ESCUCHAR AL MINOTAURO DE LA CUEVA DE CHAUVET
JORGE RIECHMANN









La palabra es la vida, hace del hombre un ser humano”.
Proverbio agasuvi, Dahomey (hoy: república de Benín)

Porque la sandalia está acostumbrada a hablarme, yo le hablo a la sandalia. El manto me habla, yo le hablo al manto. El mandil me habla, yo le hablo al mandil. La aljaba me habla, yo le hablo a la aljaba. El arco me habla, yo le hablo al arco. La cuerda del arco me habla, yo le hablo a la cuerda del arco. Yo le hablo al bastón...”

“Por qué las cosas de Mantis hablan y tienen vida propia”, narrado por Kabbo, bosquimano xam

“Escuchando al logos, no a mí, parece prudente admitir que todas las cosas son una, dijo Heráclito 29.000 años después de que se hicieran las pinturas de las cuevas de Chauvet. (...) En lo más profundo de la cueva, que significa en lo más profundo de la tierra, estaba todo: el viento, el agua, el fuego, lugares lejanos, los muertos, el rayo, el dolor, los caminos, los animales, la luz, lo no nacido... Estaban allí en la roca para ser invocados. Las famosas huellas de tamaño natural (cuando las miramos, decimos que son las nuestras), esas manos, están allí troqueladas en ocre, para tocar y marcar todo lo presente y la frontera última del espacio que habita esta presencia. (...) Todo el drama que en el arte posterior se convierte en una escena pintada sobre una superficie con bordes, se comprime aquí en la aparición que ha atravesado la roca para ser vista. (...) El drama de las primeras criaturas pintadas no se halla ni a un lado ni en el frente, sino que está siempre detrás de la roca. De donde salieron. Como lo hicimos nosotros...”
John Berger

1

En 1994 tuvo lugar uno de los descubrimientos más fascinantes en el terreno de la paleoantropología. Los riscos de caliza teñida por minerales que bordean el profundo cañón del río Ardèche (no lejos de Aviñón, en Francia) albergaban un templo secreto, cuya entrada localizaron entonces Jean-Marie Chauvet, Eliette Brunel y Christian Hillaire.

La cueva de Chauvet constituye un verdadero santuario. Se trata de un conjunto de cinco salas que en el pasado dieron cobijo tanto a los osos de las cavernas (se han encontrado 147 cráneos de los mismos, uno de ellos emplazado por mano humana sobre una gran piedra desprendida del techo) como a visitantes prehistóricos humanos que trazaron sobre las paredes pinturas rupestres prodigiosas. Conjuntos bautizados por los arqueólogos como Friso del Leopardo, Friso del Buey Almizclado, Friso de los Leones y Rinocerontes, El Hechicero... “Rinocerontes en actitud de embestida, caballos de pobladas crines, bisontes, leones y una manada de uros con largas cornamentas evidencian la capacidad de observación y la singular destreza del artista que creó el Friso de los Caballos”, escribe Jean Clottes .

En Chauvet 420 figuras de animales, de más de una docena de especies distintas, dan testimonio de una relación mágica y ceremonial entre los humanos paleolíticos y el mundo de los animales no humanos... y de una impresionante destreza pictórica.

Las pinturas se han conservado gracias a que un derrumbamiento selló la entrada de la cueva hace muchos milenios. Su calidad es equiparable a las de Altamira y Lascaux, pero –esta ha sido una de las mayores sorpresas—las de Chauvet son dos veces más antiguas. Altamira tiene 17.000 años de antigüedad, Lascaux 20.000; la datación con carbono-14 ha permitido establecer que las pinturas de Chauvet fueron realizadas hace 35.000 años.

2

Es asombroso. Durante decenios los expertos en arte paleolítico postularon un lento progreso a través de los milenios, desde meros esbozos rudimentarios en los orígenes hasta la madurez de las representaciones naturalistas, plenas de dinamismo y vitalidad, que hallamos en las “catedrales” de Lascaux y Altamira.

Chauvet echa por tierra tal construcción. Casi al mismo tiempo en que aparecen en Europa los humanos anatómicamente modernos (Homo sapiens sapiens, los hombres de Cromañón, nuestra propia especie: nosotros mismos), el arte rupestre ya ha alcanzado su máximo nivel de complejidad. Hay que tener en cuenta que, según los análisis genéticos más recientes , todos los europeos actuales procedemos de tres oleadas migratorias llegadas desde Asia Central y Oriente Próximo; la más antigua de las tres –hace 40.000 años— coincide con la cultura bautizada con los prehistoriadores como auriñaciense. Precisamente los cazadores-recolectores de las pinturas rupestres, los hombres de Cromañón.

No habría entonces un lento proceso evolutivo, sino más bien un salto. Discontinuidad: pero sabemos que desde entonces –hace 50.000 años—no hemos cambiado biológicamente. Y lo que ahora nos revela la caverna de Chauvet es que en otros aspectos clave –lo que hoy llamamos expresión artística, por ejemplo—tampoco hemos cambiado sustancialmente. De manera un poco provocadora podríamos decir: aquellos “primitivos”, los humanos de hace 50.000 años, no eran primitivos. Eran iguales que nosotros en todo lo importante. De alguna manera, todo estaba dado desde el origen.

“Los ojos y las manos de los primeros pintores, de los primeros grabadores, eran tan diestros como los que vinieron después. Se diría que es una gracia que acompañó a la pintura desde sus orígenes. Y ése es el misterio, ¿no? La diferencia entre entonces y ahora no es el grado de refinamiento, sino de espacio: el espacio en el que sus imágenes existían y eran imaginadas. Ésta es la cuestión para la que tenemos que encontrar una nueva forma de hablar...”

3

Va pareciendo cada vez más claro, a tenor de la investigación arqueológica y paleoantropológica de estos últimos decenios, que tenemos que pensar a la vez tres acontecimientos clave: la aparición del lenguaje, el surgimiento del arte y lo que quizá tendríamos que llamar la práctica del genocidio (con el exterminio de los grandes animales y de los hombres de Neandertal, nuestros cercanos parientes evolutivos).

Según los análisis genéticos de las poblaciones modernas, la salida del continente africano de Homo sapiens sapiens es reciente: hace poco más de 50.000 años. Cabe además suponer con fundamento que en el origen esta población humana habla una única lengua, antecesora de todas las actuales .

Hace unos 40.000 años llega a Europa Homo sapiens sapiens, procedente de Asia Central y Próximo Oriente. Este hombre de Cromañón topa allí con los hombres de Neandertal (Homo sapiens primigenius), otra especie humana asentada en las tierras europeas desde decenas de miles de años antes : más robustos y vigorosos que nosotros, fabricantes de elaborados utensilios de piedra, dueños del fuego, enterradores de sus muertos, quizá caníbales ocasionales. Apenas diez mil años después, los neandertales se han extinguido, y de forma abrupta. Sólo cabe especular sobre aquel encuentro, aquel choque: pero la sombra de Caín --la sospecha de un genocidio-- nos atenaza. Quizá no en forma de agresión armada directa, explicaba Marvin Harris: tanto los cromañones invasores como los lugareños neandertales vivían en pequeñas bandas de cazadores-recolectores, y carecían de la organización política necesaria para llevar a cabo guerras de exterminio. “Pero habría bastado una escaramuza ocasional con los recién llegados para que los neandertales se retirasen a regiones con menos posibilidades de caza. Esta circunstancia habría causado subalimentación, elevando las tasas de mortalidad y acelerando la decadencia de lo que ya desde el principio era una población de baja densidad.”

De lo que hoy apenas cabe duda es de nuestro papel en la extinción de los grandes mamíferos prehistóricos a causa de la sobrecaza . Hace unos 12.000 años, en un proceso muy rápido, desaparecieron las tres cuartas partes de los grandes mamíferos del continente americano. Análogo exterminio, hace unos 46.000 años, en Australia. Los prehistoriadores están convencidos de que en ambos casos el culpable fue el cazador Homo sapiens sapiens, actuando sobre poblaciones animales con las que previamente no había tenido contacto. Si recordamos que aquellos cazadores del Paleolítico se consideraban estrechamente emparentados con las bestias objeto de su caza –como podemos inferir, precisamente, a través del estudio del arte rupestre y de las culturas “primitivas” actuales--, apenas será exagerado emplear aquí el término de genocidio.

La dificilísima cuestión del lenguaje... Después de los hallazgos en la Sima los Huesos de Atapuerca (el yacimiento más rico en fósiles humanos del planeta, situada muy cerca de la ciudad de Burgos), en los noventa, los paleontólogos Juan Luis Arsuaga e Ignacio Martínez Mendizábal creen que no puede ponerse en duda que los neandertales tuvieran las bases anatómicas para algún tipo de lenguaje hablado; pero en cualquier caso la morfología de su aparato fonador era significativamente diferente del nuestro, y los sonidos que podían proferir no serían los mismos. Si hablaban, probablemente con algún lenguaje menos desarrollado, era de una manera muy distinta a la nuestra .

4

No hallamos en los neandertales indicios de arte, ni de comportamiento simbólico; mientras que con Homo sapiens sapiens se da una verdadera explosión cultural manifestada en arte, decoración, enterramientos ceremoniales. Esta explosión de comportamiento simbólico hay que asociarla seguramente con el surgimiento del lenguaje articulado, tal y como hoy lo conocemos. Aquí estaría el salto cualitativo que nos separa decisivamente de los homínidos y humanos anteriores: capacidad de simbolizar y lenguaje. “En un instante geológico –5000 años—nacen todas las formas del arte y florecen las religiones.”

Se produce este salto cualitativo, hace unos 50.000 años, y el paso rápido de la evolución cultural se sobrepone al ritmo lento de la evolución biológica. El “gran salto adelante” (discernible en el registro paleontológico por los rápidos avances en el terreno de la fabricación de herramientas y de la creación artística) tiene lugar al tiempo que la cultura nuestros antepasados, los hombres de Cromañón, sustituye a la cultura de los Hombres de Neandertal (de evolución lentísima, acompasada a los cambios biológicos), quienes probablemente –como vimos-- no poseyeron la capacidad de lenguaje articulado similar al nuestro.

En la cuna de Homo sapiens sapiens, el más social y el más inteligente de todos los animales conocidos, el único en el cual el vértigo de la evolución cultural ha sustituido al avance sosegado de la evolución biológica, lo que hallamos son estas tres enormidades: lenguaje articulado, arte (colindante con el rito y con la magia), violencia genocida. Tenemos que pensarlas a la vez, como un plexo enigmático que no cesa de interrogarnos, como una incómoda pregunta sobre la condición humana. “La violencia del futuro y del presente” –advertía el gran prehistoriador francés André Leroi-Gourhan—“está vinculada con el conocimiento de la violencia de los hombres del pasado.”

5

En las paredes de la caverna de Chauvet un león de las cavernas –especie sin melena, ya extinta—olisquea los cuartos traseros de otro león o leona agachado: quizá una pareja que va a aparearse. Por primera vez se muestran en pinturas rupestres el leopardo, el búho. La testuz de un caballo negro surge de la misma roca. Y la figura de un chamán o hechicero, mitad hombre y mitad bisonte, muge mientras parece abrazar a una mujer, representada sólo por unas piernas (con sus caderas) y el triángulo de vello púbico.

Desde lo que fuimos, este misterioso minotauro de hace 35.000 años nos interroga sobre lo que somos y lo que vamos a ser. En la encrucijada histórica en la que nos encontramos, deberíamos ser capaces de escuchar esa pregunta. Al final de su vida, en un apunte sobrecogedor, Elias Canetti anotó: “Desde agosto de 1945 sé que estamos perdidos. Sin embargo, siempre he apartado de mí esa convicción: de lo contrario habría dejado de pensar totalmente, y esto es algo que no habría soportado alguien que se considera comprometido con la vida. Empecé a tomar en serio las pequeñeces más ínfimas de aquello que constituye la existencia, confiando en que la plétora ahuyentaría el peligro. Pero la plétora lo ha acrecentado.”

Metamorfosis o extinción. Extraernos con el arte y con el lenguaje de los alvéolos de la violencia, o perecer. En esta encrucijada nos encontramos.

Lo de Canetti no es pesimismo fofo; se trata de una percepción lúcida del tipo de peligro y el nivel de peligro en que nos encontramos. No es extraño que la angustia nos atenace, que la tiniebla de esta noche oscura nos anegue los pulmones, como un charco de daño nos impida respirar. ¿Cómo respirar? ¿Y si, alumbrándonos con la antorcha, interrogáramos a ese chamán acurrucado en el fondo de la cueva ceremonial?

6
La conexión con el mundo animal –empezando por nuestra propia naturaleza animal—y la fuerza de Eros: tal podría ser el mensaje susurrado por el Minotauro de Chauvet. La disciplina para la autolimitación, el reconocimiento de los parentescos, y la red de vínculos con todos los seres con quienes compartimos la biosfera. Todos los seres humanos modernos (orgullosamente autobautizados Homo sapiens sapiens) tenemos la misma cuna: cierta zona de la sabana de África, hace entre 100.000 y 200.000 años. Todos los vertebrados terrestres descendemos de los mismos crosopterigios (peces pulmonados) que hace unos 350 millones de años se atrevieron a dar el arriesgado paso que los llevó a tierra firme. Y cuanto sabemos acerca de los organismos más diversos que viven sobre la faz de la Tierra y en las profundidades de los océanos muestra que, con toda probabilidad, descendemos todos de un único antepasado microbiano, hace más de 4.000 millones de años.

Hace tiempo que sabemos que nuestro genoma es idéntico al del chimpancé en más del 98’5%. Y cuando en diciembre de 1998 se completó --después de ocho años de trabajo-- la secuenciación del primer genoma de un animal, un minúsculo gusano llamado Caenorhabditis elegans, que apenas mide un milímetro de largo y está compuesto sólo por 959 células --trescientas de ellas neuronas--, ¡supimos que compartimos con este humilde nematodo nada menos que el 36% de su genoma!

Todos los hombres y mujeres somos hermanos. Todos los animales somos hermanos. Un cordón umbilical nos unía directamente con las estrellas; tuvimos que cortarlo recién nacidos, pero la cicatriz del ombligo sigue ahí, inocultable, nítida.

7

El lenguaje no es la alienación primera y originaria, como suponen los “primitivistas” del tipo de John Zerzan . O si se quiere: es eso, y contradictoriamente es todo lo contrario. Es también el medio de la vinculación universal.

Las palabras poseen una magia débil, he dicho en alguna ocasión. Un poeta escribe por ejemplo: el cine es un río retardado , y ya tenemos ahí el pasadizo secreto comunicando dos realidades que parecían inconexas. Apunta otro: los niños oncológicos son escarabajos de plata , y de repente un puente luminoso une dos alejadas provincias de la realidad. Tus caderas y otras estrellas, menciona un tercero , y de súbito el cosmos es una red de tupida malla que puede salvarnos de las peores caídas.

Las metáforas son conjuros para volver visibles los vínculos ocultos. Vínculos, correspondencias: la creencia en la interconexión de todas las realidades, en algún plano diferente del espaciotiempo ordinario, es común al poeta moderno y al hechicero de Chauvet. (Como eso son palabras mayores, excesivas, rebajamos un poco la demasía de nuestros postulados matizando la magia de la poesía como “débil”.)

El vidente –cuando de verdad lo es—ha de ser el menos propenso a la autoindulgencia, el más severo consigo mismo y con su don, el crítico más implacable de sus propias debilidades. Y el más fiel testigo de cuanto le fue revelado.

La conexión con todo lo viviente y la fuerza de Eros son los recursos más valiosos, el hilo más seguro hacia el exterior del oscuro laberinto por donde hoy erramos extraviados. Iluminado de repente por la lumbre de la antorcha, abrazado a esa enigmática mitad de mujer, el Minotauro de Chauvet nos recuerda lo que siempre supimos.

8

Todavía de otra cosa nos habla el minotauro. En la sala final y más recóndita de la cueva de Chauvet lo que hallamos son tres mitades: la mitad de un bisonte, la mitad de un hombre, la mitad de una mujer. Los tres pedazos buscándose, palpándose, abrazándose. Minotauro y cautiva. Maga hechizando a un cazador. Orfeo andrógino liberando al gran bóvido. Nunca las tres mitades formaron una unidad previa, no existió aquella autosuficiente supremacía que hubiera podido tapar con la huella de su pataza la de cualquier otro ser, y sin embargo la mano que hace treinta y cinco milenios trazó estas figuras conjuró con aquel imposible.

Lo evocaba, lo soñaba, regresaba a la incompletud y a la necesidad ineliminable del otro. El minotauro de Chauvet nos habla también de nuestra incompletud originaria, de nuestro ser como trozos y fragmentos de una totalidad más vasta, y de cómo tenemos que reconocer al otro, dialogar con el otro, incorporando rasgos de lo ajeno y manteniéndolo al mismo tiempo frente a nosotros como ajeno, sin confundirnos con ello.

Todavía el máximo desafío, en este tiempo de desbocada violencia mundial que es el nuestro. El vaticinio terrible de Canetti no tiene que cumplirse necesariamente: pero para eso hemos de cambiar, transformarnos profundamente. Es posible la pacificación de la existencia: pero sólo si no olvidamos quiénes fuimos, quiénes somos. Si asumimos hasta el fondo nuestra condición, ese plexo –desgarrador y desgarrado—donde se entrelazan violencia, arte y lenguaje. En 1961, en el prólogo a su obra El presente eterno, el gran estudioso del arte prehistórico Sigfried Giedion escribía:

“Nuestra época exige un tipo de hombre, actualmente perdido, que sea capaz de restaurar el equilibrio, actualmente perdido, entre las realidades interior y exterior. Ese equilibrio, nunca estático sino, como la realidad misma, sometido a un cambio continuo, es como el del funámbulo que, mediante pequeños ajustes, mantiene una compensación constante entre su ser y el espacio vacío. (...) Es hora de volver a ser humanos, y dejar que la escala humana rija todas nuestras empresas. El hombre compensado que necesitamos solamente es nuevo por contraste con nuestra época distorsionada; reaviva demandas seculares que hay que satisfacer en términos de nuestros tiempos si queremos que nuestra civilización no se desplome.”

En los cuatro decenios que nos separan del momento en que se escribieron esas palabras, nuestro horizonte se ha entenebrecido aún mucho más. Hoy, precisamente ahora, cuando ya todos sabemos lo que significa el anglicismo ántrax (en mejor castellano, carbunco) pero la mayoría de la gente seguiría teniendo dificultades para situar correctamente Honduras –con su hambruna—en un mapa, es el momento de cambiar.

9

Una de las intuiciones más hondas y perdurables del surrealismo es la que vincula amor –amor erótico—y revolución, más allá de cualquier significación trivial.

El nexo no pasa por la idea de fiesta ni por la de libertad, sino por la cuestión de la alteridad, el deseo de lo otro. El comunismo como alteridad es una de las grandes cuestiones del último Pasolini; por otra parte, lo femenino es otro para un ser masculino, lo masculino es otro para un ser femenino, “no sólo porque es de naturaleza diferente, sino también en tanto en cuanto la alteridad es, de alguna manera, su naturaleza” .

En su sentido fuerte, un encuentro es siempre encuentro con lo otro, con el Otro: una aventura de alteridad. Así en el amor como en la revolución.

10

Cantar, en la noche, celebrando la inminencia del alba y el misterio de estar vivo; o narrar, en la noche, para mantener encendido el fuego y alejar la muerte. Éstas son las formas prototípicas del poema y del relato, las ventanas que nos abre nuestra condición simbólica. Éstas son las armas básicas con que los seres humanos nos enfrentamos a la finitud. A la postre no es muy diferente ahora, en los comienzos del siglo XXI, y en aquellos años remotos en que se pintaron las paredes de roca de la cueva de Chauvet.

Post- scriptum. Tres días después de concluido el texto anterior, en la tarde del domingo 14 de octubre de 2001, viví un rato mágico. Cuando estaba trabajando en el jardín, una urraca joven se me acercó, buscó un encuentro. Se me subía al hombro, subía sobre la cabeza, me picoteaba las orejas. Comía de mi mano un higo de nuestra higuera; partía junto a mí, abriéndolos a golpes de pico, piñones del pino piñonero. En vista de las dificultades le partí yo algunos con una piedra, y al final me traía ella más piñones para que los abriese... Estuve más de una hora con ella. Nunca me había pasado nada semejante con un pájaro. No pude evitar asociarlo con la reflexión sobre Chauvet. ¿Una verificación del texto? Al menos, un diálogo, un episodio de soberano diálogo.