Rolando Revagliatti ....Rolando Revagliatti
El ombligo oblongo
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El ombligo oblongo

Único en el Mundo

A preguntarse llaman

Único en el Mundo

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Único en el Mundo

 

Las minas que me vienen de otros tipos

tienen que hacer

                               al fin

se van

a horario

me vienen de las madres

me vienen de los hijos

de la hermana mayor

de “la muchacha”

güay de arrogarme un derecho que no tengo

güay de salpicarme con gotas de otras lluvias

las mías las produzco cuando quiero

(...)

en su cielo como trepidaciones

como rayos como huevos

como perforaciones

güay de creer que güay

güay de pensar que yo

                                           soy

                                                 Fernet

                                                              Branca.

 

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Sudé mucho y lloré. Mi viudez, aunque no suficientemente prematura, me embargaba. Me anudaba y desanudaba. Empecé por entonces; en rigor: antes. In memoriam. “Sí, soy joven como lo parezco.” Y ese velorio resfriado, ese velorio, y la enguantada conglomeración y floreada hartura, cuánto me siento, sonidos como niños de una flauta, la grupa de la potra, lo maté de un tetazo primero, de un revés, borra y racha borracha, de un aplanamiento, como una eutanasia, como una hipodérmica con polipropileno, ni atinó a refulgir su campanilla de alarma, jamás abrió tan grande la boquita de su jeta ese morfón, vos, que apenas me merodeabas te entenebrecías, seguí de largo hasta el esófago, creo. No me opondría resistencia nunca más. ¿Y a qué pariente azoté con una cala? Y fugué. Escaleras abajo del estupor generalizado me percibí aérea y aguachenta, claro...: tanta vigilancia... Y empezaban a radiarse, a ramificarse ¡¡las Hormonas de la Libertad!! Patitas yo sé muy bien para qué las quiero, doblé varias veces varias esquinas, atravesé una plaza, un desdentado gondolero me aligeró de cierto escozor o rutilancia: y me tornó hojarasca: una viga italiana el gondolero. El aire era el ahire, así se podía, mujeresmente, yo, ¡qué agradecida! ¿Qué me estaba ocurriendo otra vez?

 

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Fue el lunes. Hace un montón: hoy es miércoles. Y la recuerdo con una pronunciada más que alarmante —y tengo necesidades alarmantes de alarmarme— exactitud. (¿Y cuándo tanto?... Sí, otras veces. ¿Pero... tanto?) (No me hago las preguntas desvaídamente.) Ahí estaba yo: en el asiento de cinco, contra la ventanilla opuesta a la puerta de salida, en el colectivo cincuenta y nueve, desde Belgrano al centro. Y es verdad que desde que nos vimos la asolé con sobrio regocijo. Despejé toda probable brizna, de tal suerte que sólo la deletérea desesperación me granulaba. Ella y su soltura (enloquecedora), de espaldas a las ventanillas de su lado (y del mío); y así todo el tiempo (me pongo nervioso, quiero que ustedes carguen —háganlo, por favor— nuestras firmes...): intenciones, examen, dejarse por el otro. (Estoy copado, copadísimo, ustedes no saben... Sí, también el sol en la mañana y la lluvia en la ventana; la rosa en su pecho, y sus brazos. Brazos. Ella era —era, era— una mujer para apretar.) Y el tipo a mi diestra se las picó y ella enseguidísima sorteó a una mujer y estuvo junto a mí, leía “ La Opinión” —los titulares—, se bajó en el obelisco casi, y yo también, y la emprendió por Lavalle, y yo detrás, cruzamos la avenida más ancha del mundo y no caminaba despacio. Se acercó a las puertas de un cine para observar los afiches y aproximándome inquirí si uno podría conocerla. Siguió caminando y yo detrás. Se acerca a otras puertas de otro cine, la campaneo desde la vereda de enfrente y al darse vuelta me ve pero no durante sólo un instante, y esa mirada era de aquellas otras en el colectivo. Desde luego, todo volvía a ser auspicioso, recíproco, se reenhebraba el collar. Se mete en una galería comercial, yo detrás estimando desde dónde retornar, y se detiene en una vidriera. Regresa hacia Lavalle, sale, retoma hacia el bajo y yo detrás. Me acerco en el cruce con San Martín y digo algo así como que me gustaría saber si tengo chance, y ni bola, ella sigue caminando, y me hinché y furioso desaparecí y ¿qué carajo ahora el estrangulado hago yo alarmarme?...

 

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No sabía chupar ni sabía meterse. Todo en él merecía quedarse afuera. Bien afuera que esté.

 

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El ombligo oblongo. O. Vista apaisada del ombligo. Té canalla. Varios invitados y ninguno. Ejemplifón. Ejem solo. Casi era un chiste con él. Se hubieran, pocos, atrevido. Mientras que a nada hubiésemos llegado. (La pobre se fue con su narcisismo entre las piernas.) Desensatá tu pelo. Él resplandece con una sonrisa de pajarera. Cuando esta flor se abra... ¿Por eso me cuesta?... Tan allá no puedo con mi boca. Subida a los zapatos, sin dificultades. Las púberas pertrecheras empiezan a probar sus caras de interesantes. (Va acunado.) (La ranura genial.) Quejándote: “¡Qué esfuerzo, Dios mío, qué esfuerzo!” Y surge entonces como un anuncio, como un rastro.