FREI LUÍS DE GRANADA

INTRODUCCIÓN DEL SÍMBOLO DE LA FE
Extractos
 

Introducción del Símbolo de la Fe:
Fray Luis de Granada

Capítulo III
De los fundamentos que los filósofos tuvieron
para alcanzar por lumbre natural que hay Dios

 

I.- La primera cosa que entre los artículos de la fe se nos propone para creer es que hay Dios, conviene a saber, que hay en este universo un príncipe, un primer movedor, una primera verdad y bondad, y una primera causa de que penden todas las otras causas, y ella no pende de nadie. Éste es el fundamento de nuestra fe, y la primera cosa que se ha de creer. Y así dice el Apóstol que «el que se quiere llegar a Dios, ha de creer que hay en este mundo Dios». Y es tan manifiesta en lumbre natural esta verdad, que se alcanza por evidente demostración, como la alcanzaron muchos filósofos, y la alcanzan hoy día todos los sabios, conociendo por los efectos que en este mundo ven la primera causa de donde proceden, que es Dios. Por lo cual dice Santo Tomás que los sabios no tienen fe de este primer artículo, porque tienen evidencia de él, la cual no se compadece con la oscuridad que está aneja a la fe. Mas los ignorantes, que no alcanzan esta razón (y creen esto porque Dios lo reveló, y la Iglesia lo propone para creer) tienen fe de este artículo.

Mas veamos ahora los fundamentos que los filósofos tuvieron para alcanzar esta verdad, lo cual servirá para abrazar con mayor alegría lo que testifica nuestra fe. Porque cuando se casa la fe con la razón, y la razón con la fe, contestando la una con la otra, cáusase en el ánima un nobilísimo conocimiento de Dios, que es firme, cierto y evidente, donde la fe nos esfuerza con su firmeza, y la razón alegra con su claridad. La fe enseña a Dios encubierto con el velo de su grandeza, mas la razón clara quita un poco de ese velo, para que se vea su hermosura. La fe nos enseña lo que debemos creer, y la razón hace que con alegría lo creamos. Estas dos lumbreras juntas deshacen todas las nieblas, serenan las conciencias, quietan los entendimientos, quitan las dudas, remontan los nublados, allanan los caminos, y hácennos abrazar dulcemente esta soberana verdad. Para la cual tenemos dos maestros, uno de las santas Escrituras, y otro de las criaturas, los cuales ambos nos ayudan grandemente para el conocimiento de nuestro Criador. Por eso tocaremos aquí algunos de los motivos y fundamentos que los filósofos tuvieron para alcanzar esta verdad. Y digo algunos, porque solamente tocaremos aquéllos que son más claros y más acomodados a la capacidad del pueblo, dejando los otros más sutiles para las escuelas de los teólogos.

Parecerá a alguno ser excusado tratar esta materia entre cristianos, pues todos tienen fe de este artículo. Así es, mas con todo eso hemos visto y vemos cada día hombres tan desaforados, tan desalmados y tan tiranos, que aunque con el entendimiento confiesen que hay Dios, con sus obras lo niegan, porque ninguna cosa menos hacen creyéndolo, que harían si totalmente no lo creyesen. Pues para éstos, que tienen la lumbre de la fe tan olvidada y escondida, aprovechará mostrarles claramente por lumbre de razón que hay Dios: quizá esto les daría alguna sofrenada para que mirasen por sí. Y demás de este provecho hay otro mayor y más común para todos, el cual es que todas las cosas que nos dicen haber Dios justamente nos declaran muchas de sus perfecciones, especialmente su sabiduría, su omnipotencia, su bondad, su providencia, con la cual rige y gobierna todas las cosas.

Pues entre estos fundamentos, el primero y más palpable se toma de la orden de las cosas, porque vemos en este mundo diversos grados de perfección en todas las criaturas. Y en esta orden ponemos en el grado más bajo los cuatro elementos, que son cuerpos simples, los cuales no tienen más que dos cualidades. En el segundo ponemos los mixtos imperfectos, como son nieves, lluvias, granizo, vientos, heladas y otras cosas semejantes que tienen alguna más composición. En el tercero están los mixtos perfectos, como son piedras, perlas y metales, donde se halla perfecta composición de los cuatro elementos. En el cuarto ponemos las cosas que demás de esta composición tienen vida, y crecen, y menguan, como son los árboles y todas las plantas. En el quinto están los animales imperfectos, que demás de la vida tienen sentido, aunque carecen de movimiento, como son las ostras y muchos de los mariscos. En el sexto están los animales perfectos, que demás del sentido tienen movimiento, como los peces y aves, etc. En el séptimo ponemos al hombre, que, demás de lo dicho, tiene razón y entendimiento, con que se aventaja y diferencia de todos los brutos. Sobre el hombre ponemos al ángel, que tiene más alto entendimiento, es sustancia espiritual apartada de toda materia. Y entre esos mismos ángeles hay orden, porque unos son de más noble y perfecta naturaleza que otros, y siguiendo la sentencia de Santo Tomás, que es muy conforme a la doctrina de Aristóteles, no hay dos ángeles de igual perfección, con ser ellos innumerables, sino siempre uno es esencialmente más perfecto que otro. Pues subiendo por esta orden, o hemos de dar proceso en infinito sin haber postrero (lo cual es imposible en naturaleza), o hemos de venir en parar en una cosa la más perfecta de todas, sobre la cual no hay otra más perfecta. Ésta, pues, que está en la cumbre de todas y sobre todas, es la que llamamos Dios o primera verdad, primera causa y primer movedor, y autor de todas las cosas, la cual no ha de ser criada o hecha por algún criador o hacedor, porque ése sería más perfecto que él, pues es más perfecto el criador que su criatura, y el hacedor que su hechura. De donde se sigue que ese Señor ha de ser eterno y sin principio, pues no pudo ser criado ni hecho por otro. Éste es el primer fundamento de esta verdad, que se toma del orden de las criaturas.

II.- El segundo es el que se toma del movimiento de las cosas. Para lo cual tomamos por principio que todas las cosas que se mueven corporalmente, tienen dentro o fuera de sí alguna virtud o fuerza que las mueva. Lo cual se ve claramente así en el hombre como en todos los animales, en los cuales el cuerpo es el que se mueve, y el ánima la que lo mueve. Y esto parece ser así, porque faltando el ánima, falta luego el movimiento que de ella procedía. Pues dejemos ahora los movimientos de la tierra, y subamos al movimiento del más alto cielo, que está sobre el cielo estrellado, el cual mueve los otros cielos inferiores, y es causa de todos los movimientos que hay acá en la tierra, el cual se mueve con tan gran ligereza, que en un solo día natural da una vuelta a todo el mundo. Pues este cielo, según lo presupuesto, ha de tener movedor que lo mueva. Pues de este movedor se pregunta si en su ser y en la virtud que tiene para causar este movimiento, tiene dependencia de otro, o no: si no la tiene, sino por sí mismo tiene su ser y su poder, ese tal llamaremos Dios, porque sólo Dios es el que, como superior de todas las cosas, no pende, ni en su ser ni en su poder, de nadie, sino de sí mismo. Mas si me decís que tiene otro superior, de quien depende cuanto al ser y cuanto a la virtud del mover, de ese superior haré la misma pregunta que del inferior, y procediendo en este discurso, o se ha de dar proceso en infinito (lo cual dijimos ser imposible), o hemos finalmente de venir a un primer movedor, de que penden los otros movedores, y a una primera causa, de cuya virtud participan su virtud todas las otras causas, y ésa es a quien llamamos Dios. Ésta es la demostración por donde los filósofos probaron que había un primer movedor que no pendía de nadie, sino de sí mismo. Y los que penetran la fuerza de esta demostración, no tienen fe de este primer artículo, porque tienen (como dijimos) evidencia de él. Y para éstos no se llama éste artículo de fe, sino preámbulo de ella, como dice el mismo santo Doctor.

III.- Otros motivos tuvieron los filósofos, de que Tulio hace mucho caso, y con mucha razón, y uno de ellos es que, con ser tantas y tan varias las naciones del mundo, ninguna hay tan bárbara ni tan fiera que, dado que no conozca cuál sea el verdadero Dios, no entienda que lo hay, y le honre con alguna manera de veneración. La causa de esto es porque (demás de la hermosura y orden de este mundo, que está testificando que hay Dios que lo gobierna) el mismo Criador, así como imprimió en los corazones de los hombres una inclinación natural para amar y reverenciar a sus padres, así también imprimió en ellos otra semejante inclinación para amar y reverenciar a Dios como a padre universal de todas las cosas y sustentador y gobernador de ellas. Y de aquí procede esa manera de culto y religión, aunque falsa, que en todas las naciones del mundo vemos. La cual de tal manera está impresa en los corazones humanos, que por sola defensa de ella pelean unas naciones con otras, sin haber otra causa de pelear, como lo vemos entre moros y cristianos. Porque creyendo cada uno que su religión es la verdadera, y que por ella es Dios verdaderamente honrado, y no por las otras, paréceles estar obligados a tomar la voz por su Dios, y hacer guerra a los que no lo honran como ellos entienden que debe ser honrado: tan impreso está en los corazones humanos el culto y veneración de Dios. Y lo que más es: cada día vemos pasarse hombres de diversas sectas a nuestra religión, y dejar mujer e hijos, y hacienda y cargos honrosos, como ahora lo vimos en uno, que habiendo muchos años antes negado la fe, se vino a tierra de cristianos, dejando todo esto que hemos dicho, por la fe verdadera. En lo cual se ve cuán poderosamente arraigó el Criador este afecto de religión en nuestros corazones, pues prevalece y vence los mayores afectos que hay en el hombre, que son las afecciones de estas cosas que dijimos. Y esto mismo acaeció en tiempo de Esdras a los hijos de Israel que se hallaron casados con mujeres de linajes de gentiles, cuando volvieron del cautiverio de Babilonia, los cuales las dejaron junto con los hijos que de ellas habían nacido, por no quebrantar la ley de Dios, que tales casamientos prohibía.

IV.- Otro indicio señalan de esta verdad, el cual también procede de esta natural inclinación que decimos, y es que todos los hombres, cuando se ven en algún gran y extraordinario aprieto y angustia, naturalmente, sin discurso alguno, levantan el corazón a Dios a pedirle socorro. Y como este movimiento sea tan acelerado, que previene el discurso de la razón, síguese que procede de la misma naturaleza del hombre, la cual como sea formada por Dios, y Dios no haga cosa ociosa y sin propósito, síguese no sólo que hay Dios, sino también ser él infinitamente perfecto. Porque este recurso es como una voz y testimonio de la misma naturaleza, la cual con esto confiesa que aquel divino Presidente lo ve todo, y lo prevé todo, y que en todo lugar se halla presente. Aquí confiesa su providencia, su bondad, su misericordia, y el amor que tiene a los hombres, y el deseo de remediarlos, pues él mismo, cuando los crió, imprimió en ellos esta natural inclinación que los moviese a recorrer a él como a verdadero padre, en sus angustias y tribulaciones.

 
 
 
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