FREI LUÍS DE GRANADA

INTRODUCCIÓN DEL SÍMBOLO DE LA FE
Extractos
 

Introducción del Símbolo de la Fe:
Fray Luis de Granada

Capítulo V
Del sol y de sus efectos y hermosura

Cap. V: 2
De la luna y estrellas

La luna es como vicaria del sol, a la cual está cometida por el Criador la providencia de la luz en ausencia del sol, porque estando él ausente, y acudiendo a otras regiones a comunicar el beneficio de su luz, no quedase el mundo a oscuras. Y así él mismo es el que la provee de luz para este ministerio, tanto mayor, cuando ella lo mira más de lleno en lleno. Tiene este planeta, entre otras propiedades, notable señorío sobre todas las aguas y sobre todos los cuerpos húmidos, y señaladamente tiene tan gran jurisdicción sobre la mar, que como a criado familiar la trae en pos de sí, y así subiendo ella, crece, y abajándose ella, se abaja. Porque como se dice de la piedra imán que trae el hierro en pos de sí, así a este planeta dio el Criador esta virtud, que atraiga y llame para sí la mar, y siga el movimiento de ella. De suerte que este planeta tiene unas como riendas en la mano, con que se apodera de este tan gran elemento, y lo rige y trae a su mandar. De aquí nacen las mareas, que andan con el movimiento de la luna, y que sirven para las navegaciones de un lugar a otro, cuando falta el viento, y para los molinos de la mar, que se hacen con ellas, y sobre todo con este movimiento se purifican las aguas, las cuales no carecieran de mal olor y mal mantenimiento para los peces, si estuvieran como en una laguna encharcadas sin moverse. Mas no sólo en la mar, sino también en todas las cosas húmedas tiene especial señorío. Y así vemos con la creciente de ella crecer la humedad de los árboles y de los mariscos, y menguar con la menguante. Pues ya las alteraciones que este planeta causa en los cuerpos humanos, mayormente en los enfermos, en sus plenitudes y novilunios y en sus eclipses, cuando se impide un poco de su luz con la sombra de la tierra, todos lo experimentamos. Lo que aquí es más para considerar es la virtud y poder admirable que el Criador dio a este planeta, el cual estando tantas mil leguas apartado de nosotros, por virtud de aquella luz que recibe emprestada del sol, obra tantos efectos y mudanzas en la tierra, que así como ella se va mudando, así vaya mudando consigo todas estas cosas con tan gran señorío, que un poquito que se menoscabe su luz en un eclipse, lo haya luego de sentir la tierra. Pues, ¿qué sería si del todo nos faltase este planeta?

Después de la luna se siguen las estrellas, de cuyo ornamento y hermosura ya dijimos. Mas ¿qué dijimos de hermosura tan grande? Pues el número y las virtudes e influencias de ellas, ¿quién las explicará sino sólo aquel Señor de quien dice David que «sólo él cuenta la muchedumbre de las estrellas, y llama a cada una por su nombre»? En lo cual primeramente declara la obediencia que estas clarísimas lumbreras tienen a su Criador, el cual llama las cosas que no son como si fuesen, dando ser a las que no lo tienen. Y de esa obediencia dice el Profeta: «Las estrellas estuvieron en los lugares y estancias que el Criador les señaló y, siendo por él llamadas, le obedecieron y respondieron: Aquí estamos, Señor, y resplandecieron con alegría en servicio del Señor que las crió». Decir también el Profeta que llama a cada una por su nombre es decir que él sólo sabe las propiedades y naturaleza de ellas, y conforme a esto les puso los nombres acomodados a estas propiedades. De esto, pues, que está reservado a la Sabiduría divina, no puede hablar la lengua humana. Mas entre otros usos y provechosos de las estrellas, sirven también como los padrones de los caminos a los que navegan por la mar. Porque careciendo en las aguas de señales por donde enderecen los pasos de su navegación, ponen los ojos en el cielo, y allí hallan señales en las estrellas, mayormente en la que está fija en el norte, que nunca se muda, para tomarla por regla cierta de su camino.

 
 
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