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MANUEL LOZANO.
LA BOCA CON EL OJO MONSTRUOSO

(Fragmento)
Ocúltate, guerra. Lautréamont, Poésies
A José Antonio Molero

Con hambre, con ácidos y trapos de escalofrío, con cascotes,
con el descaro del vértigo, con ardiente horror en los bordes de la ciudad.
La molienda de la traición funda su reino.
¿Lloras por la caída de tu especie a la que llamaron hombre?
¿Ríes de pavor ante el muro, ante los muros,
ante el lecho de alimañas en la necrópolis del desperdicio?
El amparo cava su deshora y miras la corriente
de niños bestializados por las calles.
Afuera, los jadeos se precipitan en el viento.

 
Iniciación del alarido. Hubo que deshabitar la casa del silencio.
 

Ahora como antes, como siempre, como después,
sé que preparan el rojo jardín de la muerte.
Sus altos cedros están huecos.
El áspero jardinero, ya una sombra entre raíces, golpea su sombra.
Desperté y vi la herida: sus ojos cerrados que sangraban.
Misa de pavor, misa de éxtasis.

 
Las lavanderas convalecientes limpiarían los restos
desde Beit Nuba hasta Wisconsin.
Aquí estuvo la calumnia, allí el calvario.
En todas las posadas, los ulcerosos naipes
del rematador de tu especie.
 
¡Me crucifican, hijo, izan la cruz de mi inocencia!
Sucede siempre en la lluvia.
Para la primera representación traen un maniquí.
Escribo esta verdad: todos los que vieron la escena deben morir sacrificados.


Quienquiera que seas, no soples el candil que aún te alumbra.
¿Acaso ves los fragmentos de caras gimiendo en la tragedia?
¿Impacientas el hacha del verdugo?
¿Te envuelven los rumores que antes fueron la espléndida palabra?
Ladra el cadáver. Se entrega hasta el mármol de tu especie en ruinas.
¿Oyes el silbido de esa hiena disfrazada de pastora?
Es la guerra.
El peregrino que fui me reclina a las puertas del principio del amor,
del indescifrable.
 

Ardimos en horror pero la luz se desata sin fin, aguardándonos.


Manuel Lozano
De su libro "La noche desnuda de rostro ciego"

 
EL SEQUITO

Fue necesario correr entre los muros implacables,
por esponjosas, vampiras destilerías
hechas sólo para entrar como a un edén invertido.
¿Cuándo el cuerpo llenándose de tardías rotaciones
hacia la primera inhumación de la especie?
No me aguardaban esfinges, ni idiomas trasvasados,
ni heredades nocturnas
al compás de un tambor que convoca y redime.
Eran criptas celestes, hebras desusadas
escurriéndose contra todo perdón en la sangre,
abriendo mi boca de destierro bajo un sol de exorcismo.
Y más acá del aluvión, el cortejo invisible
con pupilas que descifran relámpagos en el fondo del vaso,
atajos que olfatean la estrecha salida.
No adulteres respuestas.
¿Y qué pólipos de escalofrío para explicar este vuelo?
¿No fueron ellos los mártires, los furiosos, los obedientes,
los que acecharon la sed y el asco de este mundo
para arrojarse sombríos a las fauces del león
como presintiendo el gusto del infierno?
Grandes despojos decretaron.
Durmieron vanidosos de terror junto al ultraje.
¡La exangüe mansión del escogido!
Se embebieron de un áspero deleite
sin suplicar jamás la llaga en el costado.


Manuel Lozano
De su libro "Mansión Artaud"