

con todo el viento sepultado en la luz?

Esa voz nace del estruendo,

babea entre pequeñas criaturas

perseguidas de la tierra.

La cabeza estalla.

¿Es posible, no es posible?

II

El antepasado vuelve a fecundarte

en lo remoto.

III

¿Yo me animo a perturbar el universo? , dirá Eliot

con el mismo ungüento de ridículo en su corbata.

Yo soy Lázaro, vengo de entre los muertos, dirá Eliot.

IV

El pago de congojas cruza el mausoleo.

Caliente aire sobre un mediodía,

no ha de morir el conmovido.

Aleteos en la sombra de su eternidad:

no, nunca está en el mismo lado.

Se quiebra.

Ya es un puente.

V

Pliegues de Verónica para exaltar un árbol.

Bajo hacia las colmenas y sepulcros.

Lupanar en los ojos del incesante.

VI

Arañas cuando las manos tejían la luz
G. Apollinaire

¿Adónde el encarnado?

¿Adónde la máscara de lluvia de niño del yacente?

¿Adónde el vértigo comido por hormigas?

¿Adónde el harapiento con su esfinge leprosa

siempre a cuestas por la orilla?

¿Adónde la que escancia el filoso perfume?

¿Adónde la taberna para nombrar mi dinastía nocturna,

mi decorado entre mármoles que gimen?

¿Adónde mi jardín de rocas

cuando entras con tu cuchillo y me desatas?

¿Pero debes pasar?

Somos los dioses.

La Habana, 3-II-2002